lunes, 2 de abril de 2018

LAS HISTORIAS DE NUESTROS ANCESTROS. #CienciaFicción



Su cabeza volvía a tener ese terrible zumbido haciendo parpadear su mente como si fuera un semáforo antiguo, de aquellos que servían para regular el tráfico rodado. No era capaz de abrir los ojos con la contundencia necesaria para sentirse realmente despierto.

 Poco a poco el incesante sonido iba haciendo su trabajo, consiguiendo que su cerebro se alejara del cómodo letargo en el que se encontraba sumido para entrar con suavidad en la realidad más cruda.
 En unos segundos consiguió identificar las exiguas dimensiones de la cápsula en la que dormía. Con esa misma cadencia lenta reconoció sus pocos efectos personales apilados a los pies del pequeño camastro en el que estaba. Se bajó de la cama casi rodando al suelo para ponerse en pie con la dificultad del cansancio acumulado en sus doloridos músculos. Al mirarse en el espejo diminuto del lavabo vio su envejecido rostro y pasó su mano por la nuca hasta llegar a la mitad de su propia cabeza, sintiendo el cabello rapado golpear sus dedos al paso. Su pulso se aceleró al sentir el conector que se alojaba entre el occipital y el parietal, en el centro de su cráneo. De repente toda su vida volvió a cargarse en su memoria de ejecución y pudo recuperar sus recuerdos, sus sensaciones.
 El sonido empezaba a resultar desagradable y recordó que solo tenía que pensar en apagarlo y así lo hizo.
Volvió a mirar el pequeño espejo y le aparecieron los mensajes del día, la hora a la que entrar a trabajar, que necesitaba hacer y un para de mensajes de amigos invitándole a quedar para tomar unas cervezas mientras veían un partido.
Recordó que podía escuchar la música que quisiera con solo pensarlo y decidió darse el capricho de escuchar algo tan retro como “The trooper”, una canción de Iron Maiden, aquel grupo de Rock duro que tanto había entusiasmado a su bisabuelo a principios del siglo pasado.
Metió en el hidratador una bandeja de desayuno y mientras esperaba los escasos veinte segundos a que sonara la alarma que anunciaba la finalización del proceso, se asomó por el pequeño ventanuco circular de la puerta de acceso viendo el caos de gente saliendo de las innumerables cápsulas de descanso. Muchos de ellos y ellas eran compañeros suyos en la explotación de Diboruro de Magnesio.
Mientras comía aquel conjunto proteico con sabor a tortitas, o eso ponía en el envase, empezó a sentir como su memoria terminaba de recargar todos los protocolos de trabajo.
Miguel era un obrero especializado, básicamente, en jugarse la vida volando las betas del preciado superconductor desde el interior de un androide que gobernaba directamente con su cerebro conectado a través del enchufe que había tocado hacía unos minutos en la parte posterior de su cabeza.
 Pero lo que Miguel no era capaz de recordar con claridad era como había llegado hasta este punto de su vida. Intentó que su memoria implantada recuperara esos datos, pero como de costumbre, tentativa nula. Cuando pensaba las preguntas sobre sus pasados trabajos, la respuesta siempre era un mensaje de error.
 Sí recordaba que en alguna ocasión un compañero que ya no estaba le había comentado que esos recuerdos no eran buenos para la empresa y se borraban de forma sistemática. Ese mismo compañero le contó que, si cogía una buena cogorza de alcohol solo, sin ningún otro psicotrópico asociado, durante varios días, podías conseguir reventar las barreras del cortafuegos implantado en su cerebro para evitar el acceso a esos recuerdos.
Miguel sonrió de medio lado. Ese era el motivo de sus permanentes perdidas de ubicación, de esa sensación de no tener ni puñetera idea de dónde se despertaba, de esa pérdida de conciencia que le abocaba cada mañana a tener que volver a recargarse todo, como si nunca lo hubiera vivido, como si no fuera capaz de saber ni en que planeta se encontraba.
Apuró el último trago de cafeína pura para despertarse y recogió su mochila del suelo poniéndosela sobre el hombro derecho tan solo. Abrió el grifo del agua fría y se mojo la cara justo antes de volver a la rutina, justo antes de salir al ruido salvaje que le llevaría a trabajar de nuevo toda la jornada para terminar, como casi siempre, bebido por la noche.
Al abrir la puerta de la cápsula el sonido ensordecedor de la vida se coló por sus oídos. Su ultimo pensamiento antes de meterse en la cinta que le llevaría hasta su puesto de trabajo fue que no había cambiado tanto la minería desde hacía varios siglos. Se había sofisticado, pero seguía siendo el trabajo que nadie en su sano juicio quería hacer.

 Cerró los ojos y se dejo llevar. Ahora no podía pensar, o puede que, simplemente, no quisiera. Tan solo quería recordar, pero a estas horas, eso no era posible.