jueves, 13 de agosto de 2015

Capítulo XV:¿ Donde está el principio de la madeja?

CAPITULO XV

Nuno llevaba varios días intentando seguir la pista de su jefa. No era solo la presión de su “otro” jefe, Ricardo, era sobre todo por que le empezaba a preocupar lo larga que estaba resultando la desaparición. Por otro lado, su enlace en la oficina de Ricardo también había desaparecido, hacía unos días y, al parecer, no tenían ni puñetera idea de donde estaba.
 Habían seguido la pista a través del GPS del coche de su jefa hasta un pueblo al norte del Algarve, cerca de Odemira. A Nuno no le hizo ninguna gracia tener que volver a esa zona de Portugal. Le recordaba lo triste de su niñez, lo cutre de su región. 
El pueblo hasta el que habían perseguido estaba cerca de Odemira, Boavista dos Pinheiros, se llamaba el pueblo diminuto donde encontraron el coche, al que habían prendido fuego en la noche del día en que secuestraron a su jefa, calcinado en un campo de lechugas propiedad de una multinacional inglesa. Habían tenido algunas palabras más altas que otras con los técnicos de la empresa, que eran “lugareños” portugueses y que lo más divertido que les había sucedido en el último año, era encontrar el coche incendiado.
Habían buscado pistas en los alrededores, pero lo único que se les ocurría era que tuvieran alguien esperándoles o que hubieran salido en uno de los camiones que salían de la fábrica de la multinacional inglesa. Había intentando hablar con los de logística de la empresa, pero sus paisanos no se mostraban muy colaboradores. Nuno pidió a sus compañeros en Sevilla que investigaran la empresa, a ver que encontraban.
Pero el problema seguía existiendo. Lo peor, no tenía idea de por donde seguir la búsqueda. Varios de sus hombres estaban buscando pistas por todos los puntos en los que parecía que pudieran encontrar algo, pero no mejoraba.
Sonó el teléfono móvil, Nuno miró nervioso para comprobar que era Ricardo el que le llamaba, seguro que había descubierto algo.
-To-, contestó el portugués. Llevaba muchos años fuera de su país, ya no le quedaba casi ni acento, pero no era capaz de dejar de contestar así al coger el teléfono.
-A ver portugués-, dijo Ricardo con cierto desprecio en la forma de nombrar el origen de Nuno. -Mañana entierran al gordo cabrón ese que trabajaba en el banco donde Madelaine tenía los papeles. Quiero que estés allí y metáis la nariz en todo, a ver si localizamos algo que perseguir-.
Nuno pensó por un momento como Ricardo podía llamar a alguien gordo cuando el parecía un muñeco de esos de los bebés que no se caen nunca por lo redondos que son. Cada vez le caía peor ese tipo, pero por ahora era quien le podía seguir pagando, dadas las circunstancias, no era el momento de pensar en mandarle a hacer puñetas.
-Esta bien patrón-, contestó con cierto servilismo cínico el portugués.- Lo preparo todo. ¿Tiene usted alguien a quien marcar en especial?-
-Creo que una de sus hijas, Rocío, había tenido algo que ver con unos estudios sobre la Orden-.
-Está bien, intentaremos colocarle un localizador en el coche o en la ropa-,afirmó Nuno.
-No lo intentes, joder, hacerlo, a ver si es posible que alguna vez hagáis algo bien-.
-Si-, esta vez Nuno contestó con la sequedad de quien está pensando en mandar a hacer puñetas al que está al otro lado de la línea.
-Algo más, ¿Ricardo?- Nuno sabía que le fastidiaba bastante que un trabajador suyo se dirigiera a él de tú. Era como recordarle que él no era más que un especulador venido a más gracias al dinero que había heredado de su padre.
-No, contestó con sequedad y colgó el teléfono con la mala educación habitual-.
Nuno se quedó con el regusto de haberle tocado las narices al imbécil este. Al fin y al cabo, el solo estaba vendiéndole información hasta que desapareció su jefa. Ya tendría la oportunidad de ponerle en su sitio si volvían las cosas a su ser.
Nuno volvió a coger el teléfono móvil mientras paseaba por la acera encendiendo un cigarrillo. Hacía tres meses que había dejado de fumar, pero los nervios de los últimos días le habían forzado a recaer, ya lo volveré a dejar, pensó mientras prendía el mechero.
Al contestarle al otro lado de la línea le explicó a uno de sus compañeros el plan del día siguiente. Tras colgar el teléfono pensó que era posible, solo posible, que los documentos no hubieran salido de Sevilla. Volvió a coger el teléfono y llamó a Miguel.
Miguel era policía de la científica y antiguo compañero de correrías cuando ambos estudiaban derecho en Madrid. Seguían teniendo buen trato, y en algunos casos, colaboraba con él para buscar a determinadas personas. Miguel cogió el teléfono como si no pudiera hablar en ese momento. -Hola Nuno, ¿te puedo llamar en unos minutos?-
-Por supuesto,- contestó el portugués, -pero no te olvides, que es muy importante-.
Al colgar el teléfono pensó en como plantear la propuesta a su amigo. Era posible que pudieran encontrar movimientos de algún especialista en historia medieval. Se supone que los secuestradores de su jefa no tenían infraestructura sólida en España ni en Portugal, con lo que necesitarían a algún especialista para interpretar los datos. En Europa no tenía que haber más de cuarenta o cincuenta personas preparadas para esto. Era dar palos de ciego, pero a lo mejor daban con algo.
Tiró el cigarrillo al suelo y volvió a marcar otro número. Era el de sus oficinas en Portugal. Quería saber si habían encontrado lo que buscaban, eso cambiaría bastante el status quo de la situación. Al descolgar su compañero le disparó la pregunta en portugués sin más saludos. La respuesta fue igual de rápida. -No, pero creemos estar cerca de ello-.
Tenía que pensar más rápido, el tiempo corría en su contra. Encendió otro cigarrillo. Pensar más rápido, más rápido.


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