Benito
había bebido demasiado, como siempre. Le habían dejado en la puerta
de la catedral hacía dos días más o menos, el tiempo no era lo
suyo y no sabía donde tenía el reloj.
Debía
llevar al menos veinticuatro horas en la habitación en la que
estaba. Era una enorme suite. Siempre había
querido quedarse una noche en ese hotel. Lo que no había pensado
nunca era en hacerlo con dos mujeres. En este momento era el rey del
mundo. Estaba en el mejor hotel de Sevilla con dos hembras de
bandera, ese era el sueño de casi todos los hombres, al menos de los
que él conocía. Rebuscó sobre la mesilla de su izquierda y
encontró un teléfono móvil. Apretó un botón a ver si aparecía
la hora y descubrió que eran las cuatro de la mañana. A su derecha
estaban acostadas las dos prostitutas de lujo que había contratado.
Admiró las nalgas de una de ellas que estaba de espaldas a él. Se
lo había montado con aquellas dos tías, eso tenía que contarlo,
aunque no se lo creería nadie. Tenía que hacer una foto de la
habitación con esas dos jacas en pelotas encima de la cama. Llamó a
recepción.
Tardaron
algo en coger el teléfono y al otro lado salió la voz de un
recepcionista somnoliento.
-Dígame
señor, respondió el recepcionista.-
-Hola-,
balbuceó Benito como no sabiendo si le saldría la voz, -necesito una
cámara de fotos-.
-¿Como?- Preguntó el recepcionista frotándose los ojos.
-Una
cámara, joder. Y deprisa-.
-Si,
si señor, enseguida se la subimos-.
Benito
colgó el teléfono y comprobó que, en la mesilla de noche tenía
cocaína y restos de alguna droga más. Cogió un tubo plateado y
esnifó un poco de la droga. Se quedó mirando los cuerpos desnudos de ambas.
No
habían pasado ni dos minutos cuando llamaron a la puerta sin meter
mucho ruido. Benito fue con una toalla tapándose para abrir. En un
primer momento pensó en tapar a las dos mujeres, pero quería
exhibir su hazaña. Se iba a cagar el conserje cuando viera las dos
jacas que se estaba zumbando. Sonrió mientras se acercaba a la
puerta.
Al
abrir la puerta, cambió radicalmente el rictus de la cara de Benito.
Al otro lado de la puerta estaba un hombre orondo como él, con el
pelo largo y blanco y un bigote muy poblado también totalmente
blanco. Era evidente que no trabajaba en el hotel, pensó Benito. El
caso es que le sonaba la cara. Pero su mirada cambió radicalmente
cuando vio las armas cortas que llevaban los dos acompañantes del
primer hombre que se había encontrado. Benito reculó hasta tocar con
sus posaderas el taquillón de la suite.
-Buenas
noches Benito-, casi susurró el hombre del pelo blanco con una mirada
felina y un retintín que nada gusto al obeso banquero jubilado.
Mientras decía esto, entraban los tres en la habitación. El del
pelo blanco se quedó mirando a las dos mujeres desnudas.
Benito preguntó
sin esperar respuesta alguna, -¿Quienes son, qué quieren?
-Despierta
a estas furcias y vístete, tú controlarlo-, le dijo Ricardo a uno de sus
acompañantes.
Benito,
visiblemente acojonado, despertó casi con mimo a las dos
prostitutas. -Venga guapa, vestiros y largaros-. Las dos prostitutas
percibieron en el ambiente algo extraño y ni rechistaron, recogieron
con celeridad sus cosas y lo suficientemente vestidas como para no
dar un escándalo, salieron por la puerta. Benito terminaba de
vestirse cuando el del pelo blanco le dijo, -¿Te acuerdas de mi,
Benito?-
-No-,
balbuceó mientras trataba de abrocharse los pantalones.
-Bien,
bien-, dijo mientras jugueteaba con los restos de cocaína. -Te
refrescaré la memoria. Soy el padre del hijo de Madelaine. ¿A que
ahora si te suena la música?-
-Si,
Ricardo se llamaba usted-.
-Correcto,
me sigo llamando-. Sonrió Ricardo con cierta sorna.
-Ya
sabes que es lo que quiero. ¿Verdad?-
-No
se de que me habla-, contesto Benito con cierto estupor.
-Refrescarle
la memoria-, dijo Ricardo a los dos armarios que le acompañaban y que
le propinaron cinco o seis puñetazos a Benito en décimas de
segundo.
-Donde
están ella y mi hijo-, preguntó Ricardo a no más de un palmo de los
bigotes de Benito. -No repetiré la pregunta-, prosiguió mientras
hacía gestos a sus sicarios para que siguieran con la paliza.
-No
lo sé contestó Benito, no tengo ni idea. Nos llevaron con los ojos
tapados, ¡al menos a mí!!!- Gritó en un vano intento de ahorrarse
unos cuantos golpes más.
-¿Han
conseguido salvar los papeles?- Preguntó de nuevo Ricardo.
-No,
se los cogieron, les obligaron a entregarlo-s.
-¿Cómo?- Dijo Ricardo esperando respuesta rápida.
No
lo sé, solo se que estaban atando a la señora antes de impedirme
verlo.
-¿Como
se llamaba tú pagador?- Preguntó Ricardo mientras intentaba
tranquilizar a Benito reduciendo el tono de su voz.
La
cara de Benito reflejaba cada vez más tensión. Sentía una fuerte presión en el pecho y como le empezaba a faltar el aire. Ya no
sabía si era la tensión, las drogas o que cojones le pasaba. De
pronto sintió una punzada en el pecho y la voz de Ricardo que decía,
me cago en el puto gordo, a ver si se me va a morir sin decir nada.
De repente sintió calma, sin poder respirar, pero calma.
Ricardo
miró los ojos abiertos e inexpresivos de Benito. -Me cago en su puta
madre, al final no nos ha dado nada-, dijo mientras le daba un
puntapié en el costado que le dolió más a él en el pie que a
Benito. Uno de sus hombres se agachó para tomarle el pulso en la
muñeca. -No se lo encuentro. Está muerto-, dijo sin mucho interés en
el cuerpo.
-Que
se note que había estado de juerga y vámonos antes de dejar más
huellas. Pasar un trapo por donde hemos tocado, que no quiero tener
problemas por la muerte de este imbecil. Tú, dijo al otro sicario,
llama el montacargas y avisa para que nos esperen con el motor en
marcha-, le ordenó mientras se limpiaba las manos con su propio
pañuelo.