jueves, 10 de septiembre de 2015

Capítulo XXIII: Se cierra el lazo.



  Ricardo parecía un lobo enjaulado, más de lo habitual. No solo había perdido la conexión con su hijo, tampoco podía contactar con el portugués cabrón que se suponía que estaba de su lado. Como pillara e ese tipo, se iba a acordar de Ricardo Carpintero para toda su vida. Andaba de un lado a otro de la habitación con los teléfonos, llamando a París, donde no sabían decirle nada sobre uno de sus hombres perdido, a Sevilla, donde intentaban sacar algo de información del paradero de su hijo y de Madelaine de los círculos habituales, a Marbella, donde sus socios rusos y croatas estaban buscando hasta debajo de la piedras y, por supuesto, llamando al portugués al que no localizaba ni a tiros. Había mandado a dos hombres a la finca que la madre de su hijo tiene en Portugal, a ver si eran capaces de encontrar algo, pero parecía que se los había tragado la tierra. Se estaba poniendo muy nervioso, había conseguido financiación para el operativo de algunos socios serbios y rumanos en otros negocios en esos países. A Ricardo no le gustaba gastar su dinero, solo enseñarlo como un trilero con la bolita. En el fondo era un rata de cuidado. Solo quería ganar él a ser posible el último euro.
 Pero ahora esto planteaba un problemita, si no tenían resultados tangibles, sus socios capitalistas se iban a poner muy nerviosos, y estos animales de la Europa del este lo arreglaban todo a tiros. Cada vez que lo pensaba se ponía más nervioso. Se había sorprendido en varias ocasiones pensando en como excusarse y a quien podía utilizar como cabeza de turco, por si la cosa se ponía fea.
Llamó a la “chacha” para pedirle algo de comer. En este momento no le tranquilizaba ni ver a la golfa esta ligera de ropa, pensó mientras miraba el escote de Tatiana. Su cabeza no dejaba de dar vueltas a alguna solución. De repente sonó uno de los teléfonos, casi provocando un infarto al cortar con el sonido del NODO el molesto silencio que reinaba en la habitación.
-Tráeme el teléfono, ¡rápido!- Gritó a Tatiana que obedeció sin mucha gana.
 -Ahora vete a tomar por culo de aquí, espetó Ricardo con la delicadeza de una docena de cerdos cerca de la comida.
  Descolgó el teléfono sin saber quien le llamaba, ponía que era un número oculto, lo cual no le gustaba nada, pero sabía que tenía que cogerlo.
-¿Si?-, contestó con cierta urgencia.
  -Bon Jour monsieur Carpintero-, contestaron al otro lado de la línea. -Tenemos alguna información importante para usted, referente al paradero de su familia, o lo que sean suyo-, dijo la voz con marcado acento francés. Ricardo intentaba reconocer la voz, o los ruidos, o algo que le diera pistas.
  -¿Quien coño eres tú?-
  -Creo que debería tratarme con más educación si no quiere que me los cargue a los dos y le envíe sus cabezas en una caja antes de entrar en su casa y pegarle una paliza que no olvidará en su vida-. Mientras decía esto no alteró el tono de voz, era como si estuviera tan seguro de si mismo que no le cupiera duda del resultado de lo que acababa de contar.
  -Creo que ya tengo toda su atención. Sabemos que lo que le pedimos lo puede conseguir en menos de cuarenta y ocho horas, sin policía y sin dar parte a los hijos de puta de socios que tiene. Si hace todo lo que le pedimos, nadie sufrirá más, me entiende, ¿verdad?-
  -Si-, contestó con humildad inusual.
  -Bien, pasado mañana, a las cuatro de la tarde, deberá cruzar solo el puente de Triana, en Sevilla, con una bolsa de deportes que contenga dos millones de euros, que sacará mañana de sus cuentas y de la caja fuerte que tiene en su casa. Al llegar al otro extremo del puente, al de Triana, recibirá una llamada con la siguiente orden-.
  -Si va con alguien, o alguien le sigue o espera, le matamos a usted y a todos los suyos que tenemos presos, si intenta poner algo en la bolsa o en el dinero para seguir la pista, les matamos a todos-.
  -Tenga en cuenta que no es por dinero, son negocios. ¿Ha quedado claro?-
Ricardo se quedó callado durante unos segundos, como si no lo hubiera entendido con claridad.
Gritó la voz del otro lado de la línea, -¿Ha quedado claro?-
-Si, si-, contestó aturdido Ricardo, pero no sé si podré juntar esa cantidad en tan poco tiempo.
-Ricardo, no nos tome por imbéciles, ¿quiere que le diga de donde sacarlo?-
-Creo que no, no será necesario-.
-Gracias. Otra cosa, que este número de teléfono no se quede sin batería, muchas vidas dependen de ello-. Fue lo último que escuchó.
Se cortó la comunicación y Ricardo quedó mirando el teléfono como pensando en lo que acababa de ocurrir.
Giovanni había estado escuchando la conversación junto con Madelaine. El hombre que acababa de hacer la llamada le miró buscando la aprobación por el trabajo bien realizado.
-Creo que se ha tragado el anzuelo, dijo Madelaine, no me gustaría estar a su lado hoy, no va a ser bueno-.
-No te preocupes, la persona que tenemos en su equipo está a salvo, es demasiado importante, y le odia mucho, pero mucho, mucho, mucho-, dijo Giovanni.
-No me cuesta imaginarlo-, contestó Madelaine.
-¿Te puedo hacer una pregunta personal, Madelaine?- Dijo con mucho respeto el italiano.
-Si-. Contestó ella con sequedad.
 -¿Qué viste en este hombre para tener un hijo con él?-
Madelaine sonrió mientras miraba al suelo, como buscando en su memoria. -Ahora me cuesta verlo, pero era romántico y seductor. Y yo necesitaba cariño de fuera de mi familia. Pero tuvimos a Jacques, y eso lo complicó todo-.
Giovanni asintió sin atreverse a mirarla a los ojos.
-Tengo trabajo que hacer-, dijo sin volver a mirar a la cara de Madelaine.
-No me importa que lo quitéis de en medio, no quiero que vuelva a aparecer en mi vida. A mi hijo podré perdonarle, pero no a este cabrón-.
El insulto sonó como una bomba en la boca de una persona que no decía una palabra más alta que otra prácticamente nunca.
-Ya veremos, ya veremos-, contestó Giovanni, -no somos asesinos-.
  -Ya, pero que sepas que el mundo sería un sitio mejor sin este tipo-, continuó ella.
Giovanni asintió y salió de la habitación. Estaba plenamente de acuerdo con la opinión de la mujer, pero no le gustaba quitar vidas sin sentido. Creía que su deber era consultarlo con sus superiores, pero ahora necesitaba contactar con sus investigadores en los diferentes frentes.