Era
realmente temprano, las seis y media de la mañana, vio en su reloj
de pulsera Françoise. Le gustaba ese reloj. Había sido de su padre.
Era un reloj sencillo, de oro. Todo lo que su padre había sacado
tras treinta años de trabajar en la fábrica de Michelín. Pero a
Françoise le traía recuerdos de sus años en Burdeos, cuando su
vida era mucho más fácil, cuando solo era un niño. Siempre que
miraba la hora en su reloj recordaba lo dura que fue la vida para su
padre y como este se esforzó por dar estudios a sus seis hijos, con
el único fin de que no pasaran toda su vida en la misma empresa.
Era una madrugada muy fría y, además, la Plaza de la Bastille parecía el punto donde se crea el viento, pensó mientras apretaba el paso intentando cruzar el Boulevard Beaumarchais, sin fijarse apenas en los dos coches que cruzaban ese punto a esas horas. La oficina de su empresa estaba ya cerca, a no más de doscientos metros, pero el frío empezaba a traspasar su abrigo. En el fondo no comprendía que era lo que no podía esperar hasta las nueve de la mañana, pero así era su trabajo, y su jefe. Apretó aun más el paso hasta encontrar el abrigo del portal de la Rue de la Roquette en el que se encontraba su oficina.
La Bastille |
Era una madrugada muy fría y, además, la Plaza de la Bastille parecía el punto donde se crea el viento, pensó mientras apretaba el paso intentando cruzar el Boulevard Beaumarchais, sin fijarse apenas en los dos coches que cruzaban ese punto a esas horas. La oficina de su empresa estaba ya cerca, a no más de doscientos metros, pero el frío empezaba a traspasar su abrigo. En el fondo no comprendía que era lo que no podía esperar hasta las nueve de la mañana, pero así era su trabajo, y su jefe. Apretó aun más el paso hasta encontrar el abrigo del portal de la Rue de la Roquette en el que se encontraba su oficina.
Entró en sus oficinas de la primera planta, desconectó la alarma, miró el
termostato de la calefacción como si este no funcionara bien. Seguía
sintiendo frío y finalmente, se puso la cafetera para intentar
entrar en calor. Arrancó su ordenador mientras se quitaba por fin el
abrigo y esperando que el firewall arrancase y se actualizara el correo. Se acercó a la cafetera para servirse el negro líquido con algo de
leche y un croissant del día anterior. Escuchó la alarma de su
ordenador que le anunciaba nuevos correos. Con lentitud se fue dando
pequeños sorbitos a su café hacia la mesa y se sentó frente al
teclado, sin prestar mucha atención. En el monitor, como fondo de
escritorio, el escudo de su empresa, una especie de escudo heráldico
con corona ducal, campo azul y una horrible “R C” entrelazadas en
el medio, de un dorado histriónico e hiriente a la vista a esas
horas de la mañana. Eran las iniciales del sátrapa de su jefe, un
empresario especulador español, valenciano, decía él, cuyo nombre
era Ricardo Carpintero.
Cada vez que Françoise veía aquella horterada de escudo se preguntaba que hacía él trabajando para aquel elemento, y su única respuesta era que lo hacía por dinero.
Cada vez que Françoise veía aquella horterada de escudo se preguntaba que hacía él trabajando para aquel elemento, y su única respuesta era que lo hacía por dinero.
Abrió
el Outlook y comprobó los remitentes de tres correos, el primero era
del sátrapa, le pedía explicaciones sobre unas liquidaciones de
gastos. Ya contestaría a esas tonterías. El segundo y el tercero
estaban enviados desde una BlackBerry y eran del mismo remitente, la
identidad asociada era Pater Familias. Era el nombre en clave de un
colaborador que tenían infiltrado en una empresa del grupo que tenía
su sede en Sevilla, por aquello de que la copropietaria, que todos
estaban seguros que había estado liada con su jefe en algún
momento, vivía allí.
Pero como el jefe no se fiaba ni de su propia familia, al hijo que tenían en común nunca lo había reconocido. Nadie con dos dedos de frente tenía duda de la autoría de la paternidad. Tenía un sicario de los que custodiaban los intereses de su socia a sueldo para que le informara de lo que pudiera suceder de interés.
Pero como el jefe no se fiaba ni de su propia familia, al hijo que tenían en común nunca lo había reconocido. Nadie con dos dedos de frente tenía duda de la autoría de la paternidad. Tenía un sicario de los que custodiaban los intereses de su socia a sueldo para que le informara de lo que pudiera suceder de interés.
El
primero era escueto, -van a trasladar los documentos a Portugal,
cuando sepa la fecha os lo digo-. Esto resultaba bastante
interesante. Ricardo, el jefe, quería hacerse con los originales
desde hacía años, pero no lo conseguía. Madelaine, su socia, no
cejaba en el celo de proteger como fuera los documentos del alcance
del que había sido su amante hacía muchos años, cuando Ricardo
todavía era un ricachón con cierto encanto.
El
segundo era aún más escueto, si cabe.- mañana a las diez de la
mañana comienza el espectáculo-.
Françoise
tragó el café que tenía en la boca y tomó el teléfono con urgencia
para llamar a su jefe. Esto no le iba a gustar. Con los años se
había vuelto perezoso y no le agradaba que le despertaran antes de
las once de la mañana.
-Bonjour-,
dijo Françoise a modo de saludo para responder al gruñido de su
interlocutor.
-Françoise
?Gritó Ricardo al otro lado de la línea,- ¿Se puede saber que
quieres a estas horas?- contestó cabreado el jefe con cierto ataque de
prepotencia en la voz, como diciendo, “si no me gusta lo que me
dices te despido”.
-Acabo
de recibir un mensaje de nuestro amigo sevillano que me dice que hoy
van a sacar los documentos con destino a Portugal-.
-Joder,
que sorpresa-. Parecía como si la noticia hubiera tranquilizado al
animal que gritaba al otro lado de la línea telefónica.-Dile que
nos tenga informados, en Portugal será más sencillo hacerse con
ellos- le dijo y a continuación, colgó el teléfono.
Este
elemento, siempre tan bien educado. Remitió las órdenes a su hombre
en Sevilla y llamó por teléfono a uno de sus compañeros de
trabajo.
-Remí,
prepara todo para salir de viaje, creo que nos vamos a Portugal en no
más de dos días, tenemos trabajo-.
-¿Cuantos
vamos?- Preguntó su compañero.
-No
creo que más de cuatro, Mauricio, Antonio, tú y yo-.
-¿Material?- Volvió a preguntar Remí.
-Lo
normal, si necesitamos algo lo compramos allí. Nada de armas largas,
no quiero atravesar España armado hasta los dientes y que nos
confundan con activistas vascos-.
-Ça
va-. Respondió Remi esperando la confirmación del siguiente paso.
-Te
llamo en unas horas y te confirmo la operativa, hasta luego-. Colgó
sin esperar respuesta. Cerró el chiringuito, conectó la alarma y
salió disparado hacia su casa. No era la primera vez que le había
tocado salir a la carrera con lo puesto, y esta vez quería evitarlo
con cierta preparación, tocó su bolsillo para comprobar que había
cogido la BlackBerry y a paso rápido volvió por el camino que había
venido hacía su ático de la Rue D´Ormesson, no demasiado lejos de
su oficina.
La
ciudad se había activado, el frío seguía siendo intenso, pero el
bullicio del tráfico parecía amortiguarlo. Subió el cuello de su
abrigo y metió las manos en los bolsillos.
Al
doblar la esquina de la Rue Tureme, vio a dos hombres altos, de al
menos metro ochenta, con ropa más de montaña que de ciudad y pensó,
estos se van a esquiar, los hay con suerte. Mientras yo, a Portugal,
que divertido. En esto estaba pensando cuando pasó por al lado de
uno de ellos y sintió un fuerte golpe en la cabeza, antes de
desplomarse.
Cuando
abrió los ojos estaba en el interior de una furgoneta, maniatado,
con un dolor de cabeza brutal y con un tío enorme enfrente que le
apuntaba con un arma mientras que jugueteaba con la BlackBerry que le
acababan de quitar. Los cristales eran opacos, pero podía intuir que
se estaban alejando del centro de París. Intentó preguntar a su
vigilante algo, pero le costaba pronunciar ninguna palabra.
-No te esfuerces, no voy a darte ninguna información-.
Le dijo su guardián hablándole en francés con un fortísimo acento
inglés.
-Descansa,
te va a hacer falta y tenemos un rato de viaje-.
Françoise
se recostó intentando no apoyar el lado de la cabeza que tenía como
inflamado por el golpe. Estaba cansado, pero no creía que pudiera
dormir.