Ricardo
parecía un lobo enjaulado, más de lo habitual. No solo había
perdido la conexión con su hijo, tampoco podía contactar con el
portugués cabrón que se suponía que estaba de su lado. Como
pillara e ese tipo, se iba a acordar de Ricardo Carpintero para toda
su vida. Andaba de un lado a otro de la habitación con los
teléfonos, llamando a París, donde no sabían decirle nada sobre
uno de sus hombres perdido, a Sevilla, donde intentaban sacar algo de
información del paradero de su hijo y de Madelaine de los círculos
habituales, a Marbella, donde sus socios rusos y croatas estaban
buscando hasta debajo de la piedras y, por supuesto, llamando al
portugués al que no localizaba ni a tiros. Había mandado a dos
hombres a la finca que la madre de su hijo tiene en Portugal, a ver
si eran capaces de encontrar algo, pero parecía que se los había
tragado la tierra. Se estaba poniendo muy nervioso, había conseguido
financiación para el operativo de algunos socios serbios y rumanos
en otros negocios en esos países. A Ricardo no le gustaba gastar su
dinero, solo enseñarlo como un trilero con la bolita. En el fondo
era un rata de cuidado. Solo quería ganar él a ser posible el último euro.
Pero ahora esto planteaba un problemita, si no tenían resultados tangibles, sus socios capitalistas se iban a poner muy nerviosos, y estos animales de la Europa del este lo arreglaban todo a tiros. Cada vez que lo pensaba se ponía más nervioso. Se había sorprendido en varias ocasiones pensando en como excusarse y a quien podía utilizar como cabeza de turco, por si la cosa se ponía fea.
Pero ahora esto planteaba un problemita, si no tenían resultados tangibles, sus socios capitalistas se iban a poner muy nerviosos, y estos animales de la Europa del este lo arreglaban todo a tiros. Cada vez que lo pensaba se ponía más nervioso. Se había sorprendido en varias ocasiones pensando en como excusarse y a quien podía utilizar como cabeza de turco, por si la cosa se ponía fea.
Llamó
a la “chacha” para pedirle algo de comer. En este momento no le
tranquilizaba ni ver a la golfa esta ligera de ropa, pensó mientras
miraba el escote de Tatiana. Su cabeza no dejaba de dar vueltas a
alguna solución. De repente sonó uno de los teléfonos, casi
provocando un infarto al cortar con el sonido del NODO el molesto
silencio que reinaba en la habitación.
-Tráeme
el teléfono, ¡rápido!- Gritó a Tatiana que obedeció sin mucha
gana.
-Ahora
vete a tomar por culo de aquí, espetó Ricardo con la delicadeza de
una docena de cerdos cerca de la comida.
Descolgó
el teléfono sin saber quien le llamaba, ponía que era un número
oculto, lo cual no le gustaba nada, pero sabía que tenía que
cogerlo.
-¿Si?-,
contestó con cierta urgencia.
-Bon
Jour monsieur Carpintero-, contestaron al otro lado de la línea. -Tenemos alguna información importante para usted, referente al
paradero de su familia, o lo que sean suyo-, dijo la voz con marcado
acento francés. Ricardo intentaba reconocer la voz, o los ruidos, o
algo que le diera pistas.
-¿Quien
coño eres tú?-
-Creo
que debería tratarme con más educación si no quiere que me los
cargue a los dos y le envíe sus cabezas en una caja antes de entrar
en su casa y pegarle una paliza que no olvidará en su vida-. Mientras
decía esto no alteró el tono de voz, era como si estuviera tan
seguro de si mismo que no le cupiera duda del resultado de lo que
acababa de contar.
-Creo
que ya tengo toda su atención. Sabemos que lo que le pedimos lo
puede conseguir en menos de cuarenta y ocho horas, sin policía y sin
dar parte a los hijos de puta de socios que tiene. Si hace todo lo
que le pedimos, nadie sufrirá más, me entiende, ¿verdad?-
-Si-,
contestó con humildad inusual.
-Bien,
pasado mañana, a las cuatro de la tarde, deberá cruzar solo el puente de
Triana, en Sevilla, con una bolsa de deportes que contenga dos
millones de euros, que sacará mañana de sus cuentas y de la caja
fuerte que tiene en su casa. Al llegar al otro extremo del puente, al
de Triana, recibirá una llamada con la siguiente orden-.
-Si
va con alguien, o alguien le sigue o espera, le matamos a usted y a
todos los suyos que tenemos presos, si intenta poner algo en la bolsa
o en el dinero para seguir la pista, les matamos a todos-.
-Tenga
en cuenta que no es por dinero, son negocios. ¿Ha quedado claro?-
Ricardo
se quedó callado durante unos segundos, como si no lo hubiera
entendido con claridad.
Gritó
la voz del otro lado de la línea, -¿Ha quedado claro?-
-Si,
si-, contestó aturdido Ricardo, pero no sé si podré juntar esa
cantidad en tan poco tiempo.
-Ricardo,
no nos tome por imbéciles, ¿quiere que le diga de donde sacarlo?-
-Creo
que no, no será necesario-.
-Gracias.
Otra cosa, que este número de teléfono no se quede sin batería,
muchas vidas dependen de ello-. Fue lo último que escuchó.
Se
cortó la comunicación y Ricardo quedó mirando el teléfono como
pensando en lo que acababa de ocurrir.
Giovanni
había estado escuchando la conversación junto con Madelaine. El
hombre que acababa de hacer la llamada le miró buscando la
aprobación por el trabajo bien realizado.
-Creo
que se ha tragado el anzuelo, dijo Madelaine, no me gustaría estar a
su lado hoy, no va a ser bueno-.
-No
te preocupes, la persona que tenemos en su equipo está a salvo, es
demasiado importante, y le odia mucho, pero mucho, mucho, mucho-, dijo Giovanni.
-No
me cuesta imaginarlo-, contestó Madelaine.
-¿Te
puedo hacer una pregunta personal, Madelaine?- Dijo con mucho respeto
el italiano.
-Si-.
Contestó ella con sequedad.
-¿Qué viste en este hombre para tener un hijo con él?-
Madelaine
sonrió mientras miraba al suelo, como buscando en su memoria. -Ahora
me cuesta verlo, pero era romántico y seductor. Y yo necesitaba
cariño de fuera de mi familia. Pero tuvimos a Jacques, y eso lo
complicó todo-.
Giovanni
asintió sin atreverse a mirarla a los ojos.
-Tengo
trabajo que hacer-, dijo sin volver a mirar a la cara de Madelaine.
-No
me importa que lo quitéis de en medio, no quiero que vuelva a
aparecer en mi vida. A mi hijo podré perdonarle, pero no a este
cabrón-.
El
insulto sonó como una bomba en la boca de una persona que no decía
una palabra más alta que otra prácticamente nunca.
-Ya
veremos, ya veremos-, contestó Giovanni, -no somos asesinos-.
-Ya,
pero que sepas que el mundo sería un sitio mejor sin este tipo-, continuó ella.
Giovanni
asintió y salió de la habitación. Estaba plenamente de acuerdo con
la opinión de la mujer, pero no le gustaba quitar vidas sin sentido.
Creía que su deber era consultarlo con sus superiores, pero ahora
necesitaba contactar con sus investigadores en los diferentes
frentes.