Ricardo
acababa de llegar al lado sevillano del puente de Triana, faltaban
cinco minutos para la hora fijada. Se sentía sudoroso, nervioso. En
la bolsa que llevaba en la mano llevaba un millón de euros y de
ellos al menos dos cientos mil eran falsos. Tenía claro que no les
iba a dar a esos hijos de perra un duro más. Seguro que eran unos
muertos de hambre que se conformarían con esto y le darían a Jacques
y a Madelaine. Por un momento pensó que ella le estaría agradecida.
Eso era bueno. Estaría más dispuesta a colaborar con él para
encontrar los objetos que buscaban. Incluso es posible que se la pudiera tirar, para celebrarlo. Madelaine es mayor, como él, pero sigue
estando muy buena.
Solo
le había acompañado un chofer polaco que llevaba un arma y que le
acompañaba a todos lados, pero se había quedado a unos doscientos metros,
observando, por si Ricardo le hacía una señal.
Empezó a cruzar el puente que estaba en obras, parecía que estaban haciendo un
carril bici. Por un momento pensó en lo gilipollas que tienen que
ser los que van en bici en una ciudad en la que el ochenta por ciento del año hace
un calor de la leche. Pasó la mitad del puente. Su paso parecía ralentizarse, como si temiera algo en su fuero interno, sabía que no
debía mirar hacia atrás, pero esperaba que el polaco estuviera pendiente,
como no fuera así, se iba a cagar cuando volviera.
Dio unos pasos más y sintió vibrar el teléfono en su bolsillo. Lo cogió con un “si” lacónico, como si no supiera de sobra quien le estaba llamando.
-Llega
al final del puente y acércate a un mercedes negro con los cristales
tintados que esta aparcado el primero nada más bajar las escaleras
del otro lado del puente-.
Giovanni
lo observaba todo desde la casa de la esquina. Sus hombres ya se habían encargado de quitar de en medio al polaco, que iba camino de la
comisaría más cercana, al menos eso pensaba él, al detenerle por
llevar un arma de fuego, una nueve milímetros parabelum, sin
licencia. El coche estaba preparado, el mendigo que estaba sentado en el
final de la escalera, como si estuviera durmiendo la mona, era uno de
los suyos que estaba allí para empujar a Ricardo dentro del coche, si
se resistía, aunque lo dudaba.
Llegó el momento. Ricardo bajó la escalera, vio a un mendigo de mierda
tirado en el suelo, al final de la escalera, ese seguro que no era el
enlace. Por un segundo dudó en seguir. De la ventanilla trasera del
coche vio salir un brazo de mujer que le hace un gesto para que se
acercase. Se aceleró. Le han mandado a una tía para recogerlo, estos
son unos pardillos seguro, piensa. Cuando se acercó al coche sintió un arma blanca en su costado derecho. La mujer que estaba en el coche,
una guapa morena de ojos negros, piensa él, le apuntaba con un arma y
le dijo con una voz bastante fuerte, -pasa, dale la bolsa al que
tienes detrás y no hagas gilipolleces que te termino aquí mismo-.
Ricardo
se quedó un poco sorprendido, busca con la mirada en el largo
puente al polaco. Esto no era lo previsto por él. La morena
sonriendo le dijo,- de tu sicario ya nos hemos encargado-.
El
coche arrancó picando ruedas mientras a él le ponían una capucha
negra, su corazón latía a mil por hora. Sintió la mano de la morena
en le cuello, como acariciando la nuca. -No te mueras de un infarto,
cabrón, que te necesitamos vivo un ratito-.
Giovanni
recogió sus cosas, todo había salido bien. En unos segundos estará abajo
donde le recogerá su coche que sale como alma que lleva el diablo tras
la estela del mercedes negro. En el interior, Tatiana vestida con un
sugerente vestido de flores verdes y unos zapatos a juego, sonríe.
Ve que el final de la relación con Ricardo está cerca. Giovanni
devolvió la sonrisa mientras le daba la bolsa. -Tu dinero. Iros lejos,
que nunca os puedan relacionar con esto-.
-Sabes
que no ha puesto los dos millones, solo ochocientos mil y doscientos
mil más falsos-, le dice Tatiana observando la reacción del italiano.
Giovanni
abrió los ojos con expresión de sorpresa.- Este sátrapa es rata hasta
para salvar a su hijo-.
En
el fondo nunca pensó que fuera algo organizado, solo avisó a uno de
sus socios en Rumanía, este le contó lo que debía hacer y Ricardo
tomó las decisiones que se le pusieron en las narices-, dice ella.
-Como
siempre. Gracias por la información. Para-, dijo el italiano al
conductor. -Ahora bájate y disfruta, te lo has ganado con creces-.
Tatiana
sonrió con desdén. Desde luego que se lo ha ganado, pero también
sabe que no puede volver a su país, eso le hace sentirse un poco
extraña. Ha sacado unos billetes para Méjico, se va a la Rivera
Maya. Allí tiene amigos y dinero para vivir sin trabajar un tiempo,
o para montar un negocio, ya se verá. Besa en la cara con cariño a
Giovanni. -Gracias-.
-A
ti-, se despide el italiano.
Tras
dejarla, el coche sale como un tiro hacia su destino, la finca.
El
primer coche acababa de llegar, todavía sin haber bajado a Ricardo
del interior cuando el segundo entró por la verja, casi volando por
encima del breve camino de tierra. El italiano se bajó casi en
marcha del coche, con la presteza del guarda espaldas que lo hace con
asiduidad, indicando con la mano que no lo sacasen aún. Giovanni no
quiere que le oiga hablar, por si acaso.
Cuando
se acercó al coche cerró la puerta preguntándole en voz baja, casi
susurrando al oído de su compañera, -Está nervioso, ¿Ha dicho algo?-
Ella
asintió, -está muy nervioso, por un momento he creído que le iba a
dar un infarto. Hasta creo que ha llorado, el muy cabrón-.
-Bien,
eso es bueno, llevarlo a los establos, atarlo a una columna y
quitarle la capucha solo cuando este todo preparado. Acordaros, todos con monos de campesino y que solo
hablen los dos que le van a interrogar-.
Se
volvió hacia la puerta de la casa, en la que dos miembros de su
equipo esperaban, vestidos con mono de trabajo grasiento como si fueran
mecánicos de un taller, las órdenes precisas.
-Ya
sabéis lo que tenemos que hacer, sacar toda la información posible
y luego, eliminarlo. Necesito conocer que sabe de la búsqueda, si
tiene gente trabajando en algún frente, si sus socios saben algo. No
escatiméis sufrimientos, no va a salir de aquí y-, duda por un
segundo tras confirmar la sentencia de muerte del valenciano, -me
parece que debe pasarlo mal hasta para morirse, que ha hecho mucho
daño toda su puta vida-.
Sus
compañeros asintieron, efectivos, diligentes. Sabían lo que tienen que
hacer y estaban seguros que no les va a causar problemas. Se dirigieron al coche y cogieron a Ricardo por los brazos. Lo llevaron casi
arrastrando, a empujones, con la cabeza tapada y las manos sujetas
por un precinto. Sólo se escuchaban los sollozos del valenciano,
vacío ya de la arrogancia con la que solía tratar a todo el que le
rodeaba. Cuando llegaron a la parte trasera de la casa, le obligaron a ponerse de rodillas y tras atarlo le quitaron la capucha. Tenía los ojos
enrojecidos del llanto, parecía un pobre desvalido, pensó uno de sus
castigadores.
-No
me matéis, os puedo conseguir lo que queráis, todo el dinero que
queráis-, dijo nervioso, como si supiera cual sería el final.
-Ya
no eres tan gallo, sonó la voz de Madelaine tras él-. Ricardo giró
la cabeza, buscando la imagen de la mujer de la que reconocía la
voz.
-¡Estas
viva!- Exclamó no sin sorpresa.
-Muy
a tu pesar cabrón-.
-Pero,
no lo entiendo, os he estado buscando. ¿El niño está bien?-, dijo Ricardo intentando reponer la compostura.
-Si,
no te preocupes por él-. Madelaine giraba a su alrededor. Estaba
tranquila. Olía a limpio, no como él que apestaba a miedo y sudor,
pensó Ricardo.
-A
que esperas, suéltame, joder-. Casi gritó. Como si fuera una orden.
Madelaine sintió de nuevo la mala educación de Ricardo a su
alrededor. Le dio asco, sintió que no sabía como podía haber
tenido relación con tamaño elemento. Levantó los ojos buscando tras
la cabeza del padre de su hijo. Allí la esperaba la mirada cálida
de Nuno, cariñosa, apacible, pero sedienta de venganza. El portugués
nunca había tragado a Ricardo, y ahora, podría saborear el frío
placer de castigar a aquel personaje.
Nuno
había trabajado con ellos desde hacía muchos años. Estaba
enamorado locamente de Madelaine, con quien mantenía una relación
extraña. Era su hombre de confianza, su guarda espaldas más próximo
y su amante ocasional. A pesar de ser bastante más joven que ella,
no tenía ojos para ninguna otra mujer, y ella lo sabía y se
aprovechaba de ello. Pero con Ricardo la relación no había sido buena
nunca. Le había visto arruinar la vida de mucha gente cerrando
empresas por no invertir cuatro perras en ello. Le había visto dejar
morir negocios que podían ser viables, dejando pueblos que habían
puesto todas sus esperanzas laborales en el proyecto que Ricardo
hundía, que le habían dado fondos públicos para construir
esperanzas de trabajo y él se lo gastaba en coches deportivos y en
putas, mientras los proyectos languidecían por falta de
financiación. Le había visto ordenar como si fuera un emperador a
la gente que trabajaba con él. Era un déspota, pero hoy conocería el sufrimiento, y él, Nuno, disfrutaría de devolverle a ostias todo el odio que había recibido, toda la falta de respeto y
de educación, todas las vejaciones que le había visto cometer. Y
encima por orden de Madelaine. Nuno se sentía como si le hubiera
tocado la lotería. ¡Que momentazo! Pensó mientras le soltaba un
manotazo en la cara que le hacía escupir sangre.
-Bueno
“Ricardo”-, preguntó con bastante sorna. -Me vas a contar quien
sabe que venías a pagar un rescate, ¿verdad?- Preguntó soltándole
otro bofetón que hizo abrirse una brecha en la cara de Ricardo.