jueves, 6 de agosto de 2015

Capítulo XIII: El fin de tus problemas, el principio de los míos.



  Benito había bebido demasiado, como siempre. Le habían dejado en la puerta de la catedral hacía dos días más o menos, el tiempo no era lo suyo y no sabía donde tenía el reloj.


  Debía llevar al menos veinticuatro horas en la habitación en la que estaba. Era una enorme suite. Siempre había querido quedarse una noche en ese hotel. Lo que no había pensado nunca era en hacerlo con dos mujeres. En este momento era el rey del mundo. Estaba en el mejor hotel de Sevilla con dos hembras de bandera, ese era el sueño de casi todos los hombres, al menos de los que él conocía. Rebuscó sobre la mesilla de su izquierda y encontró un teléfono móvil. Apretó un botón a ver si aparecía la hora y descubrió que eran las cuatro de la mañana. A su derecha estaban acostadas las dos prostitutas de lujo que había contratado. Admiró las nalgas de una de ellas que estaba de espaldas a él. Se lo había montado con aquellas dos tías, eso tenía que contarlo, aunque no se lo creería nadie. Tenía que hacer una foto de la habitación con esas dos jacas en pelotas encima de la cama. Llamó a recepción.
  Tardaron algo en coger el teléfono y al otro lado salió la voz de un recepcionista somnoliento.
  -Dígame señor, respondió el recepcionista.-
  -Hola-, balbuceó Benito como no sabiendo si le saldría la voz, -necesito una cámara de fotos-.
  -¿Como?- Preguntó el recepcionista frotándose los ojos.
  -Una cámara, joder. Y deprisa-.
  -Si, si señor, enseguida se la subimos-.
  Benito colgó el teléfono y comprobó que, en la mesilla de noche tenía cocaína y restos de alguna droga más. Cogió un tubo plateado y esnifó un poco de la droga. Se quedó mirando los cuerpos desnudos de ambas.
  No habían pasado ni dos minutos cuando llamaron a la puerta sin meter mucho ruido. Benito fue con una toalla tapándose para abrir. En un primer momento pensó en tapar a las dos mujeres, pero quería exhibir su hazaña. Se iba a cagar el conserje cuando viera las dos jacas que se estaba zumbando. Sonrió mientras se acercaba a la puerta.
  Al abrir la puerta, cambió radicalmente el rictus de la cara de Benito. Al otro lado de la puerta estaba un hombre orondo como él, con el pelo largo y blanco y un bigote muy poblado también totalmente blanco. Era evidente que no trabajaba en el hotel, pensó Benito. El caso es que le sonaba la cara. Pero su mirada cambió radicalmente cuando vio las armas cortas que llevaban los dos acompañantes del primer hombre que se había encontrado. Benito reculó hasta tocar con sus posaderas el taquillón de la suite.
  -Buenas noches Benito-, casi susurró el hombre del pelo blanco con una mirada felina y un retintín que nada gusto al obeso banquero jubilado. Mientras decía esto, entraban los tres en la habitación. El del pelo blanco se quedó mirando a las dos mujeres desnudas.
   Benito preguntó sin esperar respuesta alguna, -¿Quienes son, qué quieren?
  -Despierta a estas furcias y vístete, tú controlarlo-, le dijo Ricardo a uno de sus acompañantes.
  Benito, visiblemente acojonado, despertó casi con mimo a las dos prostitutas. -Venga guapa, vestiros y largaros-. Las dos prostitutas percibieron en el ambiente algo extraño y ni rechistaron, recogieron con celeridad sus cosas y lo suficientemente vestidas como para no dar un escándalo, salieron por la puerta. Benito terminaba de vestirse cuando el del pelo blanco le dijo, -¿Te acuerdas de mi, Benito?-
  -No-, balbuceó mientras trataba de abrocharse los pantalones.
  -Bien, bien-, dijo mientras jugueteaba con los restos de cocaína. -Te refrescaré la memoria. Soy el padre del hijo de Madelaine. ¿A que ahora si te suena la música?-
  -Si, Ricardo se llamaba usted-.
  -Correcto, me sigo llamando-. Sonrió Ricardo con cierta sorna.
  -Ya sabes que es lo que quiero. ¿Verdad?-
  -No se de que me habla-, contesto Benito con cierto estupor.
  -Refrescarle la memoria-, dijo Ricardo a los dos armarios que le acompañaban y que le propinaron cinco o seis puñetazos a Benito en décimas de segundo.
  -Donde están ella y mi hijo-, preguntó Ricardo a no más de un palmo de los bigotes de Benito. -No repetiré la pregunta-, prosiguió mientras hacía gestos a sus sicarios para que siguieran con la paliza.
  -No lo sé contestó Benito, no tengo ni idea. Nos llevaron con los ojos tapados, ¡al menos a mí!!!- Gritó en un vano intento de ahorrarse unos cuantos golpes más.
  -¿Han conseguido salvar los papeles?- Preguntó de nuevo Ricardo.
  -No, se los cogieron, les obligaron a entregarlo-s.
  -¿Cómo?- Dijo Ricardo esperando respuesta rápida.
  No lo sé, solo se que estaban atando a la señora antes de impedirme verlo.
-¿Como se llamaba tú pagador?- Preguntó Ricardo mientras intentaba tranquilizar a Benito reduciendo el tono de su voz.
  La cara de Benito reflejaba cada vez más tensión. Sentía una fuerte presión en el pecho y como le empezaba a faltar el aire. Ya no sabía si era la tensión, las drogas o que cojones le pasaba. De pronto sintió una punzada en el pecho y la voz de Ricardo que decía, me cago en el puto gordo, a ver si se me va a morir sin decir nada. De repente sintió calma, sin poder respirar, pero calma.
  Ricardo miró los ojos abiertos e inexpresivos de Benito. -Me cago en su puta madre, al final no nos ha dado nada-, dijo mientras le daba un puntapié en el costado que le dolió más a él en el pie que a Benito. Uno de sus hombres se agachó para tomarle el pulso en la muñeca. -No se lo encuentro. Está muerto-, dijo sin mucho interés en el cuerpo.
  -Que se note que había estado de juerga y vámonos antes de dejar más huellas. Pasar un trapo por donde hemos tocado, que no quiero tener problemas por la muerte de este imbecil. Tú, dijo al otro sicario, llama el montacargas y avisa para que nos esperen con el motor en marcha-, le ordenó mientras se limpiaba las manos con su propio pañuelo.

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