Para
ser una mañana de Marzo se sentía frío en las calles de Madrid.
Eran las siete de la mañana y al salir de casa sintió un
escalofrío. Se subió el cuello de la cazadora antes de encajarse el
casco.
Al subirse a la moto volvió a acometer el ritual de todos los días, mirar si hay algo debajo, comprobar que nadie ha manipulado la moto, lo normal, lo de todos los días. Se sentía cansado de tener que hacer esto siempre, cada vez que aparcaba la moto o el coche en cualquier sitio.
Acababa de cumplir cuarenta y ocho años, casi 23 de servicio. De ellos los últimos 12 años, estaba encargado de investigar los homicidios con apariencia de ajustes de cuentas. Su trabajo solía ser rutinario, la mayor parte de los que parecían ajustes de cuentas, lo eran. Pero se necesitaba su pericia en encontrar otras vías de investigación.
Había estado en Vitoria durante unos años, en la lucha anti-terrorista. Su apariencia juvenil y macarrilla le había permitido meterse en los ambientes “Borrokas” de la capital vasca. Habían sido unos años bastante estresantes. Mucho miedo a ser descubierto. Mucho trabajo y ganas de pegarle dos leches a más de un niñato gilipollas de los que estaban a su alrededor. Pero lo importante era la misión.
Sus problemas empezaron cuando le vieron una mañana hablando con un “Chakurra”. Se trataba de una compañera de academia. Una Criminóloga llamada Saray, gallega, guapísima, con la que había tenido algo más que amistad durante unos meses. Pero la reconoció uno de los Borrokas con los que habitualmente se movía.
Al subirse a la moto volvió a acometer el ritual de todos los días, mirar si hay algo debajo, comprobar que nadie ha manipulado la moto, lo normal, lo de todos los días. Se sentía cansado de tener que hacer esto siempre, cada vez que aparcaba la moto o el coche en cualquier sitio.
Acababa de cumplir cuarenta y ocho años, casi 23 de servicio. De ellos los últimos 12 años, estaba encargado de investigar los homicidios con apariencia de ajustes de cuentas. Su trabajo solía ser rutinario, la mayor parte de los que parecían ajustes de cuentas, lo eran. Pero se necesitaba su pericia en encontrar otras vías de investigación.
Había estado en Vitoria durante unos años, en la lucha anti-terrorista. Su apariencia juvenil y macarrilla le había permitido meterse en los ambientes “Borrokas” de la capital vasca. Habían sido unos años bastante estresantes. Mucho miedo a ser descubierto. Mucho trabajo y ganas de pegarle dos leches a más de un niñato gilipollas de los que estaban a su alrededor. Pero lo importante era la misión.
Sus problemas empezaron cuando le vieron una mañana hablando con un “Chakurra”. Se trataba de una compañera de academia. Una Criminóloga llamada Saray, gallega, guapísima, con la que había tenido algo más que amistad durante unos meses. Pero la reconoció uno de los Borrokas con los que habitualmente se movía.
Tras
eso, puso tierra de por medio. Sus jefes decidieron que debían
“reubicarle” por su seguridad. Le mandaron a Madrid. Al fin y al
cabo, era criminólogo, licenciado en derecho y en psicología.
Durante unos meses estuvo en Homicidios. Después trabajando con
tribus urbanas, pero Saray lo reclamó para su departamento. En el
fondo siempre se habían llevado bien, y ella se sentía algo
culpable por su cambio de destino.
Las
calles de Madrid estaban ya repletas de coches. Salió de su barrio,
el de La Concepción con rumbo a la M-30 Sur, hacia el cuartel de
Moratalaz. Conducía deprisa, con urgencia por ponerse manos a la
obra.
Ayer les había llegado otro cadáver marcado con una cruz en la boca. En esta ocasión era un empresario bastante turbio de Valencia. Lo podía haber liquidado cualquiera. Tenía negocios con rumanos, polacos y portugueses. Con todos ellos poco claros. Pero lo divertido era que la marca de la boca era la misma que los dos cadáveres de Navarra de hacía unos días. Aunque a estos no los habían podido identificar todavía.
Ayer les había llegado otro cadáver marcado con una cruz en la boca. En esta ocasión era un empresario bastante turbio de Valencia. Lo podía haber liquidado cualquiera. Tenía negocios con rumanos, polacos y portugueses. Con todos ellos poco claros. Pero lo divertido era que la marca de la boca era la misma que los dos cadáveres de Navarra de hacía unos días. Aunque a estos no los habían podido identificar todavía.
Siempre
le pasaba lo mismo, se obsesionaba con las pruebas cruzadas que
encontraba. A veces creía que se trataba de un problema psíquico,
quizás tenía miedo que se tratara de eso.
Enfiló
Arroyo del Fontarrón hacia el cuartel, esquivando el tráfico que ya empezaba
a ser denso. Aparcó la moto dentro del cuartel. Y entró al tiempo
que Saray aparcaba su coche. Esperó en la puerta pacientemente
mientras ella llegaba hasta su altura. La observaba con cierto
cariño. Se conocían hacía muchos años, y siempre había estado
algo enamorado de ella, aunque a esta altura, disfrutaba más de
trabajar en su compañía que de cualquier otra cosa.
Saray
tampoco se había casado. Decía que después de todo lo había visto
en su trabajo, no podía creer más que lo justo en el género humano,
y menos aun en los hombres.
-Buenos
días “Pedrito”- le dijo ella con sorna.
-Hola
jefa, esta usted muy guapa esta mañana-, respondió él con más sorna
aún.
-No
me voy a cagar en tu madre, porque no tiene la culpa la pobre de
tener un hijo tan capullo-, respondió ella dándole un beso en la
mejilla.
-Tenga
cuidado jefa, si nos ven dirán que estamos liados-, respondió Pedro
sonriendo de medio lado, cínico.
-Pasa,
atontao, que tenemos mucho trabajo-.
-A
tus ordenes, jefa-.
-Y
deja de llamarme jefa, tío!-
-Vale,
¿Quieres un café?-
-Con
leche y mucha azúcar, gracias. Te espero en mi despacho. Nos
reuniremos con el forense que hizo las autopsias de los dos de
Navarra, a ver si sacamos algo en claro de las pruebas y las fotos-.
Tras
coger café para los dos, Pedro llegó al despacho de Saray y en él
encontró también a un médico con cara de científico despistado,
con las gafas medio caídas y aspecto algo descuidado, pero con ropa
de marca.
-Buenos
días-, dijo al entrar, -¿Quiere usted que le pida un café, doctor?- Le
dijo al médico.
Este
contestó con un gesto negativo, -eso les mata lentamente, lo saben,
¿Verdad?-
-No
tenemos prisa porque nos abra, doctor-, contestó Saray sonriendo a
su compañero.
El
doctor seguía mirando en su carpeta, como buscando algo más que le
hubiera pasado desapercibido, con cara de que alguna cosa no
terminara de encajar.
-Bien doctor, somos todo oídos-, dijo Saray buscando la complicidad de su
compañero.
El
forense carraspeó levemente. -Bien-, dijo sacando varias fotos de los
cuerpos en lugar donde fueron encontrados y pasándoselas a los dos
policías, que seguían tomando su café como si estuvieran viendo
las fotos de un viaje de placer.- Es evidente que los cuerpos los
trasladaron allí después de haberlos matado, y no lo intentaron
disimular. Sin lugar a dudas es trabajo de profesionales, el dejarlos
recostados a ambos sobre el costado izquierdo, la colocación de todo
en el entorno. Limpiaron los alrededores, no había papeles,
colillas, hojas secas. Es como si se hubieran molestado en eliminar
cualquier cosa que pudiera ser analizada-.
Los
policías le miraban con interés, esperando encontrar en sus
comentarios algo reseñable para sus acostumbrados ojos de expertos
en salvajadas varias.
El
forense siguió con su descripción metódica. -El disparo, con un
nueve largo, con silenciador y a más de 2 metros de distancia. El
asesino no quería mancharse y tiene una puntaría del copón. A los
dos los mataron con el mismo arma, en un periodo de no más de diez
minutos entre la hora de defunción de uno y de otro. No tenían
problema en dejarles la cara y la espalda marcada, evidentemente les
interrogaron con las manos atadas en la espalda. Ambos tienen marcas
en espalda y costados de haber recibido latigazos con algo parecido a
un flagelo, como los usados en los siglos pasados por algunos
religiosos, y hoy también por algunos miembros de órdenes
“religiosas”-, comentó entrecomillando la palabra con las manos. -Todas estas marcas eran recientes, lo que nos indica que fueron
torturas con poca anterioridad a la muerte. Las heridas de la cara
son de haberles zurrado con la mano, pero alguien que conocía que es
lo que quería hacer, evidentemente, un boxeador con unas manos como
panes de grandes. La marca de la boca, es post mortem, pero
inmediatamente, ya que además de la quemadura, todavía provoca
costra de sangre que coagula con cierta facilidad-.
-La
impresión que tuvimos al llegar al escenario era que aquello estaba
montado para transmitir un mensaje a quien corresponda-.
Siguió
pasándoles fotos que los policías miraban sin mucha concentración.
Ambos sabían que casi todo venía en el informe que les tenía que
dejar, pero Pedro tenía la sensación que le quedaba algo por
contar. Dejó que terminara su disertación para dispararle, casi a
bocajarro y causando no poca sorpresa en su jefa, -¿Se está guardando
algo, doctor?
El
forense se quedo casi bloqueado. Era como si aquel policía pudiera
leerle la mente. Echó un rápido vistazo a Saray. -No tienen ninguno
de los dos cadáveres huellas dactilares, quemadas por un profesional
de la cirugía plástica, un gran trabajo-, terminó con cierta
admiración hacia el trabajo que había contemplado.
-Por
otro lado, ambos compartían una seña de identidad. Ambos cuerpos
lucen dos tatuajes, en la cara interna del brazo derecho, la palabra
“SIGILUM”, sobre el omóplato izquierdo, una “T” inclinada
hacia la derecha, como escrita en cursiva-.
Se
quedaron los tres en absoluto silencio observando las fotos de ambos
cuerpos y sus tatuajes. De repente, como activada por un resorte,
Saray descolgó su teléfono y pidió a Marta, otro miembro del
equipo, que le localizara un especialista en Paleografía, a ser
posible, alguien de la universidad, a quien poder convencer de
mantener silencio.
Pedro
salió del despacho de su jefa para completar las órdenes que esta
acababa de dar.
Mientras
tanto, el forense se quedó comentando detalles de las autopsias.
Niveles muy altos de diversos estupefacientes, como administrados a
lo bestia, para ver si con ello se les soltaba la lengua, comentó el
forense. Sin embargo, no hay rastro de abusos sexuales, está claro
que quienes hicieron esto buscaban información.
Saray
permanecía en silencio, observando con detenimiento las imágenes
que habían dejado sobre la mesa.
Pedro
volvió a entrar en el despacho. -Ya han localizado a alguien en la
universidad, vendrá en un par de horas. También ha llegado el
forense de Sevilla. “ Que maravilla el AVE”-, dijo con guasa
mirando a los ojos de su jefa.
-Hacerle
pasar en cuanto llegue, creo que será bueno cotejar coincidencias-.
-No le importará a usted esperar a nuestro compañero de Sevilla, ¿Verdad?-
-No le importará a usted esperar a nuestro compañero de Sevilla, ¿Verdad?-
EL
forense sevillano era un hombre cercano a los sesenta años, con el
pelo blanco por completo, peinado hacia atrás. A pesar de su edad,
resultaba un hombre atractivo, con brillantes ojos azules y vestido
con la elegancia de los señorítos andaluces. Era delgado, con
pinta de seguir cuidándose, de hacer deporte de forma frecuente.
-Buenos
días-, dijo extendiendo la mano hacia Saray, era evidente que conocía
a quien venía a ver.
-Buenos
días, doctor Arroyo, este es su colega, el doctor Olabarrieta, es un
colega suyo de Navarra. Tenemos otros dos crímenes con ciertas
similitudes con el de usted. Tome asiento, por favor-, le ofreció al
médico una silla con un leve gesto de su mano.
A
Pedro le seguía sorprendiendo la facilidad con la que Saray se
desenvolvía entre aquellos médicos. A él siempre le habían
parecido unos caga mármol, útiles, pero demasiado endiosados. A
veces sentía que los forenses pensaban que ellos, los policías,
solo eran fuerza bruta. En algún caso, alguno había insinuado en su
presencia que sin los datos que les aportaban ellos en las autopsias,
no serían capaces de encontrar nada. Había aprendido a no hacer ni
puñetero caso, pero no le caían bien, por definición.
Sin embargo a Saray se le daban muy bien estos elementos. Ella en algún caso le había dicho que el hecho de ser mujer, pequeñita y con una cara dulce, le hacía ser más interesante para los médicos. Luego descubrían que en ese pequeño y atractivo cuerpo, se escondía una policía inteligente y despiadada con los criminales y con los inútiles, casi por igual.
Sin embargo a Saray se le daban muy bien estos elementos. Ella en algún caso le había dicho que el hecho de ser mujer, pequeñita y con una cara dulce, le hacía ser más interesante para los médicos. Luego descubrían que en ese pequeño y atractivo cuerpo, se escondía una policía inteligente y despiadada con los criminales y con los inútiles, casi por igual.
El
forense andaluz comenzó su relato de pruebas, con un lenguaje
exageradamente técnico que a Pedro le producía somnolencia. Lo
entendía a la perfección, pero sabía que a muchos de sus
compañeros le sonaría a chino, y eso era de las cosas cargantes que
tenían los forenses, según su punto de vista. Saray le dejo
explayarse para, al final, decirle,- Creo que sería bueno cotejar
sus pruebas con las de los otros dos crímenes, nos interesan los
puntos en común. Si les parece, pueden reunirse ustedes dos en la
sala de la derecha y pasarme un informe con el resumen de sus
conclusiones-.
El
andaluz se revolvió molesto en el asiento, como si le acabasen de
dar una ostia, pensó Pedro.
-Tiene
algún inconveniente, ¿Doctor?- Preguntó Saray con una mirada
inquisitiva.
-Creo
que ya he sido lo suficientemente explicito, lo tiene usted todo en
el informe y yo tengo mucho trabajo que hacer-.
-Disculpe
doctor, creo que la que no se ha explicado bien, soy yo-. Pedro intuía
por donde iba a salir su jefa y se preparaba para disfrutar de ello. -No se lo estoy pidiendo, se lo estoy ordenando. Si tiene algún
problema no dude en consultarlo con sus jefes, aquí tiene el
teléfono. Pero tenga algo seguro, de esta oficina no sale ni Dios
hasta que tenga el informe y lo entienda a la perfección. Con ni
Dios, me refiero a ninguno de ustedes, a los demás no se les
ocurriría irse dejando las cosas a medias. ¿Me he explicado con
claridad, doctor?-
La
cara del sevillano era un poema, estaba rojo de ira. Su compañero
navarro, sonreía con cierta sorna, como si le gustara el repaso a su
colega. -No sabe usted con quien esta hablando. Ahora mismo quiero
hablar con sus superiores-. contestó visiblemente enfadado el andaluz.
-Creo
que hoy no tengo el día fino, evidentemente no me he explicado bien,
de nuevo. Vamos a ver doctor, el que no tiene ni puta idea de con
quien está hablando, es usted. No tengo superiores. Yo dirijo el
departamento. Entiendo que a su forma de ver la vida, le sorprenda
que una “chiquita” dirija algo tan tétrico como esto, pero creo
que decidir sobre ello, queda bastante fuera de su jurisdicción. Le
repito, que llame a quien le salga de los cojones, pero quiero ese
informe de coincidencias en mi mesa antes de acabar el día.
Otra
cosa, en unas horas vendrá un experto en paleografía para valorar
con ustedes los tatuajes de los cadáveres. Al menos los de Navarra,
los tenían. ¿El suyo no verdad doctor?- Miró con cinismo al andaluz.
-No-,
contestó seco, tajante.
-A
lo mejor tiene suerte y se puede ir hoy. Señores, a trabajar-, dijo
dando una palmada. Mientras los dos médicos salían de su despacho,
Saray vio de refilón la sonrisa dañina de Pedro.
-Venga,
cabronazo, que lo de trabajar también va por ti-.
-A
tus ordenes jefa. Me encanta cuando te pones dura con los forenses.
Casi me pone-, dijo sabiendo lo que se encontraría al mirar la cara
de ella.
-Pues
ya sabes, te la machacas en tus ratos libres, capullo, pero vete a
trabajar, a ver que podemos descubrir de los tatuajes y del entorno
de Carpintero-.
-Estoy
en ello, jefa, estoy en ello-.
-¡Que
no me llames jefa, me llamo Saray, tío!!-
-Me
voy a currar que al final me
arreas a mí la ostia-.
-Te
lo mereces. Diles a Magda y a Miguel que vengan, tengo algo para
ellos- Dijo ella mirando algo sobre su mesa.