lunes, 27 de julio de 2015

Capítulo X: Los Beaujeu.


  El coche de la familia Beaujeau se paró ante el banco y su coche escolta, detrás de ellos. Uno de los guardaespaldas se bajó y abrió la puerta derecha. Tras los cristales tintados y la densa puerta blindada, aparecieron las gráciles piernas de Madelaine, que se bajó del vehículo como si tuviera veinte años. Miró a izquierda y derecha tras sus gafas de sol de Armani mientras sentía como la puerta del otro lado se abría para que bajara su hijo. Los escoltas se habían bajado unos pasos antes de parar los coches para poder estar posicionados ante la puerta de la sucursal bancaria antes que llegara su jefa a ese punto.      Todos llevaban gafas negras, aunque era lógico en ese día, hacía bastante sol en Sevilla.
Sevilla
Jacques sujetó la puerta y pasó tras su madre. Unos pasos más atrás iban dos de los miembros de su equipo.
 En el banco no les hacía mucha gracia que aquella gente entrara con armas en su sucursal. El nuevo director, Manuel, había intentado sin éxito que le permitieran evitarlo, pero una llamada desde su central le disuadió. No le hizo mucha gracia, pero cuando tienes treinta años y tu nombre suena para una dirección regional de un gran banco, te tragas el orgullo y que entren con un cañón si quieren.A esa hora de un lunes no había en el banco más de cinco o seis clientes.
Al llegar a la altura de su despacho, a Madelaine la estaban esperando el joven director y el aún más joven auxiliar que les acompañaría hasta la habitación de las cajas de seguridad. Madelaine echaba de menos a aquel tipo gordo que durante años le miraba las piernas mientras ella hacía los cambios necesarios en la caja de seguridad.
Bajaron las escaleras los cuatro, ya que los dos guardaespaldas estaban obligados a quedarse fuera de la zona donde se ubicaban las cajas de seguridad. Jacques llevaba en la mano izquierda un maletín grande, como del tamaño de una maleta de las que se utilizan para llevar en los aviones sin facturar. Cuando llegaron a la habitación en la que les entregaban la caja, esta vez sin ningún pudor, Jacques abrió la maleta de donde extrajo un extraño cajón, con relojes. La mirada del auxiliar era entre la estupefacción y el temor. Estaba preparando el cajón térmico para cambiar los documentos lo antes posible y sacarlos de ese lugar, que ya no consideraban  que  fuera seguro.
  Jacques era un experto en la conservación de pergaminos. Los pergaminos precisan de una temperatura y humedad relativa constantes, por lo que la caja de seguridad en la que estaban contenidos, tenía en su interior como una pequeña urna con todos los medios para mantener las condiciones óptimas de conservación durante al menos cuatro meses, de este modo, se garantizaban que no le pudiera pasar nada a los documentos durante sus ausencias de la ciudad.
Jacques programó todo en su caja de transporte y cuando todo estaba preparado, asintió mirando a su madre, que abrió en ese momento la caja de seguridad.
Madelaine extrajo con delicadeza la tapa de cristal que estaba bajo la tapa de la caja de seguridad. Al hacerlo, la caja soltó un poco de aire, como respirando por fin después de tanto tiempo de encierro. Madelaine cogió uno por uno los tres documentos y los introdujo con un mimo exquisito en la caja que su hijo había puesto a su lado, ante la atenta mirada de Jacques y la mirada un tanto distraída de los dos empleados del banco. A Jacques ya no le importaba que vieran de soslayo de que tipo de documentos se trataba. Tenía claro que aquellos documentos nunca volverían de nuevo a Sevilla. A él nunca le había inspirado confianza aquella ciudad. Le parecía que eran chapuceros y poco fiables. Su madre en no pocas ocasiones le había dicho que eso era por la vena chovinista de su padre.
 Alguna que otra vez le había preguntado a su madre porque Sevilla y porque en una caja de seguridad de un banco. Ella le había contestado - este sería el último lugar del mundo donde vendría a buscarnos un europeo. Es demasiado caótica. Además me encanta el clima y el ambiente. Respecto a lo de la caja de seguridad, ninguno de nuestros enemigos buscaría en un banco una documentación así. No se fían de los banqueros. Esta oficina es muy segura, no hay canalizaciones por debajo, las paredes del edificio parecen las de un banco central y te recuerdo que los bajos y los primeros pisos son nuestros, por lo que tenemos control absoluto de quienes los alquilan y para qué.
  Tanto Madelaine como Jacques terminaron la operación de traslado de los documentos con eficiencia. Cerraron el cajón de traslado y la caja de seguridad. Madelaine recogió su bolso de encima de la mesa y se acercó al director del banco. -Agradezco la flexibilidad que han tenido para con nuestra empresa en todos estos años-, mientras alargaba la mano derecha, levemente inclinada, como esperando una reverencia y un besa mano que, estaba segura, no se produciría.
Manuel apretó la mano de Madelaine como si le acabara de vender un nuevo plan de ahorro, viendo en ese momento la mueca que la señora esbozaba, decepcionada por lo previsible del gesto. Lo imprevisible fue que, tras esto, al alargar la mano al auxiliar que les acompañaba y que acababa de retornar la caja de seguridad a su lugar, se inclinó levemente haciendo llegar la mano derecha de Madelaine hasta casi tocarla con sus labios, mientras miraba a los ojos a la señora, que sorprendida muy gratamente por el gesto, sonrió con complacencia.
 Reconoció en el auxiliar al "estira levitas" típico sevillano y con voz suave y dulce sonrisa le pregunto por su nombre. -Juan Antonio Domínguez, a su servicio-, sonó la suave voz del chico. A Madelaine le resultó atractiva, la voz y el gesto. Sabía que aquel trepa sería capaz de lo que fuera por escalar en la empresa o en la sociedad. Le gustaba tener trepas de reserva, por si le hacían falta.
 Volvió a sonreír y enfiló con decisión y sabiendo que su hijo estaba dos pasos mas atrás que ella hacia la salida. Al llegar al punto donde se encontraban sus dos peones más próximos, vio algo extraño, algo que no encajaba.
 Uno de ellos se había acercado a la puerta de la sucursal bancaria y el otro no estaba pendiente de su salida. Al llegar a su altura la señora, el que aún permanecía en la puerta gritó, “Nuno”, llamando a su compañero que rápidamente volvió hacia atrás, con cierta cara de preocupación, diciéndole a sus jefes justo en la parte exterior de la puerta que ya se cerraba tras ellos, - tenemos a dos guardias urbanos discutiendo con el chófer, que se ha bajado del coche, imagino que sobre el tiempo que lleva parado en la puerta. El resto del equipo esta observando la situación-. Jacques, que venía escribiendo en su BlackBerry, levantó la vista y a continuación miró a su madre, como esperando las órdenes de esta. Su madre siempre había sabido ver el riesgo en situaciones un tanto absurdas.
-Ve y dile al imbécil de nuestro chófer que se meta en el coche y lo arranque-, disparó Madelaine con cara de pocas bromas. En ese instante vio que sus hombres se habían arremolinado alrededor de los dos guardias como intentando amedrentarlos, pero estos no parecían muy atemorizados, lo cual extrañó a madre e hijo,los policías locales no suelen ser muy amigos de los tumultos. -Diles que se pongan todos en sus puestos-, gritó Jacques.
  Nuno salió y dio las órdenes expresas que había recibido. No le gustaba la situación, pero tampoco comprendía muy bien que era lo que no le cuadraba. Al acercarse al coche, comprobó que el chofer que volvía hacia el interior del vehículo, estaba cometiendo un error de bulto, estaba dando la espalda a la puerta, con lo que no podía ver que hacían sus jefes. En la situación de estrés en la que se encontraba, pensó en reprimirle después, mientras abría la puerta posterior del coche esperando la entrada de sus jefes, que ya terminaban de cruzar la acera y llegaban a la altura del coche. El resto del equipo estaba ya en sus coches, poniéndolo todo en marcha. Al entrar Jacques tras su madre en el coche, este arrancó con urgencia, por sorpresa. Nuno todavía no había subido y se quedó descompuesto en mitad de la acera, mientras los dos coches de la escolta, sorprendidos, intentaban salir tras el coche de sus jefes que había desaparecido delante de sus narices antes de que les diera tiempo a comprender la situación.
  Tras el coche, habían salido dos motos y un coche, que como era evidente, eran parte de un operativo bien calculado. Al pasar el primer cruce la nueva comitiva, había salido un coche viejo, conducido por una tía que no dejaba perseguir a los de seguridad. Para colmo de males, los urbanos habían parado a la chica en medio del cruce, de modo que Nuno no tenía más remedio que salir corriendo por la acera, guardando el arma, para no liarla más. Tenía claro que aquello era todo parte de un montaje, pero a la señora no le haría ninguna gracia la situación. Empezaba a agotarse del sprint y ya no veía los coches. Por lo que optó por volver los cien metros que acababa de correr y subirse a uno de los coches de escolta, para intentar seguir al coche líder a través del GPS que llevaba instalado.
El nuevo chófer les dijo a sus pasajeros,- buongiorno- mientras aceleraba hasta límites insospechables y miraba por los retrovisores para comprobar que todo salía según lo previsto. Jacques sacó una pequeña pistola y encañonó al conductor, mientras su madre analizaba con frialdad la situación.
  -Yo no lo haría, dijo con sangre fría el chófer mientras seguía acelerando-.
  -Yo tampoco-, dijo Madelaine mientras bajaba la mano de su hijo. -Si le disparas ahora, nos matamos todos, susurró al oído de su hijo-.
  El conductor sonrió con acidez a través del espejo, sabía que tenía la sartén por el mango.
  Según se alejaban de Sevilla en dirección a Huelva, tanto madre como hijo tenían claro a estas alturas que no pensaban ocultar su destino, el chofer aisló la parte trasera del habitáculo subiendo el cristal intermedio para poder recibir órdenes. Las motos y el coche de escolta seguían pegados a ellos, como si fueran todos un único vehículo. Al llegar a La Palma del Condado, salieron de la autopista, a unos trescientos metros del desvío cogieron un camino de tierra que les dirigía a un cortijo blanco y dorado. La cara de los pasajeros era de escrutinio y memorización, estaba claro que a estos dos no se les escaparía ni un solo dato.
  Al llegar a la puerta del cortijo, otros cuatro hombres les estaban esperando para cerrar la puerta tras ellos. Esperaron a estar todos bajados de los coches y con las armas en la mano. Entonces, Giovanni abrió la puerta de Jacques que en ese momento intentó volver a empuñar su arma, pero antes que pudiera darse cuenta tenía el cañón de una UCI metido casi en la boca. -Por favor, dame el arma y el teléfono-, le dijo con mucha serenidad Giovanni. Jacques hizo lo que le pedían, al fin y al cabo, ya podría tomar represalias, con suerte, al acabar con todo esto.
  -Mademoiselle-, le dijo Giovanni a Madelaine, quién le sonrió en agradecimiento al halago y a la mano tendida que le ofrecía para bajar del coche.
  Les dirigieron con delicadeza hacia la puerta de la finca. En ese momento, una de las mujeres del equipo le pidió con cortesía pero con firmeza el maletín a Jacques.
  -Por encima de mi cadáver-, contestó este.
 -Está bien, le contestó ella, a mi me da igual eliminarte, dijo mientras buscaba la aprobación de su jefe que asintió-.
  En ese momento Madelaine dijo en voz alta,- si le pasa algo a él, no podréis recuperar la documentación. El maletín está preparado para destruir su contenido si no se abre de la forma correcta, y solo Jacques conoce la clave-.
  -De acuerdo-, contesto Giovanni mientras hacía un gesto con la mano para que bajaran las armas. -Entremos y discutamos esto, apostilló-. El italiano había preparado dos formas distintas de obtener aquella documentación y finalmente había conseguido hacerlo sin violencia, al menos sin mucha. Había tenido a dos hombres armados, camuflados como clientes dentro del banco, que entraron en la sucursal junto con Benito para esquivar el arco de detección de metales. Pero no había sido necesario. El plan de distracción funcionó a la perfección. La segunda opción no habría sido tan silenciosa. Giovanni se sentía bien, estaba consiguiendo sus objetivos solo con amenazas, eso le gustaba.
  En ese momento se abrieron las puertas para que llegara otro coche con Rocío al volante. Ella había sido el freno a los perseguidores y ahora llegaba a su punto de encuentro. Al entrar su coche, en el que venían dos hombres más medio vestidos de guardias urbanos, sacaron el coche de sus secuestrados a toda pastilla hacia la autopista. Las órdenes eran, llegar a Portugal y abandonarlo lo antes posible prendiéndole fuego. El conductor y su nuevo acompañante, ya sabían cual era el siguiente paso.
  Al entrar todos en la casa, dos de los hombres de confianza de Giovanni sacaron a Benito del asiento trasero del coche. Llevaba los ojos vendados y las manos atadas delante de su prominente barriga. No protestaba, estaba sudando y bastante nervioso. Los de seguridad creían que era por los nervios, pero en realidad era por la falta de alcohol. Ya había pasado la una de la tarde y a estas horas, habitualmente, ya se habría bebido algunas cervezas. Pero él sabía que tenía que estar sereno, al menos hasta que le hubieran dado su dinero. Le introdujeron en la casa por una puerta lateral antes de quitarle la venda de los ojos, al tiempo que desataban sus manos. Benito se restregó las muñecas mientras poco a poco acostumbraba su vista a la nueva situación de la luz. Era evidente que no pensaban hacerle daño, pero quería ver bien que es lo que tenía delante. La estancia estaba en penumbra. Uno de los hombres le dijo en voz no muy alta,- por favor, acérquese al cristal, necesitamos que pueda corroborar una cosa-. No sonó como una orden, que era lo habitual en aquellos espagueti. Eso le hizo sentirse importante, por fin valoraban no solo la información que les había vendido, también su capacidad para corroborar algo, evidentemente, relacionado con esa información.
  Al acercarse al cristal, vio al otro lado una larga mesa de comedor, de esas que aparecen en las películas de época. La estancia que se veía parecía un comedor de una casa de campo. En ella veía a dos matones del italiano, esperando, sin aparente impaciencia.
  -¿Qué es lo que queréis que mire?- Pregunto con aire desconcertado.
  -Espere unos instantes, ahora lo comprobará. Este tranquilo, desde el otro lado no se puede ver nada ni oír nada. Desde aquí tampoco podrá oírlos. En un momento determinado le mostrarán los documentos y usted dirá si son los que había visto en su momento o no. Allí terminará su trabajo. Si todo está en orden, le entregaremos su dinero y, con los ojos tapados, volverá a Sevilla y se olvidará de nuestra existencia y de la de todo lo que tenga que ver con nosotros. ¿Queda claro?-
-  Cristalino, chaval, cristalino-, contestó restregándose los ojos, que todavía no estaban acostumbrados del todo a la luz.
  Joder, me encantaría tomar una cervecita, pensó Benito mirando a través del espejo. Parecían estatuas los dos machacas que estaban al otro lado del cristal, no se movían no gesticulaban, no mostraban nerviosismo ni impaciencia. Pensó si serian militares, al menos lo parecían por el comportamiento.
  En ese momento se abrió la puerta de la habitación que observaban y entraron, el guaperas con la señora y el niño de la señora. Se quedó mirando hacia ella. Le seguía pareciendo que estaba muy buena, a pesar de los años. Como lo haría la muy bruja. El hijo llevaba algo en la mano, un maletín grande, pero se le veía nervioso. El que estaba impasible era el italiano. Tras ellos entraron otros tres tíos y una tía, todos con pinta de matones de la mafia, pensó Benito. Pero sus ojos seguían buscando a la señora, que se sentó prácticamente frente al espejo.
  Madelaine miró el espejo que estaba frente a ella con la seguridad que alguien estaba tras él escrutándoles. Intentó forzar la vista para intentar ver algo tras aquella superficie tan limpia y brillante. Giovanni vio el gesto y se interpuso entre ella y el espejo.- No hay nadie detrás, no lo busque. Solo es un espejo. De hecho, esta casa no es nuestra. La hemos alquilado a través de una sociedad fantasma para que no puedan seguirnos la pista-.
  Tanto Madelaine como Jacques esbozaron la misma mueca, como si ellos no supieran más que de sobra lo que les acababan de comunicar. En ningún momento habían pensado que les tomaran por idiotas. Giovanni percibió que el comentario que acababa de hacer, había surtido el efecto esperado en sus interlocutores. Miró a ambos un par de veces, con los brazos cruzados sobre el pecho, como esperando que alguno de ellos se arrancase a hablar rompiendo el silencio. Como no consiguió nada, relajó su posición y mirando a Madelaine dijo,
  -Bien, todos sabemos que tenemos que buscar una solución a este conflicto. Podemos usar los sistemas de coacción que consideremos oportunos, aquí nadie os oirá gritar, pero prefiero solucionarlo de un modo digamos... menos traumático, al menos para vosotros-.
Al decir esto último había visto cierto resquemor en la mirada azul claro de Madelaine. Pero por otro lado, su hijo parecía no haber entendido el idioma en el que hablaba. No había movido ni un músculo de la cara ni del cuerpo. Simplemente se limitaba a aferrarse al maletín con las dos manos sobre su regazo y a mirar a un punto indeterminado del infinito.
  - Creo que no me he explicado bien, Jacques. Ya que no podemos matarte para que nos abras el maletín, podemos dedicarnos a torturarte a ti-, dijo mientras pausadamente giraba la vista hacia Madelaine,- o a tu madre. Tú eliges el camino. Pero ten segura una cosa, la única salida que tienes es dárnoslo o morir en el intento de no hacerlo-.
Madelaine miró a su hijo, que empezaba a tener la cara roja de la ira contenida.- Creo que no tenéis ningún derecho a tocar esos documentos,- lanzó la mujer con palabras muy serenas.
  -Creo que vosotros no sois quien para ocultar por más tiempo esta información al mundo-, contestó Giovanni mostrando una leve sonrisa de zorro que sabe que su presa no tiene salida.
  -Nos pertenecen, siempre han sido nuestros. Solo nosotros los hemos custodiado durante siglos-, gritó Jacques sin moverse de la posición.
  -Solo vosotros los habéis ocultado durante siglos, dejando que se alimentara la leyenda y aprovechándoos de los conocimientos que en ellos se vertían o, mejor dicho, que a través de ellos se intuía que vertían. Lleváis muchos siglos especulando con lo que no es vuestro. Nosotros queremos acabar con los mitos y devolver al conocimiento lo que ocultan esos documentos. Ya es hora que se termine con las especulaciones sobre los templarios, de que se devuelva al pueblo el conocimiento que estos tuvieran y los tesoros, si existen, que todavía no habéis podido vender o expoliar-.
-Nosotros nunca hemos expoliado nada-, contestó con una serenidad fría y densa Madelaine.- Sabes que no te daremos nada-.
-Bueno, tenemos tiempo para verlo, pero va a ser doloroso, mademoiselle, muy doloroso-.
-¡Enrique!-, grito Giovanni, -cogerla y colocarla sobre la mesa-.
  Enrique y otro compañero suyo cogieron a Madelaine por las muñecas. La mujer no opuso resistencia, solo empezó a rezar en latín con voz muy baja, casi inapreciable, un Pater Nostri. Al finalizar la oración, tumbada boca arriba sobre la mesa con las manos atadas entre sí por debajo de esta y las piernas colgando en uno de los extremos, dijo con voz tranquila, mirando a su hijo,- yo ya he preparado mi alma para unirse a Dios. Preparad las vuestras, pues su venganza será terrible-.
  Giovanni volvió a sonreír, -tranquila Madelaine, ya lo haremos cuando estemos tan cerca de nuestro martirio como tú lo estás ahora. Atar a su hijo y que no deje de mirar-. Le arrancaron el maletín de las manos, le ataron manos y pies a la silla y uno de ellos le sujetó la cabeza mirando hacia su madre.- Si cierras los ojos, te corto los párpados-, le susurró al oído.
  -Llamar al croata, dijo Giovanni-. A los pocos segundos, entró en la habitación un hombre de altura cercana a los dos metros, el pelo rubio cortado a cepillo, vestido de traje negro tan apretado, que dejaba intuir todos sus músculos. Era un tipo bastante fornido. Llevaba una maleta con ruedas que puso en el otro extremo de la mesa. Madelaine forzaba el cuello para ver que hacía aquel elemento a unos centímetros de su cabeza. Cuando el hombre puso la maleta sobre la mesa y la abrió, tal y como madre e hijo esperaban, aparecieron dentro todo tipo de objetos destinados a torturar, juguetes sexuales y sadomasoquistas.
  El hombre se acercó a la cabeza de Madelaine y le dijo con suavidad,- estas a tiempo, todavía no hemos empezado, decirles lo que quieren y nos ahorraremos todos el trabajo y el dolor-.
  Madelaine parecía empezar a flaquear, pero sacando una sonrisa extremadamente dulce, miró a su hijo y contestó,- quien sabe, nunca he probado estas cosas. A lo peor para vosotros me gustan y el efecto es el contrario-.
  Giovanni suspiró negando con la cabeza, en el fondo le hubiera gustado que hubiera cedido antes de soltarle la correa a aquel animal que tenía a su cargo. El elemento en cuestión había torturado a miles de personas durante la guerra en la antigua Yugoslavia. -Seguro que no te gusta, al menos dentro de un rato. Y a tu hijo, menos aún-.
  El croata sacó un cuchillo de campo y con cuidado rasgo la ropa de su víctima, dejando la ropa interior de rico encaje blanco a la vista. También dejó huella en forma de arañazos leves, como hechos con un látigo de seda en la piel de Madelaine.
Giovanni hizo un gesto con la mano izquierda y la cortina que había tras el espejo se cerró casi sobre la nariz Benito, Giovanni no le iba a dar el gusto de ver el espectáculo al descerebrado del padre de su amante.
 Benito se quedó como paralizado, no tenía claro que pasaría, pero le estaba empezando a gustar los derroteros que tomaba la situación, es más, no creía que pudiera olvidar nunca lo que acababa de ver, la señora en paños menores delante de sus narices. Joder, sigue estando muy buena la tía, pensó. -Joder, ahora que se ponía interesante...- dijo con cierta ironía.
  -La violencia solo es útil con los necios que no saben negociar a tiempo, replicó uno de los dos hombres que le escoltaban. Aparta de la ventana, no queremos tener que convencerte de otra forma-.
  El croata estaba disfrutando de lo que intuía que iba a suceder. Rompió el sujetador de su víctima con la punta del cuchillo. Sentía que aquella mujer, que ya no era ninguna niña, seguía siendo atractiva, empezaba a sentir la erección que le producía el cuerpo de la mujer a medio desnudar y la sensación de poder torturar. Nunca supo muy bien porque, pero casi le excitaba más torturar que violar, y eran sus dos deportes favoritos. Con la punta del cuchillo y sin mucha prisa, recorrió el vientre de Madelaine hasta llegar a las bragas, que corto con mimo y arrancó con violencia.
Lo pagaras puto bastardo, dijo Jacques antes de recibir el impacto de una mano del gigante croata en su mejilla.
  -No te preocupes, hijo, estoy preparada para mi martirización-, dijo con calma Madelaine.
  El croata saco varios artilugios sexuales de enormes proporciones y los colocó con cuidado junto a la cadera de Madelaine. Parecía disfrutar del miedo que el tamaño de aquellos objetos producía en la cara de los que estaban presentes. La única que no parecía sufrir con la situación era Madelaine, era como si aquella mujer se hubiera desconectado. A él no le sorprendía lo más mínimo. Ya había visto esa reacción en otras ocasiones. Sentía como Jacques forcejeaba con las cuerdas, como su quisiera desatarse. Comprendió que era un buen momento para explicarles a todos el plan.
  Giovanni estaba al fondo de la estancia, sabía lo que acontecía, pero prefería no mirarlo. Aquello le parecía una bestialidad, necesaria, pero una bestialidad.
  -Bueno princesa, dijo el croata tocándose por encima del pantalón los genitales, te voy a explicar de qué va esto. Empezaré por meterte uno de estos en el culo, colocarte unos electrodos en los pezones para putearte cuando se me antoje y violarte, para entrar en calor. Si con eso no cedéis, pasaremos a sistemas menos placenteros y más brutales. Cuando queráis que pare, ya sabéis lo que tenéis que hacer-.
  Madelaine subió las piernas y se colocó con ellas abiertas, invitando a su torturador a empezar, era como si ella se hubiera desconectado de su cuerpo y le diera igual lo que le hicieran.
  Cuando el croata introdujo el aparato en su madre, Jacques no pudo resistirse y grito, ¡Dejarla ya!,¡ Os diré lo que queréis!-
  -¡No!! Grito Madelaine, es más importante nuestra misión-.
 -No voy a consentirlo madre, no puedo-.
  Madelaine giró la cabeza, despreciando la falta de aguante de su hijo. El croata miró a Giovanni a la espera de órdenes.
  Giovanni se acercó a Jacques,- no nos lo digas, ábrelo-.
  Uno de sus hombres abrió los nudos que sujetaban las manos de Jacques, quien se froto las muñecas aliviando el dolor físico que tenía. Sus ojos estaban llenos de lágrimas, sabía lo que acababa de ahorrarle a su madre de sufrimiento, pero también sabía que acababa de terminar con varios siglos de tradición, con varios siglos de secretismo.
  Introdujo la clave, con cuidado en la parte interna del maletín, con el fin de hacerlo bien, no quería sorpresas. En cuanto se abrió y extrajo los documentos, perfectamente protegidos, Giovanni dijo en voz bastante alta, para que no quedasen dudas, - Acaba con su tortura y Ana, atenderla y curarle las heridas que pueda tener. Respecto a ti, Jacques, puedes estar seguro de haber tomado la decisión correcta. Desatarle y ubicarlos en dos habitaciones, con escolta, hasta que os demos las siguientes órdenes-.
  Ana Ayudo a levantarse a Madelaine, que se movía dolorida y sangrando levemente. Al pasar por el lado de su torturador, Madelaine pensó en el momento en que se vengaría de aquel bastardo, pero en seguida su pensamiento se volvió turbio y empezó a maquinar como podría reparar lo que su hijo acababa de hacer.
Salieron del salón madre e hijo, uno tras otro, ambos sollozando y mirando al suelo, ambos silenciosos, ambos preocupados por el futuro de los suyos si no podían ponerles sobre aviso.
  Tras salir por la puerta, Giovanni hizo un gesto claro para que dieran orden de abrir la cortina que les separaba de Benito. Al sentir este que se volvía a abrir la cortina, miró con rapidez, intentando ver que habría sucedido al otro, lado. Giovanni tenía tres pliegos en la mesa. Todos ellos sujetos por lazos rojos, dos de ellos lacrados con un sello y el tercero con el lazo solo atado.
  Los señaló y preguntó en voz alta, que ahora si se escuchaba, -¿Son estos los documentos que viste?-
  Benito no dudó de ello ni un solo momento. Afirmó y casi gritó,- ¡SI!!-
  Giovanni le había oído sin necesidad de micrófonos. -Darle lo suyo y devolverlo a su cloaca-, contestó mirando hacia los suyos.
  Ahora solo queda comprobar si han valido el dinero y el esfuerzo, Comentó para si mismo mientras analizaba el resto del contenido del maletín.