Ángel
estaba entusiasmado mirando la puerta de la catedral de Baiona, se
sentía como un colegial. Era como estar buscando los huevos de
pascua, sabías que estaban por algún lado puestos, pero te costaba
encontrarlos.
Entrar en Notre Damme de Bayona era casi una experiencia mística. Mientras se acercaban a las dos torres por una de las estrechas calles de su perímetro, Ángel le contaba a Miriam la historia de tan magna obra gótica.
Entrar en Notre Damme de Bayona era casi una experiencia mística. Mientras se acercaban a las dos torres por una de las estrechas calles de su perímetro, Ángel le contaba a Miriam la historia de tan magna obra gótica.
-Es
una de las pocas catedrales de estilo gótico del sur de Francia.
Parece que pudo ser la reina de Navarra y Francia, Juana I, que fue
la última representante de la casa de Champagne la que impulsara el
proyecto de una catedral gótico florida, de clara inspiración en
las iglesias del norte de Francia. La obra comenzó, se supone, allá
por mediados del siglo XIII, pero finalizó en el siglo XVI-. Ángel
miraba de vez en cuando la cara atenta de su chica, como buscando la
absoluta comprensión de la explicación, pero temiendo aburrir con
su exceso de datos a Miriam. El ver que le seguía
prestando atención, le llenaba de una satisfacción bastante
inexplicable.
Prosiguió
con su explicación, -donde vamos a ver el claustro gótico, existió
previamente un claustro románico. Como sabes, era una práctica
relativamente frecuente que en estos espacios pudiera haber
enterramientos previos, pero eso solo es una especulación, nadie lo
ha comprobado. Pero si los hay posteriores, sirvió como cementerio
hasta la revolución francesa.-Las
diversas claves de bóveda de la catedral, están decoradas con
escudos de armas de las familias relevantes en la historia de la
ciudad y del territorio, como las de Eduardo III de Inglaterra o las
armas de los Plantagenet. Pero también existe alguna con un barco
custodiado por los evangelistas-.
-¿Sabías
qué para los arquitectos góticos estos edificios eran como antenas
para hablar con Dios?- Preguntó a Miriam por comprobar el grado de
atención que esta prestaba.
-Creo
que te lo he oído decir, al menos un millar de veces. También que
supuso un cambio de concepción respecto a la forma de comunicarse
con Dios-.
-Correcto,
correcto-, contestó sin ningún resquemor en su tono de voz, ambos
sabían que volvería a dar las explicaciones sobre ese cambio.
-Supuso
un cambio desde el momento en que se pasa de una concepción de la
deidad románica, negra, lúgubre, un Dios castigador que se ofende
por todo, a una iconografía más humana, sin perder de vista el
castigo al pecador. Para la construcción gótica y para los
templarios, la presencia materna de la Virgen es más importante, más
luminosa, más bella-.
-Es
como la llegada de los efectos especiales al cine-, contestó Miriam.
-Si
señora, que gusto me da ver lo que has aprendido a mi lado-, contestó
mirando de reojo a su mujer, algo lleno de vanidad y bastante
temeroso de las risas con las que Miriam podía castigarle.
Entraron
en la catedral paseando, mirándolo todo, ambos con las manos en la
espalda, paseando como cualquier turista, con cierto aire despistado.
Lo cierto es que Ángel sabía perfectamente lo que estaba buscando,
pero intentaba que Miriam no descubriera su incertidumbre sobre lo
que buscaba y, de paso, observar si alguien les seguía, si les
marcaban, como decía Giovanni cuando quería que su gente siguiera a
alguien.
Poco a poco fueron disfrutando de toda la nave de la catedral hasta llegar a la puerta del claustro, aquel que fuera cementerio durante tantos años. Sabía lo que tenía que buscar, pero no sabía si sería capaz de hacerlo. Miriam siguió caminando por el perímetro del claustro, mirando absorta la belleza de los arcos, de los capiteles de las columnas.
Poco a poco fueron disfrutando de toda la nave de la catedral hasta llegar a la puerta del claustro, aquel que fuera cementerio durante tantos años. Sabía lo que tenía que buscar, pero no sabía si sería capaz de hacerlo. Miriam siguió caminando por el perímetro del claustro, mirando absorta la belleza de los arcos, de los capiteles de las columnas.
Mientras
tanto, Ángel buscaba con tremenda ansiedad la tumba en cuestión, o
algo que pudiera orientarle. Estaba buscando rastro de un caballero
hospitalario del siglo XIV, un joven caballero francés que tenía el
apellido Molay, como el último gran maestre de la obra. La búsqueda
podía resultar enormemente compleja ya que apenas quedaban restos, y
muchos de ellos no estaban ubicados en su sitio original, estaban en
el museo, o en las paredes a modo de museo. En este momento lamentaba
la manía de sus compañeros arqueólogos de intentar salvar
cualquier cacho de piedra, aunque fuera trasladándola de su sitio
original. De vez en cuando miraba para ver a Miriam pulular por el
claustro.
Decidió
llamarla para contarle algo y que intentara ayudarle. En ese preciso
instante Miriam no estaba en el último sitio que la había visto,
durante unos segundos escrutó con la vista todo el perímetro del
claustro. Aumentaba una cierta angustia al no ver a su pareja, cruzó el claustro hacia el último punto donde la había visto, acelerando
el paso y su corazón al mismo ritmo. Al llegar al otro extremo del
claustro, buscó con la vista hasta encontrarla sentada en el suelo y
con las cabeza entre las piernas. Ángel suspiró con alivio por
verla, aunque no tenía buen color.
-Que
te pasa cariño-, preguntó mientras se acercaba a ella.
-Me
he mareado-.
-Me
acabas de dar un susto del carajo, no te he visto y me he pasmado-.
Miriam
sonrió quitando hierro a su leve mareo. -Creo que tenemos que hablar-.
Ángel pensó que ella sabía algo del riesgo que conllevaba su
visita, pero el tema a tocar por Miriam nada tenía que ver con la
investigación.
-Creo
que debería habértelo dicho hace unos días, pero como estás todo
el día enganchado a tu trabajo...-
Ángel
empezaba a preocuparse, solo podía imaginar algo malo, y eso le
ponía muy nervioso.
-Cariño,
estoy embarazada, de algo más de cinco semanas-.
Ángel
dejo escapar un suspiro de alivio, no era nada malo, gracias a Dios.
Sorprendió a Miriam mirándole con anhelo por saber que pasaba por
su cabeza.
Sonrió
a su mujer, con lágrimas en los ojos, a punto de escaparse, tenía
más de cuarenta años y siempre le habían gustado los críos.
-Espero
que sea una niña tan guapa y maravillosa como su madre-.
-Y
yo espero que sea tan lista como su padre. Ayúdame a levantarme
cariño-.
-Bueno,
te puedes sentar en una de las piedras de aquí, mientras yo termino
de mirar si encuentro la señal que busco, te encuentras mejor-, le
dijo él besándole la mejilla.
-Si,
ya me ha pasado-, contestó Miriam sacando una chocolatina del bolsito que
llevaba cruzado en forma de bandolera.
-Estoy
justo aquí, quédate donde te vea y si me necesitas, me silvas, como
a un perrito fiel-. Volvió a besarla con un cariño muy especial, no
quería separarse de ella ni un segundo, menos en este momento, pero
sabía que tenía que seguir su búsqueda unos minutos más.
Cuando Ángel se alejaba cruzando el claustro iba más pendiente de mirar hacia
Miriam que de lo que estaba buscando, por un momento pensó en
llevarla al hotel y volver él con más tranquilidad, pero de pronto
se sorprendió pensando que su trabajo ya no importaba nada, solo
quería estar con su mujer.
Joder,
voy a ser padre. No tenía un espejo a mano, pero sabía que estaba
sonriendo con una cara bastante estúpida. Miraba los restos del
suelo sin mucha concentración. En las paredes también había
colgados restos de sepulcros, pero en el fondo sabía que no se
estaba enterando de nada de lo que sus ojos veían.
De
pronto como si saltara a sus ojos, encontró algo que resultaba
familiar, una diminuta cruz patada en la base de un escudo de armas
más complejo. A pesar de estar pensando en las Batuecas, le había
saltado a la vista. Miró para comprobar que Miriam seguía en el
sitio que la había dejado y en buen estado, sacó la cámara digital
que llevaba en el bolsillo y disparó no menos de veinte fotos de las
diferentes representaciones que tenía el escudo. Era demasiado
complejo para descifrarlo sin documentación al respecto, pero tenía
claro que aquel no era un escudo más, tenía muchas particiones.
Cuando terminó su reportaje del escudo, comprobó que los tres
siguientes escudos tenían conexiones con el primero mediante partes
comunes, mismos iconos con leves diferencias en la representación. Volvió a mirar a Miriam, que le observaba en la distancia, y esta
comprendió que él quería tenerla más cerca, por lo que emprendió
un cansino viaje a través del claustro. Ángel continuaba su
reportaje como lanzado a una orgía fotográfica. En cierto modo
pensaba como podía haber estado tan ciego en anteriores visitas a
esta catedral, el no recordaba nunca haber visto estos escudos y su
memoria era bastante buena para estas cosas, pero en este momento se
sentía como cuando consiguió traducir el primer texto medieval del
latín correctamente y comprendió que ya nunca volvería a tener
problemas con esa lengua.
Al
llegar Miriam a su altura le encontró exultante, radiante. En ese
momento era el rey del mundo, eso sentía él y eso transmitía.
Le
explicó brevemente lo que acababa de encontrar y miraron sin mayor
éxito el resto, por si se dejaban algo.
Al
salir de la iglesia, con el teléfono en la mano, le susurró al oído
a su mujer. -Se de cierto profesor de universidad que se va a morir de
envidia el día que le pueda contar esto, lo templario y lo paternal-.
Miriam
sonrió cómplice y le agarró la mano con cariño.
-Voy
a llamar a mi jefe para contarle lo que hemos visto, comentó-. De
repente le asaltaron dudas. Había visitado aquella iglesia tantas
veces que le resultaba extraño no recordar esos escudos. Se dirigió
con Miriam de la mano hasta la recepción por la que accedía al
claustro. En ella, un sacerdote mayor, de unos setenta años,
departía tranquilamente con un anciano aún mayor que él, en
aparente buena forma. Ninguno de los dos parecía necesitar ayuda
para andar, por lo que le sorprendió un tanto ver sendos bastones de
rica empuñadura de plata labrada. Ambos bastones eran iguales, una
flor de lis invertida.
A
Ángel le llamo tanto la atención que no pudo evitar pensar que
aquello no era casual. Se acerco dejándose ver, para no sorprender a
los ancianos. Sonriendo al mayor de ambos se dirigió al sacerdote en
exquisito francés.
-Buenos
días Pater, ¿Podría hacerle una pregunta?-
El
sacerdote miró hacia ellos con esa cara amable que algunos de sus
compañeros de trabajo pone cuando le preguntan por algo en lo que
creen poder dar una lección magistral. -Por supuesto hijo-.
Ángel
asintió complacido mientras por su izquierda veía a Miriam
acercarse lentamente. Por un instante sintió el miedo de no ser
capaz de darles protección a ella a su futuro hijo, era una
sensación fugaz, efímera, pero que provocaba una ansiedad
importante.- He visto unos escudos nuevos en la pared del claustro, al
menos nuevos para mí. ¿Saben ustedes cuando y donde se encontraron?
Es que soy licenciado en historia y me ha llamado poderosamente la
atención la precisión de su heráldica-.
La
cara de sus interlocutores permanecía con las mismas sonrisas entre
cómodas y fingidas que antes de hacer la pregunta. En ese momento
llegó Miriam, momento que Ángel aprovecho para hacer publico por
primera vez el embarazo de su esposa abrazándola sobre los hombros y
sintiéndose por un instante de nuevo en casa.
El
otro anciano, que parecía un atleta joven con el pelo y la barba
teñidos de blanco inmaculado, respondió sorprendiendo un poco a
Ángel.
-Se
descubrieron hace unos años, cuatro o cinco, pero no se han expuesto
hasta hace dos meses-. El sacerdote alargó la mano con un pequeño
librito en cuya portada aparecía la foto de uno de los escudos de
los que hablaban. -En este libro tiene toda la información de los
estudios que se han realizado-.
Miriam,
que no estaba entendiendo nada de la conversación, los idiomas nunca
fueron su fuerte, preguntó con una tenue voz, -¿Qué ocurre Ángel?
Tengo hambre, ¿podemos ir a comer algo?-
-Si
cariño, contestó él en español, estos amables caballeros me
estaban facilitando una información sobre los escudos que hemos
visto en el claustro. Merci beaucoup, monsieurs-, dijo dirigiéndose a
los dos extraños señores que tenía delante, gesto que estos
devolvieron con la misma sonrisa que habían tenido todo el tiempo.
Ángel sentía que esa sonrisa era tan falsa como la que los
Salesianos ponían en su colegio cuando él era pequeño y le decían
que no se preocupara por las matemáticas que suspendía una vez tras
otra para, después, decirles a sus padres que su hijo tenía algún
trastorno que no le permitía comprender la ciencia de la matemática.
Que falsos hijos de la gran puta, pensó un segundo, comprendiendo que tenía que eliminar los tacos, al menos los más grandes, de su vocabulario antes de que naciera su hijo. Cada vez que pensaba en ello le entraban unas ganas terribles de abrazar a Miriam y una cierta congoja por si sabría hacerlo bien. Se dio cuenta en un segundo que su trabajo acababa de pasar, definitivamente a un segundo plano de su vida.
Que falsos hijos de la gran puta, pensó un segundo, comprendiendo que tenía que eliminar los tacos, al menos los más grandes, de su vocabulario antes de que naciera su hijo. Cada vez que pensaba en ello le entraban unas ganas terribles de abrazar a Miriam y una cierta congoja por si sabría hacerlo bien. Se dio cuenta en un segundo que su trabajo acababa de pasar, definitivamente a un segundo plano de su vida.
Según
veían alejarse a los dos españoles el sacerdote miró, ya sin
sonrisa y con cierto temor en los ojos, a su compañero de armas. -Los
vas a hacer seguir, ¿verdad?- De sobra conocía la respuesta.
-Si-, contestó el otro mientras sacaba un moderno teléfono del bolsillo,
pero no creo que sean ellos.