Acababa
de terminar de releer por cuadragésima vez un párrafo del documento
que llevaba el sello de la orden pero que, ya sin duda alguna se
databa en el siglo XVI. El documento en cuestión era, a ciencia cierta, una falsificación muy bien acabada. Sin la tecnología del
siglo XX, resultaría difícil reconocer la falsificación. Tan solo
breves detalles de los rasgos de la firma, delataban que el origen no
era el que se dejaba entrever. Ángel dejó las gafas sobre la réplica
del escrito que tenía en la mesa y se restregó los ojos. Estaba
tremendamente cansado de mirar una y otra vez los mismos documentos
para quedar encerrado en un círculo sin fin, era como un bucle
matemático al que no le veía solución, y eso empezaba a
preocuparle. Miró el reloj, era tarde, como siempre. Sentía los pasos de sus protectores encima
de su cabeza.
En
no pocas ocasiones se había planteado por qué estos hombres se
embarcaban en una aventura así. No comprendía como un hombre podía
renunciar a todo por un ideal. Tampoco sabía más que lo justo de
ellos, no era gente que gustara de hablar. Ni de si mismos ni de su
vida, ni de la organización para la que trabajaban. Realmente, si lo
pensaba, en ningún momento le habían dicho que organización era la
que le pagaba. A todos los efectos, a él le estaba pagando
religiosamente por su trabajo una sociedad sita en Suiza de nombre
Iacobus SAU. El firmante de las nóminas era un tal Gian Carlo
Martin, cuyo nombre se le antojaba tan falso como un euro de goma. En
repetidas ocasiones había intentado que alguno de sus custodios le
contara algo más frente a una taza de café, pero la respuesta era
siempre la misma, -no puedo contarle nada-.
Se
estiró en la silla y cogió el móvil para llamar a Miriam. Era
viernes, otro viernes y otra semana pasada. Luis y su joven esposa debían estar a punto de llegar a
Sevilla si no lo habían hecho ya. Marcó el número de Miriam, que
como siempre tardó una eternidad en coger el teléfono, o al menos
eso le parecía a Ángel.
-Hola
cielo, ¿Ya han llegado?- Preguntó Ángel nada más escuchar la dulce
voz de Miriam al otro lado de la línea.
-No,
pero su tren acaba de entrar en la estación, por lo que no tardarán-.
-Bien.
Salgo ahora mismo para el hotel, a ver si llego casi al tiempo que
vosotros y no me tenéis que esperar-, dijo Ángel mientras cogía la chaqueta del respaldo.
-A
ver si es verdad-, rio Miriam con la seguridad que no sería así. -Un
beso cariño-.
-Otro-,
contestó Ángel.
Colgó
el teléfono y se dirigió a la escalera, cuando por un momento su
cabeza volvió al texto que había estado leyendo. Podía ser una
réplica, y por lo tanto, era interesante también seguir las pistas
diseminadas por la historia. Pero, planteaba un problema, al ser un
documento posterior, nombraba lugares que no habían pertenecido
literalmente a La Orden, aunque si tenían relación. Eran lugares
con edificios góticos, algunos más primitivos y otros más
elaborados. Pero pensó por un momento que debían seguir también
esa pista.
Mientras
salía por la puerta y antes de montar en el taxi que le esperaba
desde hacía ya un buen rato, llamó al teléfono de Giovanni. El
italiano tardó unos segundos en coger el teléfono, parecía
alterado, al cogerlo como si estuviera corriendo o haciendo
ejercicio. -Hola, que haces, ¿estas corriendo detrás de alguien?- Preguntó Ángel con cierta ironía en sus palabras.
-No,
pero estaba haciendo ejercicio y me has cortado, espero que sea
interesante-.
-Por
supuesto, rio Ángel, como siempre será interesante-. Esperó que su
interlocutor dijera algo, pero el italiano esperaba más información.
-Está
bien, creo que el segundo documento también debe ser seguido. El
punto de arranque es la Catedral de Bayona, en Francia-.
-Se
donde está Bayona, Ángel, contestó Giovanni, ¿Por qué Bayona?-
Ángel
sonrió mientras estudiaba la respuesta en su cabeza. Le gustaba
provocar al italiano, le caía bien, pero le gustaba provocarle y ver
hasta donde llegaba su cultura, que, todo sea dicho, le parecía
bastante superior a la media. -Porque hace referencia a un templo
dorado al sur de Francia, en el camino hacia el apóstol Iacobus. Me
parece que por eso y por el nombre del arquitecto, puede ser nuestro
punto de partida-.
-Ahora
solo queda que me digas si tienes a alguien que vaya o voy yo a
mirarlo, dijo Ángel pensando en lo divertido que sería hacer trabajo de campo-.
-Te
diré algo el lunes, descansa el fin de semana, por si acaso-.
Contestó con frialdad Giovanni. -Ah, otra cosa, no comentes nada
sustancial con tu amigo Luis, ya sé que viene este fin de semana y,
como buen historiador, intentará sacarte algo de información. Por
su bien y por el nuestro, es mejor que crea que estás catalogando
escritos de los templarios ingleses del siglo XV, es decir, de la
masonería, instrucciones, ordenanzas y alguna otra cosa similar.
Seguro que no tienes problemas par inventar una buena historia-.
-De
acuerdo-, contestó Ángel. No le gustaba la idea de no poder
comentarlo con Luis, pero el jefe lo mandaba. Pensaría una buena
mentira de camino al hotel. Colgó el teléfono y subió al taxi. -¡Vámonos!- Le dijo al taxista que parecía estar somnoliento en el
asiento, como aburrido de esperar.
Al
llegar a la puerta del hotel encontró a Miriam con Luis y Aurora que
acababan de llegar. Le dio un beso a su mujer y besó en la cara a
Aurora antes de abrazar a su amigo. -Bueno, ya estamos todos, a ver si
somos capaces de divertirnos en esta ciudad, comentó Luis-.
-Me
doy una ducha y nos vamos-, contestó Ángel, así mientras dejáis
las maletas.
En
ese momento se percató que a Aurora empezaba a notársele levemente
el embarazo. -Eh, si ya tienes barriguita, mami-, dijo mientras veía
sonreír a los tres. Que pasa, que me he perdido, dijo Ángel con
cara de no estar enterado de algo.
-Son
dos,- le dijo casi al oído Miriam.
-¡Joder!- Exclamó con cara de susto, mientras miraba a la feliz pareja que no
parecía inmutarse, ya se han echo a la idea, pensó para sus
adentros.
-¡Felicidades!!- Exclamó de nuevo. -Esto hay que celebrarlo dos veces, por lo menos.
¿Quedamos en media hora en el Lobby del hotel?-
-Que
pijo te ha quedado eso del Lobby-, contestó Aurora, con la sonrisa
tonta que le producía saber lo que crecía dentro de ella.
-Vale,
en la puerta-.
-Eso
ya está mejor, anda, sube y dúchate que hueles a rata de biblioteca
a un kilómetro, dijo Luis, ya me pondrás al día, siguió mientras
guiñaba un ojo a su compinche-.
-Vamos
allá-, contestó Ángel mientras enfilaba los ascensores.
Sabía
que le costaría un triunfo convencer a su colega de que lo que hacía
allí no era relacionado con los templarios en su origen o en su
final, pero tenía que hacerlo.
En
menos de media hora estaban todos en la puerta del hotel, con
apariencia descansada y recién duchados. Era Febrero, pero el calor
estaba siendo importante. Tan solo era necesario llevar una chaqueta
fina a mano, por si refrescaba.
Fueron
paseando los cuatro hasta el puente de Triana. Cruzaron viendo el
reflejo de la ciudad en las aguas sucias de Guadalquivir, que a esa
hora solo se veían negras. Aurora y Miriam iban unos pasos por detrás,
comentando lo romántico de los candados que estaban colgando de los
barrotes del puente. Luis se volvió al oír esos comentarios y les
reprendió, eso es como hacer pintadas en los edificios históricos,
no seáis cursis, argumentó mientras sonreía. Siguieron adelante
hasta pasar el puente y buscar sitio en uno de los restaurantes de la
margen trianera del río. Ángel llevaba todo el camino hablando de
trivialidades, sobre lo bonita que estaba la ciudad, lo entretenido
que estaba todo el tiempo o lo que le iba a cambiar la vida a Luis en
unos meses, pero tenía claro de Luis intentaba sacar el tema en un
momento propicio.
Al
llegar a sentarse en la mesa del restaurante Luis, a quien parecía
comer la incertidumbre cada vez con más ansiedad, preguntó a su
colega,- Qué, tío, ¿No me piensas contar en que te están haciendo
trabajar tus nuevos jefes?-
Ángel
sonrió socarrón, sintiendo la mirada de los otros tres. Miriam, que
no conocía casi nada, se quedó mirándole como diciendo, a ver si
ahora cuentas algo más de lo que me has contado a mi. En ese momento
Ángel comprendió la situación, si decía poco más de lo que le
había contado a Miriam, lo tendría que pagar muy caro en su
relación de pareja. Si decía otra cosa diferente, también le
ocasionaría problemas. Estaba en una encrucijada entre su vida
personal y laboral. Levantó la vista del plato y vio a los tres
aguardando una respuesta.
-Está
bien, pero no puede salir de esta mesa-. La respuesta, en un tono que
bajaba según avanzaba la frase, hizo que todos se acercaran en sus
sillas para dar mayor intimidad a la conversación. Ángel pensó que
de todo el mundo, seguramente este era el círculo de personas de las
que podía fiarse más ciegamente. Aún así no les explicaría más
que lo justo. -Estoy trabajando en la trascripción y
autentificación de unos documentos de los últimos años de la
“Orden” y de su final. Comprobó como la atención de su grupo
era absoluta. Son documentos firmados por Jacques de Molay y por el
Papa, pero algunos son verdaderos y otros no. Ese es mi trabajo.
Espero que cuando terminemos dejen verlos a todo el mundo, sería
interesante tener otras opiniones. Pero es una gente un poco
reservada, ya veremos-.
-No
pensarás que nos vamos a quedar con solo eso, ¿No?- Respondió de
inmediato Luis.
-A
mi no me ha contado mucho más, respondió Miriam, a ver si tú le
sacas algo más-.
-No
puedo contaros mucho más, a ti menos aún Luis. Tú no eres un
profano en esto y si te digo tres cosas atarás cabos y eso sería
peligroso. Si te garantizo que cuando termine, si ellos no lo
publican, lo haremos tú y yo juntos-.
La
cara de Luis se iluminó por unos segundos, pero rápidamente
descubrió el truco, Ángel estaba dorándole la píldora para que se
la tragara sin muchos reparos y con menos preguntas, pero se acaba de
dar cuenta y pensaba seguirle el juego. Pero ir sacándole poco a
poco la información, no se pensaba quedar con la incertidumbre.
La
cena transcurrió por otros derroteros, estuvieron hablando del
embarazo de Aurora, de la responsabilidad de la paternidad, de lo
bien que se lo estaba pasando Miriam con lo poco que estaba
trabajando. Pero Ángel estaba esperando en cualquier
momento la andanada de preguntas de Luis. Este esperó hasta los
chupitos, tras haberse bebido unas pocas cervezas y alguna botella de
vino acompañadas de jamón y “pescaitos” varios.
Era como si la mesa se hubiera partido a la mitad, las chicas hablaban de no se qué y Luis intentaba sonsacarle alguna información relevante que le diera pistas, pero Ángel aguantaba los envites de su colega sin ceder, contestando con la misma evasiva una y otra vez, -no puedo contar nada Luis, ¡no seas plasta coño!!-.
Era como si la mesa se hubiera partido a la mitad, las chicas hablaban de no se qué y Luis intentaba sonsacarle alguna información relevante que le diera pistas, pero Ángel aguantaba los envites de su colega sin ceder, contestando con la misma evasiva una y otra vez, -no puedo contar nada Luis, ¡no seas plasta coño!!-.
Pero
Luis no era una persona que cediera con facilidad, por lo que tras la
cena, cuando caminaban con el fresco de la noche camino de “La
Anselma” para tomar una copa y escuchar un ratito de flamenco,
volvió al ataque, -Venga tío cuéntame algo más que no voy a poder
disfrutar del fin de semana con la comezón que me reconcome por
dentro-.
-Que
plasta eres Luis, que plasta, que no te puedo contar nada. No sería
bueno para ti. Esta gente esta un poco tocada y son capaces de sabe
Dios que burrada si se enteran que te he contado algo, pero, para que
me dejes en paz, parece que podemos tener pistas sobre el paradero de
parte de la herencia templaria. Pero ya no te cuento nada, y deja el
tema de una puñetera vez, que quiero disfrutar del finde-.
-Está
bien, está bien. Pero prométeme que cuando termines me contarás, y
que si ves riesgo, desaparecéis, los dos-.
-No
lo dudes, no pondré en riesgo ni mi vida ni por supuesto a Miriam-.
-Así
lo espero, tío, así lo espero- respondió Luis dándole una palmada en el hombro.