domingo, 5 de julio de 2015

Capitulo II Bajo la protección del hogar

Madelaine acababa de despertarse. Debía ser bastante tarde. Traspasando el denso cortinaje de la ventana de su habitación empezaba a pasar algo de luz, lo cual le indicaba de forma clara que ya habían pasado las doce del mediodía. 
Volvió a acurrucarse bajo el fino edredón, buscando el calor que todavía reinaba en la cama, como no queriendo despertar. En el fondo, pensó, tampoco tengo nada urgente que hacer.
 Recorrió con su mirada lo poco que se veía de su enorme dormitorio hasta llegar al despertador que estaba en su mesilla izquierda. Cuando se lo regaló su hijo, pensó que no lo pondría nunca al alcance de su vista, era uno de esos despertadores digitales con números verdes y que, según lo veía ella, quedaba como un arma en un altar en medio de un dormitorio clásico y con cierto aire dieciochesco. 
Pero un día cedió a la práctica de poder ver la hora sin moverse demasiado en la cama. 
era una rata de biblioteca...

Tal y como ella pensaba, eran las doce y cuarto. Suspiró como si el esfuerzo de levantarse superara sus capacidades físicas. Se quitó en un rápido gesto la ropa de encima para sentarse en el borde de la cama buscando con los ojos cerrados y a tientas las zapatillas que había dejado allí cuando se acostó.
Llego hasta el baño y al encender la luz vio su imagen reflejada en aquel enorme espejo. A veces no se reconocía. Hacia dos meses que había cumplido los sesenta y cinco años, pero seguía conservando un atractivo interesante, al menos eso era lo que le decían, y lo que ella creía ver reflejado en aquel espejo. 
Abrió el grifo del baño con la intención de llenar la bañera y empezar el día poco a poco. Pero cuando sus dedos jugueteaban con la temperatura del agua, alguien llamó a la puerta de su alcoba.
-Mamá, Il est midi passé, tout va bien?-
Evidentemente se trataba de su hijo. Era el único que hablaba en francés con ella en esa casa.
-Si hijo mío, estoy bien, preparándome el baño. ¿Podrías decirle a Anselma que me prepare un café y algo que comer? Y que me lo suba al baño, quiero arrancar el día con tranquilidad-.
-Claro. Te recuerdo que esta tarde tenemos que preparar nuestro viaje de control a Portugal y nuestra visita para ver la documentación, lo recordabas, ¿Verdad?-
Se acercó a la puerta tras ponerse un batín sobre su cuerpo ya desnudo, abrió con cierta urgencia encontrando a su hijo con la oreja prácticamente pegada a la puerta.
 -Creo que nunca lo he olvidado, cariño.- dijo mientras Jacques separaba su cara de la puerta.
-También creo que deberías quitarte esa manía de hablar a voces y la de escuchar tras las puertas. Vas a cumplir 46 años, y a veces te comportas como cuando tenías seis. Dame un beso de buenos días hijo y haz lo que te he pedido. Esta tarde lo planificaremos todo.-
Jacques dejo la planta alta de la casa y bajo a la cocina para dar curso a las instrucciones de su madre. 
Desde pequeño, le habían instruido para cumplir con fe ciega las órdenes de sus familiares mayores y de sus superiores.
Tras dejar las cosas de su madre organizadas volvió a su biblioteca, su Santa Sanctorum. Como buen historiador, era una rata de biblioteca, con cierta forma física adquirida a golpe de gimnasio, pero seguía siendo una rata de biblioteca. 
Ante él aparecían varios volúmenes en latín sobre la primera cruzada. En eso se había especializado tras estudiar la carrera y hacer varios doctorados en diferentes universidades. Pero tampoco tenía otra posibilidad dado el origen de su familia y la descomunal obra que se les había encomendado desde bien jóvenes.
Madelaine se sumergió en el agua caliente con extremo placer, mientras Anselma le servía el café con unas tostadas con aceite y jamón. En ese momento pensó que definitivamente sus desayunos ya eran totalmente españoles, no había nada menos francés que desayunar eso. Bueno pensó, al fin y al cabo, llevo más de 40 años en este país. Ya hace tiempo que soy más española que francesa. El aroma del café y el calor del agua, le produjo un placer que la alejaba de todo lo que tendría que hacer en los próximos días. Dios mío, exclamo, me empieza a cansar esta delicada misión que hace más de seiscientos años colocaste sobre las espaldas de mi familia. Mientras decía esto, apoyo el cuello en el sitio que para ello tenía la bañera y dejo correr un chorro de agua desde la esponja sobre su pecho, percibiendo el calor del agua y disfrutando de ello.
Jacques ya había preparado toda la intendencia del viaje a su casa de Portugal, cerca de Torres Novas. Era una finca agradable y aislada de la civilización, donde se retiraban al menos seis veces al año. Aparentemente para disfrutar de sus caballos de pura raza portuguesa, realmente para poder supervisar el estado en el que se encontraba “la misión”. 
Estaba leyendo en latín un libro con apariencia de nuevo, pero que se trataba de una  re edición de la sentencia dictada contra Los Templarios. Según todos los historiadores, la mayor aberración procesal cometida en Europa. Entró su madre con el pelo aún algo húmedo y recién vestida con la elegancia habitual en ella. De no ser por el leve desorden de su largo pelo rubio, parecería que estaba dispuesta para salir a comer en alguno de los mejores restaurantes de Sevilla. Su madre siempre desprendía ese agradable olor a incienso de hierbas aromáticas que hacía a Jacques volver por un instante a su niñez al cerrar los ojos.
-Veo que ya estas plenamente activa, madre-, le dijo sin ni tan siquiera levantar los ojos del libro que seguía leyendo no sin cierto desdén, como si lo releyera de nuevo buscando algo que hubiera pasado desapercibido.
-Nada como un baño y un café para recuperar toda la capacidad cerebral, hijo mío. ¿Ya has terminado todos los preparativos?- Contestó Madelaine, con el fin de ponerse a trabajar en ello si fuera necesario.
-Todo está preparado, mamá. Todo menos la seguridad para trasladar algunos documentos-, contesto Jacques.
-Comprendo. No creo que la seguridad normal sea suficiente en este caso, pero tampoco creo que debamos montar un numerito. Sería bueno seguir pasando lo más desapercibidos posible, ¿No crees?- Dijo ella en un tono que parecía más una orden que una sugerencia.
-Por supuesto que sí-, contestó Jacques cerrando de golpe el libro y mirando a los ojos de su madre, mientras sonreía a esta, dándole a entender que ambos eran de la misma opinión.
 -Opino que con seis hombres llevaríamos seguridad suficiente sin parecer un transporte blindado. Dos serán los habituales y traeremos dos de los más fieles de la oficina de París. Los otros dos, pueden ser de nuestros amigos de Marbella. Serán mercenarios, pero al estar bien pagados, no creo que sean un problema.- Jacques creía seguro haberlo planificado a gusto de su madre.
-No, contesto su madre, no quiero poner en conocimiento de París este operativo, y menos aún de tus amigos de Marbella-, dijo enfatizando el tus aclarando que eran amigos de su hijo, que ella nunca había aprobado.
-No, repitió. Creo que es preferible desplazar a tres de nuestros hombres de Sevilla, de los que nos custodian de forma habitual. A ser posible, ningún francés, solo españoles o portugueses.- Ahora si que Jacques no tenía ninguna duda que se trataba de una orden.
-Sincèrement, me fío más de los franceses que de estos, pero tu mandas, madre-. El tono de Jacques se había enfriado en el final de la frase.
-Entonces que así sea, españoles y portugueses. No es por llevarte la contraria, pero si en París conocen este movimiento, podemos tener alguna filtración desagradable. ¿Comeremos juntos hoy?- confirmó ella.
El salto en la conversación de su madre cogió a Jacques en fuera de juego.
- Claro- balbuceó, como perdido por ese cambio de tema tan rápido.
-Pues voy a secarme el pelo y a hacer unas compras por Nervión. Nos vemos a las tres y media en La Hostería del Laurel, ¿De acuerdo?-
-Está bien mamá, que usted lo compre bien, sea lo que sea. Creo que yo me quedaré estudiando un ratito más antes de salir a tomar el aperitivo-, contesto él volviendo la vista a los libros.
-Bien cariño, pero ten cuidado, que esos libros te van a sorber el seso-, le contesto mientras sonreía de forma socarrona mirando a su hijo por encima del hombro, esperando que sus palabras provocaran la desaprobación de Jacques.
- maman, ne vous inquiétez pas.-

Madelaine subió la escalera con una frescura impropia de su edad, pensando ya en  disfrutar de su pequeño ratito de compras.