Ángel
acababa de salir de la ducha, con la toalla atada a la cintura. Miró
por la ventana de la suite que sus nuevos jefes le habían cogido en
el hotel. Siempre le había gustado este hotel
cuando venía a Sevilla. Estaba lo suficientemente cerca de todo y lo
suficientemente alejado de los turistas. Una de las cosas que más le
atraían de este hotel era lo cerca que estaba del río, por lo que
podía salir a correr tranquilamente por la mañana.
Miriam
todavía estaba deshaciendo las maletas. Eran las tres de la tarde,
acababan de llegar desde la estación de Santa Justa cargados con
tres enormes maletones. Era finales de Enero y, a pesar que en Sevilla no
hacía demasiado frío, necesitaban todo tipo de ropa para pasar una
temporada en la capital hispalense.
Finalmente
Miriam había podido venirse con él a Sevilla y eso le hacía
sentirse bastante bien. Se sentía protegido por la presencia de su
mujer. Miró a Miriam con ojos tiernos y esta le sonrió, pasando por
encima de la cama y dándole un beso apasionado. Abrazada a su cuello
le dijo mirando sus ojos marrones, -te haría el amor para darte la
bienvenida, pero es que tengo mucha hambre. ¿Podemos ir a comer
algo?-
-Dame
dos minutos que me vista y nos vamos a comer algo al otro lado del
puente de Triana-, dijo Ángel convencido del acierto de su elección.
Miriam
hizo una mueca, como desaprobando la distancia a andar, pero Ángel
siguió con su comentario,- no tardamos ni diez minutos en estar
tomando una cerveza con pescadito frito y un poquito de jamón-.
-Vale,
me has convencido-, sonrió Miriam mientras salía hacia el baño de
la habitación con la bolsa de aseo en la mano.
Ángel
pensó que nunca podría comprender como las mujeres eran capaces de
organizar todo lo que tenía que ver con los viajes en tan poco
tiempo y no olvidarse de nada.
A
los diez minutos salían por la puerta del hotel con poco abrigo para disfrutar de un sol que calentaba de lo lindo.
Agarró a Miriam por la cintura y le dijo al oído, -te quiero y estoy
muy contento de que estés aquí conmigo, me hace muy feliz, espero
que a ti también-.
Miriam
le sonrió complice, ella también se sentía feliz de haber
dado este paso. Sabía lo importante que sería para Ángel y eso le
hacía sentirse mejor.
-¿A
qué hora te vienen a recoger?- Pregunto Miriam.
-A
las seis de la tarde. Como me temo que irá para largo, puedes ir a
ver una película al cine que tenemos enfrente del hotel-, contestó él poniendo cara de "lo siento".
-O
a dar una vuelta por el centro y chinchorrear por las tiendecitas-, dijo ella.
-También,
exclamo Ángel, no es mala idea-.
Pudieron comer tranquilos, bien. Sevilla a estas alturas del año no está abarrotada de turistas.
Pudieron comer tranquilos, bien. Sevilla a estas alturas del año no está abarrotada de turistas.
No
eran las seis de la tarde cuando Ángel, vestido con unos vaqueros y
una sudadera de los Irish de Notre Dame, uno de los equipos de fútbol
americano que siempre le habían entusiasmado, besó en la espalda
desnuda de una dormida Miriam. Esta se acurrucó en la cama,
abrazándose a la almohada.
-Me
voy cielo-, susurró al oído de su mujer, esta afirmó sin ni tan
siquiera abrir los ojos.
-Ten
cuidado, cariño-.
-Lo
prometo, te llamo cuando sepa a que hora termino y quedamos para
cenar en la Hostería del Laurel-.
-Si-,
volvió a asentir Miriam sin ni tan siquiera abrir los ojos.
Ángel
bajó por la escalera para llegar al vestíbulo del hotel y vio un
Audi negro con las lunas tintadas esperando en la puerta. Al llegar
él al campo visual del coche se bajó un hombre vestido de
inmaculado negro y con gafas de sol puestas a pesar que la luz ya
empezaba a abandonar la ciudad. Junto al hombre que acababa de bajar
apareció Francisco, uno de los hombres que había participado en su
“proceso de selección”. Ángel sonrió al ver un rostro
conocido. Al llegar a la altura del vehículo un tercer hombre salió
de la parte delantera, tenía claro que era un guardaespaldas.
Francisco se adelantó para saludarle con relativa efusividad.
-Hola
Ángel, ¿está todo bien? ¿Hicisteis buen viaje? ¿Tu esposa está
a gusto?-
Ángel
se quedó un poco sorprendido, era como si aquel soldado del Temple,
de pronto, hubiera recuperado su interés por el mundo. -Si, si a
todo-, respondió saliendo de sus pensamientos. Vio una leve sonrisa
en el hombre que se había bajado primero del coche. -Giovanni-, dijo
el hombre extendiendo su mano derecha. Ángel apretó la mano
comprobando la mirada que su interlocutor mostraba al retirar de su
cara las gafas de sol.
-Tendremos
hoy una reunión previa para mañana poder empezar a trabajar con la
documentación que queremos que autentifique y compruebe-.
-De
acuerdo-, afirmó con todo el cuerpo Ángel.
-Suba
al coche, por favor. Es el sitio más discreto que podemos encontrar
en esta ciudad-.
Al
poco tiempo se encontró en el interior de aquel vehículo viendo
pasar la ciudad, ni deprisa ni despacio por la ventanilla y esperando
a que Giovanni rompiera el silencio con alguna cuestión.
-¿Qué sabe usted sobre la Orden Soberana y Militar del Templo de Jerusalén?- Disparó Giovanni sin ni
tan siquiera mirar a Ángel a la cara.
-¿Esto
es un examen?- Preguntó con cierta sorna Ángel.
-Por
supuesto-, contestó Giovanni mirando ahora si a su compañero de
asiento.
-Excelente,
hace mucho que no hacía un examen. Bien, supuestamente son unos de
los herederos templarios que basan sus derechos en una supuesta carta
en la que Jacques de Molay, último gran maestre conocido de la orden
templaria, le legaba a un tal Jean-Marc Larménius su control sobre
la orden. Esta carta está fechada, según parece en 1324 y en
realidad tomó conciencia de si misma la Orden en el año de nuestro
señor de 1804, año en el que Bernard Fabré-Palaprat dio a
conocer la orden renovada, seguramente auspiciada por el mismísimo
Napoleón Bonaparte, en una ceremonia en la iglesia de San Pablo y
San Antonio de París. Aunque en realidad, parece que más que una
orden, habría creado casi una iglesia paralela que negaba la
resurrección de Cristo y otras lindezas con algunos sacramentos. La
excusa para justificar su línea sucesoria es que Jean-Marc Larménius
recogió el testigo de Molay que fue pasando en la clandestinidad, tras haber condenado a los “expoliadores del legado templario”, de mano en mano hasta llegar a él. Casi como una logia masónica. En
la actualidad, aparentemente, es una congregación de hombres y
mujeres de firmes creencias religiosas, con cierto poder económico y
con muchos contactos en muchos sitios-.
-Ahora
dime que he aprobado y que el documento que tengo que autentificar es
esa carta que no habéis dejado ver a casi nadie en todo este tiempo.
Por favor, dímelo-.
-Ciertamente
has aprobado con nota, pero lo siento, ese documento es auténtico y
ni yo ni nadie de mi entorno tiene acceso a él-, contestó Giovanni
mirando con una sonrisa bastante cínica a Ángel.
-Otra
pregunta, si no te molesta-.
-Por
favor-, contestó Ángel sonriendo a su “Jefe”.
-¿Sabes
que es el Baphomet?-
-Esa
es de primero de historia, por favor-. Ángel lamentaba lo sencilla de
la pregunta, pero vio en su interlocutor que para él era importante
la respuesta.
-Está bien, se trata de un elemento que los templarios utilizaban para el
juramento de fidelidad de los que estaban en el capitulo del circulo
de dirigentes de la orden. Al parecer, había réplicas en todas las
encomiendas. Se trataba de una cabeza de hombre barbado. En algunas
representaciones se veía como una cabeza con tres caras. Durante la
sentencia a la orden se acusó a los templarios de idolatría por
adorar esta cabeza. Algunos de ellos se defendieron diciendo que se
trataba de una reliquia, una representación de la cabeza de San Juan
Bautista. En algunos casos se ha pensado que podía ser la original
esa cabeza, o lo que quede de ella.
Si
entramos en la leyenda, se cree que hacía crecer la prosperidad a su
alrededor y que, por supuesto, estaba cubierta de oro y piedras
preciosas, pero solo es leyenda, no se ha podido demostrar nada-.
-Evidentemente
hemos acudido a la persona correcta-, dijo Giovanni sin ocultar cierta
admiración por los conocimientos de Ángel.
-Por
supuesto Giovanni, por supuesto-, contestó Ángel.
-Bien,
mañana por la mañana empezaremos con tu trabajo. Te explico.
Tenemos un chalet en Dos Hermanas donde tienes todo lo necesario para
empezar a trabajar. Vas a certificar que tres documentos son
originales, tanto por las pruebas de carbono como por la escritura,
sellos, etc. El primer documento es una de las cartas enviadas por el
Papa Clemente V para que se intervinieran todos los bienes de los
templarios el día 13 de Octubre de 1307, fecha, como bien sabes, de
las primeras detenciones-.
-Los
otros dos documentos-, e hizo una pausa para observar la atención
casi infantil de Ángel, -son dos escritos con el sello de la Orden al
parecer escritos en Francia 30 días antes, es decir el 13 de
Septiembre, en las se daban instrucciones precisas de donde guardar
dos cosas, en lenguaje templario, el Bafumet y la mesa del rey-.
La
cara de Ángel era como la del niño que acaba de encontrar los
regalos que los Reyes magos han dejado en el salón de su casa.
-Pero
tiene riesgos la misión-, continuó Giovanni. -No somos los únicos
que lo buscamos. Tenemos a unos duros competidores, herederos de una
rancia tradición y de un apellido legendario Beaujeu-. Giovanni dejó
el nombre en el aire esperando la reacción de Ángel.
Este
tardó unos segundos en reaccionar, era como vivir un sueño. -Si-,
comenzó a responder, -se dice que Jacques de Molay le eligió por ser
sobrino de su antecesor en el puesto para que pudiera salvar lo
máximo de la orden. Se supone que le cedió los conocimientos, la
más preciada reliquia de la orden, el dedo índice de la mano
derecha de San Juan Bautista y las claves para hacerse con el tesoro
templario, escondidas en la tumba de su tío a la que tendría acceso
tras pedir permiso al rey Felipe “el hermoso” de Francia para
exhumar los restos de su tío y enterrarlos en el panteón familiar.
Tras ello se reunió con otros ocho caballeros fieles que volvieron a
propagar el mensaje a través de la arquitectura hasta fundar por el
siglo XVIII las logias masónicas escocesas. Pero esto es aún más
leyenda-.
-Exacto-,
afirmo Giovanni. -Estos han tenido los documentos durante muchos años,
buscando extraños aliados, mafiosos, traficantes y constructores-,
dijo Giovanni como metiendo a los últimos en el mismo saco
despreciable que los dos anteriores.
Estaban
regresando al hotel y apenas había pasado una hora desde su salida.
Giovanni
se dirigió ahora a Ángel con una mirada casi asesina, -No podemos
tolerar filtraciones, tu pareja debe mantenerse al margen. Todos los
días saldrás y cogerás el taxi que esté en medio de la parada, el
segundo delante del hotel. El taxista sabrá a donde tiene que
llevarte. No puedes comentar nada a nadie, solo di que está
estudiando unos códices del siglo XIII, nada más. Mañana te
esperamos anhelantes a las nueve de la mañana-.
Acababan
de llegar a la puerta del hotel, casi sin darse cuenta, Ángel se
bajó del coche y antes de cerrar la puerta preguntó, -¿Realmente
sois de la Orden Soberana y Militar del Templo de Jerusalén?-
-Hasta
mañana Ángel, disfruta de la noche sevillana y de tú guapísima
mujer-, contestó Giovanni cerrando la puerta.
Ángel
subió por las escaleras casi dando saltos. Al llegar a la puerta de
la suite se serenó, no podía transmitirle a Miriam su exaltación.
Era mejor que ella supiera lo justo, por su seguridad. Al fin y al
cabo, ella empezaría a trabajar en unos días, eso le
permitiría tenerla entretenida.