viernes, 21 de mayo de 2021

La mascarilla de celofán.


 

No es fácil haber sido casi invisible durante toda la vida y de pronto dejar de pasar desapercibido para la humanidad. Nada fácil.

  Ya sabéis que toda mi existencia traté de llamar la atención de los demás para no sentirme transparente, pero con escaso resultado, tendente a nulo. En una circunstancia como la actual, en la que ni tan siquiera puedes sonreír a la vista de los demás porque tu cara está medio tapada por una mascarilla y si encima es de día, sujeta por el puente de las gafas de sol para evitar que estas se empañen, comprenderéis que la situación es menos permeable todavía si cabe a mis estériles intentos de ser visto por el resto de las personas. Los animales no cuentas, esos ya me han meado encima varias veces por confundirme con un elemento del mobiliario urbano. Los animales me ven y yo creo que por eso vienen a putearme un ratito, malditas mascotas orinadoras de árboles.

 El otro día, armado de mi inagotable ánimo para conseguirlo, me propuse llamar la atención de un enorme grupo de personas vestidas de amarillo. El centro de Madrid estaba atestado de ciudadanos oriundos de Colombia que protestaban animosamente en la Puerta del Sol ataviados con las camisetas amarillas de su selección de futbol. Que conste que nunca he comprendido muy bien esa manía de llevar una camiseta de futbol a una manifestación, pero será por aquello de la pertenencia al grupo. Claro, que como a mi el grupo ni me ve ni me intuye, pues para que ponerme algo del color maldito de la escena.

 Pero a lo que iba, estaba yo convencido que en una marea de camisetas amarillas y mascarillas del mismo color o de las azules neutras estas que han abandonado los quirófanos para llenar todo nuestro universo, un tipo grande y totalmente vestido de azul oscuro, con mascarilla azul oscuro y gafas de sol caladas sobre el cubre bocas, no podría pasar desapercibido.

 Nunca pensé que alrededor de tan magna concentración de colombianos venidos al centro de Madrid desde todos los puntos del país para protestar por la represión en su país, que digo yo que a lo mejor era más efectiva la protesta frente a la delegación diplomática de su gobierno que no frente al de la comunidad de Madrid, que al menos en este caso, no tiene responsabilidad alguna ni posibilidad de tenerla, creo. Decía, pensé que llamaría la atención por mi fuerte contraste con el colorido vestuario de los manifestantes. Incluso durante unos minutos realmente pensé que había logrado mi objetivo. Brutal error.

 Me planté frente a aquel gigantesco grupo de colores amarillos con los brazos cruzados sobre mi pecho en actitud un tanto desafiante, he de reconocerlo. Realmente trataba de ocupar el mayor espacio posible para ser visto. Algunos de los manifestantes miraban hacia dónde yo me encontraba, retrocediendo con cara de intentar evitar el conflicto. Eso me hizo pensar que, por fin, me había curado de mi celofanidad y ellos me podían ver, incluso les producía cierto temor, con lo que no me sentía muy cómodo, pero pensaba que ya lo solucionaría más tarde. Así pasé unos cuantos minutos, disfrutando de ver como aquellos manifestantes se acercaban y alejaban de forma más o menos cíclica a mi posición. Fue un instante gozoso, pero muy muy muy instante.

 A los pocos minutos se me acercó por detrás otro hombre también vestido de azul, más grande que yo, con gafas de sol oscuras y una mascarilla azul oscuro con las iniciales CNP bordadas en su parte inferior. Me tocó en el hombro y sin mucha más conversación me dijo:

-          Por favor, retírese de aquí. No puede quedarse delante del cordón policial. No nos deja ver a los manifestantes y no creo que sea un buen sitio si se monta follón.

Me volví hacia atrás y vi un enorme despliegue de antidisturbios tras de mí. Al menos cuarenta agentes, vestidos totalmente de azul, con sus mascarillas azules y sus pertrechos de combate urbano preparados para intervenir si aquello se iba de madre. Volví a mirar hacia los manifestantes y entonces lo comprendí de nuevo todo. No era a mí al que veían, era el cordón policial tras de mí.

Solo alguien desesperado por llamar la atención se viste de azul marino y se pone delante de un operativo policial azul marino.

Solo un par de palabras vinieron a mi cabeza, tonto y corre. Por si acaso.

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