jueves, 9 de julio de 2015

Capitulo IV: El final de la cuenta atrás.



Su reloj ya marcaba las cinco y diez de la tarde. Estaba nervioso. En la acera en la que estaba esperando empezaba a dar la sombra y el sol estaba comenzando a esconderse. Benito se había despejado algo con el paseo que acababa de dar hasta la Maestranza, rodeándola para colocarse cerca de la puerta que daba acceso al recinto y al museo taurino.
 De pronto vio detenerse un Audi A8 negro con los cristales tintados justo delante de la Puerta del Príncipe. De la puerta de atrás, que se abrió casi en marcha, bajaba con una flexibilidad envidiable, al menos para él, que se sentía incapaz de bajarse del coche sin tomar apoyo en ningún lado, un hombre alto, con el pelo rapado como los marines americanos que salían en las películas.
rodeándola para colocarse....

 Lo primero que le llamó la atención, fue que no era la persona que el esperaba, eso no le hacía sentirse muy cómodo. Segundos después, el vehículo se detuvo totalmente unos cuatro o cinco metros más adelante. El rubio enorme se acercó a la puerta delantera derecha y la abrió dando un giro sobre sus pies para, de una sola pasada, revisar todo el perímetro. Seguro que se trataba de un guardaespaldas. En ese momento, teniendo en cuenta que estaba parado en un punto prohibido el vehículo, un taxi pasó pitando e increpando desde dentro del habitáculo, pero no consiguió inmutar a ninguno de los tres hombres que habían llegado en el coche.
Benito seguía mirando la escena, como si se tratara de una película que rodasen frente a él, hasta que, fijándose en el hombre que bajaba del coche comprobó que se trataba del guaperas con quien había quedado. 
 Empezó a moverse no sin ciertas dificultades para recorrer los no más de diez metros que le separaban de su cita. El guardaespaldas le revisó de un vistazo, como si pudiera ver si era o no peligroso con solo mirarlo. Benito pensó que el maromo gilipollas no debía saber a quien estaba mirando con ese desprecio.
Lo cierto es que al guardaespaldas no le importaba especialmente. Su misión era comprobar que no había riesgo para su jefe y, evidentemente, ese retaco rechoncho no era peligro para nadie por lo que tampoco tenía que fijarse más en él.
Giovanni miró a su interlocutor como queriendo comprender que podía ofrecerle tamaño elemento. Había hablado con ese hombre dos veces antes de esta reunión, solo la segunda cara a cara, pero no dejaba de sorprenderle que este señor tuviera la información que tanto llevaba buscando. Giovanni era un hombre con marcados rasgos latinos, moreno, de ojos verdes, alto y bien parecido, con una penetrante mirada y una presencia que demostraba cuidados en lo físico y serenidad en lo emocional.
Benito rompió el fuego de la conversación.
- Que, pasamos para dentro o vamos a seguir aquí a la vista de todos-.
-Buenas tardes, Benito-. Replicó Giovanni con un suave gesto, brindándole la mano que el otro estrechó sin mucha convicción. Tenía un suave acento italiano, apenas perceptible en frases tan cortas.
-Me alegro de volver a verte Benito, ¿Estas bien Benito?-
Al antiguo empleado de Banca le ponía nervioso que dijera su nombre prácticamente en cada frase. La verdad es que el guaperas le ponía bastante nervioso desde el principio de su relación.
Giovanni le indicó con la mano izquierda el camino hacia la entrada del museo, cediéndole el paso con una sonrisa que a Benito se le antojaba hipócrita y forzada. Por otro lado, que coño, este tío no era su amigo, pensó Benito. Era su salvación económica, pero nada más. En ese momento le hubiera gustado tomarse una cervecita que le calmara los nervios.
 Pasó delante mirando de reojo al guardaespaldas que les seguía a unos siete u ocho pasos. Al llegar a la puerta, Giovanni pagó las tres entradas, sin decir nada a la persona de la taquilla. Solo hizo el gesto con la mano. Comenzaron a pasear por dentro sin mucho interés por lo que encontraban a su paso.
-Bien Benito, cuéntame lo que quiero saber.- Disparó a bocajarro Giovanni.
Benito contestó, no sin cierto nervio.
- Primero el dinero, sesenta mil euros, que es lo que pactamos.-
-El dinero lo lleva él, ese caballero que viene tras nuestros pasos. Tiene la orden de dártelo a un gesto mío. Pero eso solo sucederá si me proporcionas la información que hemos pactado.-
 -No temas nada, no me interesa estafarte, solo quiero que me digas lo que quiero y esto se resolverá bien para ambas partes.- Respondió Giovanni sin alterarse lo más mínimo. 
Su voz era tan plana, tan neutra que Benito no era capaz de comprender si estaba enfadado, nervioso o tranquilo como aparentaba.
Benito asintió sin mucha convicción, pero tampoco tenía más salidas. El guaperas no lo sabía, pero era su única oportunidad. Se acercó a Giovanni, dando la espalda al escolta, para decirle algo al oído. Giovanni relajó sus brazos adoptando una posición casi sacerdotal, como si esperase escuchar la confesión de un pecador.
-Ronda de Capuchinos 19, oficina BBVA, caja de seguridad número 1120.-
-Son tres pergaminos, dos con el escudito del caballo y otro con una Tiara Papal y el centro es como a rayas. Solo he podido ver eso, pero te garantizo que van a mirar esos papeles al menos, siete u ocho veces al año. Lo he seguido comprobando después de jubilarme.- Dijo casi susurrando Benito. 
En aquel momento su pulso debía ser de doscientos.
- El próximo lunes entre las diez y las diez y media han programado otra visita-.
Giovanni esbozó una sonrisa que dejaría helado a quien estuviera delante. 
Por un momento, Benito temió por su integridad, pero al segundo apareció el escolta de Giovanni tras de él y le puso en la mano un sobre. Antes de que pudiera abrirlo, Giovanni le contó lo que contenía.
- Solo tiene veinte mil euros. El resto te lo daremos cuando comprobemos que la información es correcta y nos sirve para nuestro cometido-.
-Joder, ¡eso no era lo pactado!- Dijo cabreado Benito.
-Es lo que tiene vender la información de forma ilegal, que te tienes que amoldar a lo que el más fuerte quiera,- le respondió Giovanni mirándole con cara de, si no te gusta dilo y aliviamos tu sufrimiento.
La cara de Benito se puso más blanca de lo normal.
- Está bien, no hay problema, no tengo ninguna duda de la información que tenemos entre manos-.
-Bien Benito, bien. Me alegra que estemos de acuerdo. El lunes por la mañana veremos si realmente vale lo que nos pides. Estaremos en contacto. Por la mañana nos acompañarás al banco. Si todo va bien, yo te volveré a llamar después para liquidar nuestra deuda contigo o para liquidarte a ti si nos has contado algo falso-, le dijo Giovanni sin ni tan siquiera mirarle a los ojos.
-Seguro que no tienes ningún problema-, respondió Benito visiblemente nervioso y empezando a sudar por el miedo que la situación le producía.
-Así lo espero Benito, así lo espero-. Giovanni ya le había dado la espalda y salía por la puerta con su fiel escudero detrás.
 Benito tomó aire e intentó recuperar la calma. Ese tío le ponía muy nervioso. Necesitaba una cerveza y un cigarro con urgencia. Se dirigió a la puerta para salir al aire libre y girar rápidamente hacia su barrio. Lo primero que tenía que hacer era guardar parte de esa pasta. Si eso era, iría a su pensión y lo escondería en algún sitio.
 Mientras caminaba, recordó como Giovanni hace unos meses se puso en contacto con él, como si supiera todo de su vida. El no sabía nada de ese tío, pero la oferta que le hizo fue muy tentadora. El italiano conocía a sus hijas, a su ex-mujer, a la que podía cargarse el muy cabrón y así solucionarle la vida del todo.
 En cierto momento de su primera conversación le había insinuado que podía  ganar dinero con esto y no tener problemas o negarse y crear problemas para él y para sus hijas, y eso le preocupaba especialmente. Sus hijas no querían saber nada de él. Pero su misión como padre era evitar que ellas pudieran sufrir, aunque su madre las hubiera puesto en su contra, ya verían la verdad, ya la verían.
En esto estaba su pensamiento cuando se dio cuenta que a lo mejor, la" T " mayúscula roja que llevaba el italiano de las narices podía ser la insignia de una empresa. Tenía que intentar enterarse. Pero eso sería mañana, ahora tenía que guardar el dinero y correrse una buena juerga, por si acaso.
Esa noche tenía pinta de ser bastante larga. Benito sonrió abiertamente. Hacía mucho tiempo que no tenía un día tan bueno y durante unos segundos comenzó a paladear el sabor del triunfo.