jueves, 27 de agosto de 2015

Capítulo XIX; Confidencial



  Acababa de terminar de releer por cuadragésima vez un párrafo del documento que llevaba el sello de la orden pero que, ya sin duda alguna se databa en el siglo XVI. El documento en cuestión era, a ciencia cierta, una falsificación muy bien acabada. Sin la tecnología del siglo XX, resultaría difícil reconocer la falsificación. Tan solo breves detalles de los rasgos de la firma, delataban que el origen no era el que se dejaba entrever. Ángel dejó las gafas sobre la réplica del escrito que tenía en la mesa y se restregó los ojos. Estaba tremendamente cansado de mirar una y otra vez los mismos documentos para quedar encerrado en un círculo sin fin, era como un bucle matemático al que no le veía solución, y eso empezaba a preocuparle. Miró el reloj, era tarde, como siempre. Sentía los pasos de sus protectores encima de su cabeza.
En no pocas ocasiones se había planteado por qué estos hombres se embarcaban en una aventura así. No comprendía como un hombre podía renunciar a todo por un ideal. Tampoco sabía más que lo justo de ellos, no era gente que gustara de hablar. Ni de si mismos ni de su vida, ni de la organización para la que trabajaban. Realmente, si lo pensaba, en ningún momento le habían dicho que organización era la que le pagaba. A todos los efectos, a él le estaba pagando religiosamente por su trabajo una sociedad sita en Suiza de nombre Iacobus SAU. El firmante de las nóminas era un tal Gian Carlo Martin, cuyo nombre se le antojaba tan falso como un euro de goma. En repetidas ocasiones había intentado que alguno de sus custodios le contara algo más frente a una taza de café, pero la respuesta era siempre la misma, -no puedo contarle nada-.
Se estiró en la silla y cogió el móvil para llamar a Miriam. Era viernes, otro viernes y otra semana pasada. Luis y su joven esposa debían estar a punto de llegar a Sevilla si no lo habían hecho ya. Marcó el número de Miriam, que como siempre tardó una eternidad en coger el teléfono, o al menos eso le parecía a Ángel.
-Hola cielo, ¿Ya han llegado?- Preguntó Ángel nada más escuchar la dulce voz de Miriam al otro lado de la línea.
-No, pero su tren acaba de entrar en la estación, por lo que no tardarán-.
-Bien. Salgo ahora mismo para el hotel, a ver si llego casi al tiempo que vosotros y no me tenéis que esperar-, dijo Ángel mientras cogía la chaqueta del respaldo.
-A ver si es verdad-, rio Miriam con la seguridad que no sería así. -Un beso cariño-.
-Otro-, contestó Ángel.
  Colgó el teléfono y se dirigió a la escalera, cuando por un momento su cabeza volvió al texto que había estado leyendo. Podía ser una réplica, y por lo tanto, era interesante también seguir las pistas diseminadas por la historia. Pero, planteaba un problema, al ser un documento posterior, nombraba lugares que no habían pertenecido literalmente a La Orden, aunque si tenían relación. Eran lugares con edificios góticos, algunos más primitivos y otros más elaborados. Pero pensó por un momento que debían seguir también esa pista.
  Mientras salía por la puerta y antes de montar en el taxi que le esperaba desde hacía ya un buen rato, llamó al teléfono de Giovanni. El italiano tardó unos segundos en coger el teléfono, parecía alterado, al cogerlo como si estuviera corriendo o haciendo ejercicio. -Hola, que haces, ¿estas corriendo detrás de alguien?- Preguntó Ángel con cierta ironía en sus palabras.
-No, pero estaba haciendo ejercicio y me has cortado, espero que sea interesante-.
-Por supuesto, rio Ángel, como siempre será interesante-. Esperó que su interlocutor dijera algo, pero el italiano esperaba más información.
-Está bien, creo que el segundo documento también debe ser seguido. El punto de arranque es la Catedral de Bayona, en Francia-.
-Se donde está Bayona, Ángel, contestó Giovanni, ¿Por qué Bayona?-
Ángel sonrió mientras estudiaba la respuesta en su cabeza. Le gustaba provocar al italiano, le caía bien, pero le gustaba provocarle y ver hasta donde llegaba su cultura, que, todo sea dicho, le parecía bastante superior a la media. -Porque hace referencia a un templo dorado al sur de Francia, en el camino hacia el apóstol Iacobus. Me parece que por eso y por el nombre del arquitecto, puede ser nuestro punto de partida-.
-Ahora solo queda que me digas si tienes a alguien que vaya o voy yo a mirarlo, dijo Ángel pensando en lo divertido que sería hacer trabajo de campo-.
-Te diré algo el lunes, descansa el fin de semana, por si acaso-. Contestó con frialdad Giovanni. -Ah, otra cosa, no comentes nada sustancial con tu amigo Luis, ya sé que viene este fin de semana y, como buen historiador, intentará sacarte algo de información. Por su bien y por el nuestro, es mejor que crea que estás catalogando escritos de los templarios ingleses del siglo XV, es decir, de la masonería, instrucciones, ordenanzas y alguna otra cosa similar. Seguro que no tienes problemas par inventar una buena historia-.
-De acuerdo-, contestó Ángel. No le gustaba la idea de no poder comentarlo con Luis, pero el jefe lo mandaba. Pensaría una buena mentira de camino al hotel. Colgó el teléfono y subió al taxi. -¡Vámonos!- Le dijo al taxista que parecía estar somnoliento en el asiento, como aburrido de esperar.
Al llegar a la puerta del hotel encontró a Miriam con Luis y Aurora que acababan de llegar. Le dio un beso a su mujer y besó en la cara a Aurora antes de abrazar a su amigo. -Bueno, ya estamos todos, a ver si somos capaces de divertirnos en esta ciudad, comentó Luis-.
-Me doy una ducha y nos vamos-, contestó Ángel, así mientras dejáis las maletas.
En ese momento se percató que a Aurora empezaba a notársele levemente el embarazo. -Eh, si ya tienes barriguita, mami-, dijo mientras veía sonreír a los tres. Que pasa, que me he perdido, dijo Ángel con cara de no estar enterado de algo.
-Son dos,- le dijo casi al oído Miriam.
-¡Joder!- Exclamó con cara de susto, mientras miraba a la feliz pareja que no parecía inmutarse, ya se han echo a la idea, pensó para sus adentros.
-¡Felicidades!!- Exclamó de nuevo. -Esto hay que celebrarlo dos veces, por lo menos. ¿Quedamos en media hora en el Lobby del hotel?-
-Que pijo te ha quedado eso del Lobby-, contestó Aurora, con la sonrisa tonta que le producía saber lo que crecía dentro de ella.
-Vale, en la puerta-.
-Eso ya está mejor, anda, sube y dúchate que hueles a rata de biblioteca a un kilómetro, dijo Luis, ya me pondrás al día, siguió mientras guiñaba un ojo a su compinche-.
-Vamos allá-, contestó Ángel mientras enfilaba los ascensores.
Sabía que le costaría un triunfo convencer a su colega de que lo que hacía allí no era relacionado con los templarios en su origen o en su final, pero tenía que hacerlo.
En menos de media hora estaban todos en la puerta del hotel, con apariencia descansada y recién duchados. Era Febrero, pero el calor estaba siendo importante. Tan solo era necesario llevar una chaqueta fina a mano, por si refrescaba.
Fueron paseando los cuatro hasta el puente de Triana. Cruzaron viendo el reflejo de la ciudad en las aguas sucias de Guadalquivir, que a esa hora solo se veían negras. Aurora y Miriam iban unos pasos por detrás, comentando lo romántico de los candados que estaban colgando de los barrotes del puente. Luis se volvió al oír esos comentarios y les reprendió, eso es como hacer pintadas en los edificios históricos, no seáis cursis, argumentó mientras sonreía. Siguieron adelante hasta pasar el puente y buscar sitio en uno de los restaurantes de la margen trianera del río. Ángel llevaba todo el camino hablando de trivialidades, sobre lo bonita que estaba la ciudad, lo entretenido que estaba todo el tiempo o lo que le iba a cambiar la vida a Luis en unos meses, pero tenía claro de Luis intentaba sacar el tema en un momento propicio.
Al llegar a sentarse en la mesa del restaurante Luis, a quien parecía comer la incertidumbre cada vez con más ansiedad, preguntó a su colega,- Qué, tío, ¿No me piensas contar en que te están haciendo trabajar tus nuevos jefes?-
  Ángel sonrió socarrón, sintiendo la mirada de los otros tres. Miriam, que no conocía casi nada, se quedó mirándole como diciendo, a ver si ahora cuentas algo más de lo que me has contado a mi. En ese momento Ángel comprendió la situación, si decía poco más de lo que le había contado a Miriam, lo tendría que pagar muy caro en su relación de pareja. Si decía otra cosa diferente, también le ocasionaría problemas. Estaba en una encrucijada entre su vida personal y laboral. Levantó la vista del plato y vio a los tres aguardando una respuesta.
-Está bien, pero no puede salir de esta mesa-. La respuesta, en un tono que bajaba según avanzaba la frase, hizo que todos se acercaran en sus sillas para dar mayor intimidad a la conversación. Ángel pensó que de todo el mundo, seguramente este era el círculo de personas de las que podía fiarse más ciegamente. Aún así no les explicaría más que lo justo. -Estoy trabajando en la trascripción y autentificación de unos documentos de los últimos años de la “Orden” y de su final. Comprobó como la atención de su grupo era absoluta. Son documentos firmados por Jacques de Molay y por el Papa, pero algunos son verdaderos y otros no. Ese es mi trabajo. Espero que cuando terminemos dejen verlos a todo el mundo, sería interesante tener otras opiniones. Pero es una gente un poco reservada, ya veremos-.
-No pensarás que nos vamos a quedar con solo eso, ¿No?- Respondió de inmediato Luis.
-A mi no me ha contado mucho más, respondió Miriam, a ver si tú le sacas algo más-.
-No puedo contaros mucho más, a ti menos aún Luis. Tú no eres un profano en esto y si te digo tres cosas atarás cabos y eso sería peligroso. Si te garantizo que cuando termine, si ellos no lo publican, lo haremos tú y yo juntos-.
La cara de Luis se iluminó por unos segundos, pero rápidamente descubrió el truco, Ángel estaba dorándole la píldora para que se la tragara sin muchos reparos y con menos preguntas, pero se acaba de dar cuenta y pensaba seguirle el juego. Pero ir sacándole poco a poco la información, no se pensaba quedar con la incertidumbre.
La cena transcurrió por otros derroteros, estuvieron hablando del embarazo de Aurora, de la responsabilidad de la paternidad, de lo bien que se lo estaba pasando Miriam con lo poco que estaba trabajando. Pero Ángel estaba esperando en cualquier momento la andanada de preguntas de Luis. Este esperó hasta los chupitos, tras haberse bebido unas pocas cervezas y alguna botella de vino acompañadas de jamón y “pescaitos” varios. 
Era como si la mesa se hubiera partido a la mitad, las chicas hablaban de no se qué y Luis intentaba sonsacarle alguna información relevante que le diera pistas, pero Ángel aguantaba los envites de su colega sin ceder, contestando con la misma evasiva una y otra vez, -no puedo contar nada Luis, ¡no seas plasta coño!!-.
Pero Luis no era una persona que cediera con facilidad, por lo que tras la cena, cuando caminaban con el fresco de la noche camino de “La Anselma” para tomar una copa y escuchar un ratito de flamenco, volvió al ataque, -Venga tío cuéntame algo más que no voy a poder disfrutar del fin de semana con la comezón que me reconcome por dentro-.
-Que plasta eres Luis, que plasta, que no te puedo contar nada. No sería bueno para ti. Esta gente esta un poco tocada y son capaces de sabe Dios que burrada si se enteran que te he contado algo, pero, para que me dejes en paz, parece que podemos tener pistas sobre el paradero de parte de la herencia templaria. Pero ya no te cuento nada, y deja el tema de una puñetera vez, que quiero disfrutar del finde-.
-Está bien, está bien. Pero prométeme que cuando termines me contarás, y que si ves riesgo, desaparecéis, los dos-.
-No lo dudes, no pondré en riesgo ni mi vida ni por supuesto a Miriam-.
-Así lo espero, tío, así lo espero- respondió Luis dándole una palmada en el hombro.