Se
encontraba muy cansado, desde que se había metido de nuevo en toda
esta locura Ricardo no dormía bien, aunque a veces se preguntaba
como podía haber dormido bien alguna vez, con todas las putadas que
había hecho en su vida, a sus socios, a su familia y a cualquiera que
se pusiera en medio de sus intereses. Él se consideraba un inversor,
un hombre de negocios con no muchos escrúpulos. Siempre negocios,
eso pensaba Ricardo. Para todos los que estaban a su alrededor era un
niño rico que nunca había tenido que trabajar. Un especulador sin
ninguna intención de crear negocios, solo de ganar dinero fácil.
Durante muchos años se había dedicado a dar “ladrillazos”,
hasta que descubrió que podía montar negocios a base de
subvenciones inflando facturas para que los gobiernos regionales de
diferentes comunidades autónomas pusieran el dinero y después
especular con las posibilidades de las industrias montadas.
Le habían pillado en un par de ellas, pero como tenía buenos abogados y asesores fiscales, siempre caía de pie. Tan solo en una ocasión un polaco le había pegado una paliza por haberle dejado unas deudas brutales. Le dejó una semana en la cama y una cicatriz en la barbilla, pequeña, casi imperceptible.
Le habían pillado en un par de ellas, pero como tenía buenos abogados y asesores fiscales, siempre caía de pie. Tan solo en una ocasión un polaco le había pegado una paliza por haberle dejado unas deudas brutales. Le dejó una semana en la cama y una cicatriz en la barbilla, pequeña, casi imperceptible.
Se
dio la vuelta en la cama para mirar por el ventanal de su habitación.
Pulsó el botón para que se abriera la persiana sin levantarse de la
cama. Cogió el teléfono y esperó a que le contestaran desde el
otro lado. Era Tatiana, una rubia voluptuosa nacida en Tirana. Era la
“asistente” personal de Ricardo. La utilizaba para todo, era su
cocinera, su criada y su amante cuando no tenía a otra mujer a mano.
Tatiana había llegado hacía 10 años a España buscando trabajo y,
con tan mala suerte, había caído en la red de Ricardo que se
encaprichó de ella en una cafetería en el centro de Valencia.
Tatiana pensó en algún momento que quería casarse con ella.
Pero poco a poco descubrió que Ricardo solo se quería a si mismo y lo único que le importaba de ella es que estuviera disponible, para todo, cuando él quería. Varias veces había pensado abandonar a este tipo, pero toda su familia en Albania vivía del dinero que ella mandaba. Cada vez le daba más asco mantener relaciones sexuales con aquel cerdo, pero no tenía muchas salidas, al menos no las veía. Descolgó el teléfono y contestó sin mucho ímpetu, -dime Ricardo-.
Pero poco a poco descubrió que Ricardo solo se quería a si mismo y lo único que le importaba de ella es que estuviera disponible, para todo, cuando él quería. Varias veces había pensado abandonar a este tipo, pero toda su familia en Albania vivía del dinero que ella mandaba. Cada vez le daba más asco mantener relaciones sexuales con aquel cerdo, pero no tenía muchas salidas, al menos no las veía. Descolgó el teléfono y contestó sin mucho ímpetu, -dime Ricardo-.
- El desayuno-.
-Enseguida-.
Ricardo
colgó el teléfono. Tatiana sintió el asco recorrer su piel. El muy
desgraciado no había dicho ni buenos días, ni gracias. Nada
amable.
Terminó
de preparar la bandeja con café y bollos. Se abrochó un botón más
de la camisa, para que no le mirara el escote mientras le servía el
desayuno y se dirigió a la habitación de Ricardo. Golpeó la puerta
con una mano mientras hacía equilibrios con la bandeja. La puerta de
la habitación era blindada y solo podía abrirse desde dentro.
Golpeó de nuevo la puerta pasados unos segundos ya que no había
obtenido respuesta en el primer intento.
Ricardo
abrió la puerta y con la mala educación habitual en él dijo, -no
tengas tanta prisa que no tienes más que hacer que lo que yo te
diga-. Mientras decía esto repasó el cuerpo de su criada con la
lascivia en la mirada que cada vez le producía más asco a Tatiana.
Al pasar le dio un palmetazo en el culo, como quien le hace una
caricia al perro fiel al pasar a su lado, sin mayor aprecio ni
desprecio.
Cuando
Tatiana dejaba sobre la mesa la bandeja sonó el teléfono móvil de
Ricardo que estaba sobre la mesilla de noche. Ricardo se sentó a la
mesa y le dijo sin ni tan siquiera mirarla a la cara, -dame el
teléfono-. Tatiana obedeció y tras dárselo en la mano aprovechó el
segundo de confusión para salir de la habitación y cerrar la
puerta. Sabía que significaba la mirada de Ricardo, por lo que
decidió irse con urgencia a la compra a ver si mientras tanto él se largaba y la dejaba en paz. Avisó a Ximo, el chico que
tenía Ricardo para hacerle las gestiones en Valencia y le dijo que
tenía que ir a hacer la compra. En algunas ocasiones había
mantenido relaciones con él. Le gustaba, era guapo y más joven que
ella. No la trataba como una puta, y eso en su vida ya era algo
importante.
Ricardo
descolgó el teléfono tras comprobar que la puerta se había cerrado
tras la salida de Tatiana. -Dime Nuno-, contestó mientras se metía un
trozo de bollo en la boca.
Buenos
días Ricardo, contestó el portugués. ¿Puedes hablar?
-Ya
lo estoy haciendo, contestó con la boca llena-.
Nuno
no había entendido bien la respuesta, le parecía que aquel tipo
tenía la boca llena de pan, pensó que solo un cerdo sería capaz de
contestar con la boca llena, y sonrió al pensar que eso era
realmente ese tipo.- Bien, continuó Nuno, hemos conseguido cogerles
la pista a las dos hijas del banquero-.
Ricardo
esperaba que el portugués siguiera su discurso mientras se volvía a
llenar la boca, cuando comprobó la pausa, contestó a duras penas, -¿Y?-
-Una
de ellas ha seguido con su vida aburrida, la otra, Rocío, está en
contacto con alguien que está estudiando documentación que podría
ser la que tenía la señora Madelaine-.
-Bien,
bien, que la sigan para ver como progresa, pero a distancia-.
-Ya lo hemos hecho. Le ha comentado a su hermana que va a irse unos días a Navarra-, contestó Nuno.
-Pues que la sigan-, ordenó Ricardo.
-Ya lo hemos hecho. Le ha comentado a su hermana que va a irse unos días a Navarra-, contestó Nuno.
-Pues que la sigan-, ordenó Ricardo.
-De
acuerdo-, contestó el luso pensando en colgar ya el teléfono.
-Una
cosa más Nuno, nuestros hombres de Portugal, ¿Están progresando?-
-Creo
que sí-, contestó lacónico Nuno,- pero, sinceramente, mi misión es
encontrar sana y salva a la señora. Se que están buscando en varios
puntos en el entorno de Fátima, pero no puedo decirle nada más-.
Nuno se quedó pensativo en silencio unos segundos para proseguir, -y
aunque sepa algo más no se lo pienso decir hasta que la señora lo
autorice-.
Esto
sacó de quicio a Ricardo que contestó exasperado,-¡ tú me dirás lo
que a mi me salga de los cojones, que no se te olvide quién te paga,
cabrón!-.
Nuno
pensó su respuesta un par de segundos. -Ni lo sueñes, Ricardo. Y si
es por el dinero, déjeme que le explique una cosa. Cuando encuentre
a la señora, aclararemos esto usted y yo. Si quiere dejar de
pagarme, hágalo, pero como se le ocurra volver a insultarme o
gritarme, me voy a hacer un llavero con sus “cojones”, si se los
encuentro. No se le olvide, yo no soy uno de sus perritos falderos-.
No esperó la respuesta, colgó y se sintió mejor. Acababa de
pararle los pies al tipejo este. Nunca le había caído bien, le
había aguantado algunas estupideces por no romper el clima de
trabajo, pero no pensaba soportarle que le tratara como a uno de sus
lameculos, el no lo era y no pensaba serlo nunca.
Ricardo
se quedo gritando, NUNO, NUNO, como si le fuera a contestar. -Me cago
en su puta madre, quien se cree el portugués este que es, a mi no me
cuelga el teléfono ni Dios-. Volvió a marcar el número de nuevo,
pero le salió el buzón de voz.
Salió
de la habitación con la idea de pagar su frustración con la criada,
gritando -Tatiana, ¿donde te metes?- Tras buscarla unos minutos por
toda la casa, llegó a la conclusión de que se había ido. Ricardo necesitaba descargar su ira en
alguien.