jueves, 15 de octubre de 2015

CAPITULO XXXI: La investigación



 Para ser una mañana de Marzo se sentía frío en las calles de Madrid. Eran las siete de la mañana y al salir de casa sintió un escalofrío. Se subió el cuello de la cazadora antes de encajarse el casco. 
Al subirse a la moto volvió a acometer el ritual de todos los días, mirar si hay algo debajo, comprobar que nadie ha manipulado la moto, lo normal, lo de todos los días. Se sentía cansado de tener que hacer esto siempre, cada vez que aparcaba la moto o el coche en cualquier sitio.

 Acababa de cumplir cuarenta y ocho años, casi 23 de servicio. De ellos los últimos 12 años, estaba encargado de investigar los homicidios con apariencia de ajustes de cuentas. Su trabajo solía ser rutinario, la mayor parte de los que parecían ajustes de cuentas, lo eran. Pero se necesitaba su pericia en encontrar otras vías de investigación. 
Había estado en Vitoria durante unos años, en la lucha anti-terrorista. Su apariencia juvenil y macarrilla le había permitido meterse en los ambientes “Borrokas” de la capital vasca. Habían sido unos años bastante estresantes. Mucho miedo a ser descubierto. Mucho trabajo y ganas de pegarle dos leches a más de un niñato gilipollas de los que estaban a su alrededor. Pero lo importante era la misión.
 Sus problemas empezaron cuando le vieron una mañana hablando con un “Chakurra”. Se trataba de una compañera de academia. Una Criminóloga llamada Saray, gallega, guapísima, con la que había tenido algo más que amistad durante unos meses. Pero la reconoció uno de los Borrokas con los que habitualmente se movía.
Tras eso, puso tierra de por medio. Sus jefes decidieron que debían “reubicarle” por su seguridad. Le mandaron a Madrid. Al fin y al cabo, era criminólogo, licenciado en derecho y en psicología. Durante unos meses estuvo en Homicidios. Después trabajando con tribus urbanas, pero Saray lo reclamó para su departamento. En el fondo siempre se habían llevado bien, y ella se sentía algo culpable por su cambio de destino.
Las calles de Madrid estaban ya repletas de coches. Salió de su barrio, el de La Concepción con rumbo a la M-30 Sur, hacia el cuartel de Moratalaz. Conducía deprisa, con urgencia por ponerse manos a la obra.
 Ayer les había llegado otro cadáver marcado con una cruz en la boca. En esta ocasión era un empresario bastante turbio de Valencia. Lo podía haber liquidado cualquiera. Tenía negocios con rumanos, polacos y portugueses. Con todos ellos poco claros. Pero lo divertido era que la marca de la boca era la misma que los dos cadáveres de Navarra de hacía unos días. Aunque a estos no los habían podido identificar todavía.
Siempre le pasaba lo mismo, se obsesionaba con las pruebas cruzadas que encontraba. A veces creía que se trataba de un problema psíquico, quizás tenía miedo que se tratara de eso.
Enfiló Arroyo del Fontarrón hacia el cuartel, esquivando el tráfico que ya empezaba a ser denso. Aparcó la moto dentro del cuartel. Y entró al tiempo que Saray aparcaba su coche. Esperó en la puerta pacientemente mientras ella llegaba hasta su altura. La observaba con cierto cariño. Se conocían hacía muchos años, y siempre había estado algo enamorado de ella, aunque a esta altura, disfrutaba más de trabajar en su compañía que de cualquier otra cosa.
Saray tampoco se había casado. Decía que después de todo lo había visto en su trabajo, no podía creer más que lo justo en el género humano, y menos aun en los hombres.
-Buenos días “Pedrito”- le dijo ella con sorna.
-Hola jefa, esta usted muy guapa esta mañana-, respondió él con más sorna aún.
-No me voy a cagar en tu madre, porque no tiene la culpa la pobre de tener un hijo tan capullo-, respondió ella dándole un beso en la mejilla.
-Tenga cuidado jefa, si nos ven dirán que estamos liados-, respondió Pedro sonriendo de medio lado, cínico.
-Pasa, atontao, que tenemos mucho trabajo-.
-A tus ordenes, jefa-.
-Y deja de llamarme jefa, tío!-
-Vale, ¿Quieres un café?-
-Con leche y mucha azúcar, gracias. Te espero en mi despacho. Nos reuniremos con el forense que hizo las autopsias de los dos de Navarra, a ver si sacamos algo en claro de las pruebas y las fotos-.

Tras coger café para los dos, Pedro llegó al despacho de Saray y en él encontró también a un médico con cara de científico despistado, con las gafas medio caídas y aspecto algo descuidado, pero con ropa de marca.
-Buenos días-, dijo al entrar, -¿Quiere usted que le pida un café, doctor?- Le dijo al médico.
Este contestó con un gesto negativo, -eso les mata lentamente, lo saben, ¿Verdad?-
-No tenemos prisa porque nos abra, doctor-, contestó Saray sonriendo a su compañero.
El doctor seguía mirando en su carpeta, como buscando algo más que le hubiera pasado desapercibido, con cara de que alguna cosa no terminara de encajar.
-Bien doctor, somos todo oídos-, dijo Saray buscando la complicidad de su compañero.
El forense carraspeó levemente. -Bien-, dijo sacando varias fotos de los cuerpos en lugar donde fueron encontrados y pasándoselas a los dos policías, que seguían tomando su café como si estuvieran viendo las fotos de un viaje de placer.- Es evidente que los cuerpos los trasladaron allí después de haberlos matado, y no lo intentaron disimular. Sin lugar a dudas es trabajo de profesionales, el dejarlos recostados a ambos sobre el costado izquierdo, la colocación de todo en el entorno. Limpiaron los alrededores, no había papeles, colillas, hojas secas. Es como si se hubieran molestado en eliminar cualquier cosa que pudiera ser analizada-.
Los policías le miraban con interés, esperando encontrar en sus comentarios algo reseñable para sus acostumbrados ojos de expertos en salvajadas varias.
El forense siguió con su descripción metódica. -El disparo, con un nueve largo, con silenciador y a más de 2 metros de distancia. El asesino no quería mancharse y tiene una puntaría del copón. A los dos los mataron con el mismo arma, en un periodo de no más de diez minutos entre la hora de defunción de uno y de otro. No tenían problema en dejarles la cara y la espalda marcada, evidentemente les interrogaron con las manos atadas en la espalda. Ambos tienen marcas en espalda y costados de haber recibido latigazos con algo parecido a un flagelo, como los usados en los siglos pasados por algunos religiosos, y hoy también por algunos miembros de órdenes “religiosas”-, comentó entrecomillando la palabra con las manos. -Todas estas marcas eran recientes, lo que nos indica que fueron torturas con poca anterioridad a la muerte. Las heridas de la cara son de haberles zurrado con la mano, pero alguien que conocía que es lo que quería hacer, evidentemente, un boxeador con unas manos como panes de grandes. La marca de la boca, es post mortem, pero inmediatamente, ya que además de la quemadura, todavía provoca costra de sangre que coagula con cierta facilidad-.
-La impresión que tuvimos al llegar al escenario era que aquello estaba montado para transmitir un mensaje a quien corresponda-.
Siguió pasándoles fotos que los policías miraban sin mucha concentración. Ambos sabían que casi todo venía en el informe que les tenía que dejar, pero Pedro tenía la sensación que le quedaba algo por contar. Dejó que terminara su disertación para dispararle, casi a bocajarro y causando no poca sorpresa en su jefa, -¿Se está guardando algo, doctor?
El forense se quedo casi bloqueado. Era como si aquel policía pudiera leerle la mente. Echó un rápido vistazo a Saray. -No tienen ninguno de los dos cadáveres huellas dactilares, quemadas por un profesional de la cirugía plástica, un gran trabajo-, terminó con cierta admiración hacia el trabajo que había contemplado.
-Por otro lado, ambos compartían una seña de identidad. Ambos cuerpos lucen dos tatuajes, en la cara interna del brazo derecho, la palabra “SIGILUM”, sobre el omóplato izquierdo, una “T” inclinada hacia la derecha, como escrita en cursiva-.
Se quedaron los tres en absoluto silencio observando las fotos de ambos cuerpos y sus tatuajes. De repente, como activada por un resorte, Saray descolgó su teléfono y pidió a Marta, otro miembro del equipo, que le localizara un especialista en Paleografía, a ser posible, alguien de la universidad, a quien poder convencer de mantener silencio.
Pedro salió del despacho de su jefa para completar las órdenes que esta acababa de dar.
Mientras tanto, el forense se quedó comentando detalles de las autopsias. Niveles muy altos de diversos estupefacientes, como administrados a lo bestia, para ver si con ello se les soltaba la lengua, comentó el forense. Sin embargo, no hay rastro de abusos sexuales, está claro que quienes hicieron esto buscaban información.
Saray permanecía en silencio, observando con detenimiento las imágenes que habían dejado sobre la mesa.
Pedro volvió a entrar en el despacho. -Ya han localizado a alguien en la universidad, vendrá en un par de horas. También ha llegado el forense de Sevilla. “ Que maravilla el AVE”-, dijo con guasa mirando a los ojos de su jefa.
-Hacerle pasar en cuanto llegue, creo que será bueno cotejar coincidencias-.
 -No le importará a usted esperar a nuestro compañero de Sevilla, ¿Verdad?-

EL forense sevillano era un hombre cercano a los sesenta años, con el pelo blanco por completo, peinado hacia atrás. A pesar de su edad, resultaba un hombre atractivo, con brillantes ojos azules y vestido con la elegancia de los señorítos andaluces. Era delgado,  con pinta de seguir cuidándose, de hacer deporte de forma frecuente.
-Buenos días-, dijo extendiendo la mano hacia Saray, era evidente que conocía a quien venía a ver.
-Buenos días, doctor Arroyo, este es su colega, el doctor Olabarrieta, es un colega suyo de Navarra. Tenemos otros dos crímenes con ciertas similitudes con el de usted. Tome asiento, por favor-, le ofreció al médico una silla con un leve gesto de su mano.
A Pedro le seguía sorprendiendo la facilidad con la que Saray se desenvolvía entre aquellos médicos. A él siempre le habían parecido unos caga mármol, útiles, pero demasiado endiosados. A veces sentía que los forenses pensaban que ellos, los policías, solo eran fuerza bruta. En algún caso, alguno había insinuado en su presencia que sin los datos que les aportaban ellos en las autopsias, no serían capaces de encontrar nada. Había aprendido a no hacer ni puñetero caso, pero no le caían bien, por definición.
 Sin embargo a Saray se le daban muy bien estos elementos. Ella en algún caso le había dicho que el hecho de ser mujer, pequeñita y con una cara dulce, le hacía ser más interesante para los médicos. Luego descubrían que en ese pequeño y atractivo cuerpo, se escondía una policía inteligente y despiadada con los criminales y con los inútiles, casi por igual.
El forense andaluz comenzó su relato de pruebas, con un lenguaje exageradamente técnico que a Pedro le producía somnolencia. Lo entendía a la perfección, pero sabía que a muchos de sus compañeros le sonaría a chino, y eso era de las cosas cargantes que tenían los forenses, según su punto de vista. Saray le dejo explayarse para, al final, decirle,- Creo que sería bueno cotejar sus pruebas con las de los otros dos crímenes, nos interesan los puntos en común. Si les parece, pueden reunirse ustedes dos en la sala de la derecha y pasarme un informe con el resumen de sus conclusiones-.
El andaluz se revolvió molesto en el asiento, como si le acabasen de dar una ostia, pensó Pedro.
-Tiene algún inconveniente, ¿Doctor?- Preguntó Saray con una mirada inquisitiva.
-Creo que ya he sido lo suficientemente explicito, lo tiene usted todo en el informe y yo tengo mucho trabajo que hacer-.
-Disculpe doctor, creo que la que no se ha explicado bien, soy yo-. Pedro intuía por donde iba a salir su jefa y se preparaba para disfrutar de ello. -No se lo estoy pidiendo, se lo estoy ordenando. Si tiene algún problema no dude en consultarlo con sus jefes, aquí tiene el teléfono. Pero tenga algo seguro, de esta oficina no sale ni Dios hasta que tenga el informe y lo entienda a la perfección. Con ni Dios, me refiero a ninguno de ustedes, a los demás no se les ocurriría irse dejando las cosas a medias. ¿Me he explicado con claridad, doctor?-
La cara del sevillano era un poema, estaba rojo de ira. Su compañero navarro, sonreía con cierta sorna, como si le gustara el repaso a su colega. -No sabe usted con quien esta hablando. Ahora mismo quiero hablar con sus superiores-. contestó visiblemente enfadado el andaluz.
-Creo que hoy no tengo el día fino, evidentemente no me he explicado bien, de nuevo. Vamos a ver doctor, el que no tiene ni puta idea de con quien está hablando, es usted. No tengo superiores. Yo dirijo el departamento. Entiendo que a su forma de ver la vida, le sorprenda que una “chiquita” dirija algo tan tétrico como esto, pero creo que decidir sobre ello, queda bastante fuera de su jurisdicción. Le repito, que llame a quien le salga de los cojones, pero quiero ese informe de coincidencias en mi mesa antes de acabar el día.
Otra cosa, en unas horas vendrá un experto en paleografía para valorar con ustedes los tatuajes de los cadáveres. Al menos los de Navarra, los tenían. ¿El suyo no verdad doctor?- Miró con cinismo al andaluz.
-No-, contestó seco, tajante.
-A lo mejor tiene suerte y se puede ir hoy. Señores, a trabajar-, dijo dando una palmada. Mientras los dos médicos salían de su despacho, Saray vio de refilón la sonrisa dañina de Pedro.
-Venga, cabronazo, que lo de trabajar también va por ti-.
-A tus ordenes jefa. Me encanta cuando te pones dura con los forenses. Casi me pone-, dijo sabiendo lo que se encontraría al mirar la cara de ella.
-Pues ya sabes, te la machacas en tus ratos libres, capullo, pero vete a trabajar, a ver que podemos descubrir de los tatuajes y del entorno de Carpintero-.
-Estoy en ello, jefa, estoy en ello-.
-¡Que no me llames jefa, me llamo Saray, tío!!-
-Me voy a currar que al final me arreas a mí la ostia-.
-Te lo mereces. Diles a Magda y a Miguel que vengan, tengo algo para ellos- Dijo ella mirando algo sobre su mesa.