Entró
en la casa y, tras recibir las novedades se dirigió a la habitación
de Madelaine. Llamó a la puerta y abrió sin esperar
respuesta. Dentro estaba Madelaine vestida con un traje de chaqueta
que parecía echo a su medida, sentada en la cama y leyendo con
bastante desdén un libro, una novela. Con ella estaban dos de las
mujeres de confianza de Giovanni, dos perros de presa que jamás
dejarían que aquella mujer saliera de la habitación viva sin
permiso.
Madelaine
tenía mucho mejor aspecto que la última vez que había estado allí.
Giovanni sonrió a sus compañeras y estas supieron que ya estaban de
más en la habitación. Madelaine ni tan siquiera se inmutó por lo
que pasaba a su alrededor, permanecía concentrada en la lectura, o
aparentemente concentrada.
Giovanni
la observó durante unos segundos antes de acercarse y sentarse sobre
la misma cama, en diagonal a ella.
-Tienes
buen aspecto a pesar del tiempo que llevas aquí encerrada-.
-No
es el encierro lo que me ha dañado, te lo garantizo-, contestó
Madelaine sin levantar la vista del libro, pero con clara distracción
sobre lo que leía.
-Estoy
seguro, respondió el italiano mirando el dibujo de la colcha,
distraído-. Tenía claro que le debería dar una disculpa a su
cautiva para seguir con su propósito, pero también tenía claro que
le molestaría bastante darla.
-Como
seguro que imaginas, ya no está aquí-. Esperaba que con esa
respuesta quedase zanjado el tema, pero la réplica de Madelaine no
se hizo esperar.
-No,
pero si su obra, te aseguro que yo la recuerdo y no creo que la pueda
olvidar mientras viva-, contestó Madelaine esbozando una sonrisa
cínica de medio lado.
-Nunca
debió excederse de aquella manera, no era lo mandado, yo no lo
ordené, te lo aseguro-, replicó Giovanni sin levantar la vista de
la colcha.
-Si,
pero ha sucedido. Tú crees que gobiernas a este grupo, pero tienes
gente por encima que da prioridad a otras cosas, al poder, a la
gloria, pero solo a la suya, no a la de Dios, no a la de la historia.
En el fondo solo quieren lo que estás buscando para ser ellos los
propietarios de la gloria, de la que te proporciona algo como esto-.
-No
tengo que darte explicaciones de nuestra organización, pero no creo
que ninguno de ellos busque acabar contigo, solo quieren sacar a la
luz algo que hace muchos siglos debería ser de dominio público-,
replicó Giovanni visiblemente molesto por los comentarios de
Madelaine.
-Eres
un iluso Giovanni-, replicó Madelaine mirándole a los ojos. El
italiano se dio cuenta que era la primera vez que aquella mujer le
miraba directamente. Sintió una sonrisa irónica en la cara de la
mujer, como demostrando que los años y el sufrimiento padecido
podían darle una sabiduría que él nunca tendría, una perspectiva
de la que él carecía. -Estos son capaces de vender su alma por un
poco más de poder, económico, político o espiritual. No quieren
esto por darlo a conocer, nunca han querido dar a conocer nada, lo
sabes igual de bien que yo. Siempre han querido mantenerse ocultos-.
Giovanni
asintió con la certeza de que Madelaine estaba llevando el ritmo de
la negociación, pero eso no le preocupaba si le acercaba a su
cometido. -Bueno, quizá ahora tengamos personas que quieren cambiar
las cosas-.
-Como
tú, ¿por ejemplo?- La sonrisa de Madelaine delataba la ironía de
la pregunta. -Tú solamente eres una torre, eres importante en el
esquema, pero si están en peligro alguna de las figuras,
prescindirán de ti sin muchos miramientos. No eres nadie. Yo también
he tenido gente como tú bajo mi mando, gente como tú que se creían
importantes, algunos han sido mis amantes incluso, pero cuando ha
estado en peligro el fin de nuestra cruzada, nunca me ha temblado el
pulso en mandarlos quitar de en medio. A tus jefes tampoco les
temblará-. El discurso de Madelaine iba ganando en aplomo y fuerza.
Veía al italiano como un hombre fuerte, pero al que le remordía la
conciencia por lo sucedido. Estaba convencida que si le seguía
presionando podría sacar algún provecho de la situación en la que
se encontraban.
Giovanni
se levantó con gesto indignado, abrochó el primer botón de su
chaqueta mientras vagabundeaba por la habitación con paso lento,
recuperando el control de la situación. Miro a unos 3 ó 4 metros a
Madelaine viendo en la cara de esta la seguridad de que estaba
ganándole la partida. Este era el momento de asentar el golpe
definitivo.
-Hablemos
claro Madelaine. El cabrón de tu hijo le ha estado pasando
información al bastardo de Ricardo Carpintero, creo que es su padre,
o eso piensan ellos dos. El niño, no solo es un bocazas y como bien
conoces tiene tedencias "especiales", sino que además a
vendido a su propia madre a un especulador hijo de cien padres que
nunca le ha reconocido, pero que utiliza el nombre de tu familia para
medrar en sus turbios negocios desde hace, al menos tres décadas-.
El
semblante de Madelaine había cambiado. Ella siempre había sabido de
las tendencias sexuales de su hijo, pero intuía que el italiano era
muy capaz de sacarlo a la luz y hacer sangre con ello. Se sintió
desprotegida, la sensación era aún más dañina que las torturas y
violaciones a las que la habían sometido.
Giovanni
veía el miedo en la mirada de Madelaine, ahora menos altanera, más
sumisa. Este era su momento de gloria, tenía que explotar el éxito,
como los generales de la Alemania Nazi. -Por otro lado, Jacques ha
cantado hasta La Traviata en cuanto le hemos acercado algo para
hacerle daño. Parece que ver violada a su madre le hacía sufrir
menos que le metan algo por el culo, como si pensara que nos vamos a
creer ahora que lo tiene virgen-.
Madelaine
ya estaba totalmente desencajada. Ella esperaba una conversación en
la que poder convencer al italiano, pero se estaba dando cuenta que
le había menos preciado, era una bestia sin entrañas capaz de
destrozar a todos con el fin de lograr sus objetivos.
Giovanni
intuía la victoria, estaba alterado y era el momento de jugar sus
cartas, las que tenía y las que creía tener. -Pero como tu eres una
mujer muy lista, no has dejado a tu niño que conozca detalles
importantes de la operación. Si te soy sincero, yo tampoco me
hubiera fiado de él mucho más, pero no es mi hijo, claro-.
-El
acuerdo que te propongo es el siguiente. A cambio de no hacer público
daño con las fotos de tu hijo con chavales jovenes, ni de sus
juergas con negros que ya te hubiera gustado pillar a ti en tus
tiempos mozos, así como de no sacar a la luz los trapicheos que se
trae el niño de los huevos con su padre y sus “amiguitos” de
Marbella, ya sabes a que me refiero, coca, armas, blancas y blancos,
etc. Así como las fotos de la juerga que se ha corrido con uno de
nuestros secuaces, atado de pies y manos y disfrutando del sexo como
una bestia en celo-, Giovanni pausó su discurso esperando las
reacciones de una mujer que parecía estar al borde del colapso, -tu
nos pones al día del punto en el que se encuentra la operación,
quien la está dirigiendo, como, donde y por qué. Quitas de en medio
a Ricardo, o lo quitamos nosotros, que creo que de eso disfrutaría
hasta yo, y colaboras en la búsqueda con nuestros especialistas.
Además creo que os conocéis de cuando tu hijo estudiaba, fueron
compañeros, en alguna asignatura-.
-Por
otro lado, yo me comprometo personalmente a que lo que encontremos
vea la luz por medio de colaboradores que lo puedan atestiguar, sin
trampa ni cartón-.
-Esta
propuesta no es negociable, si dices que sí, dejaremos todo puesto
en tres sitios para que si por desgracia nos pasa algo a alguno del
equipo, aunque sea el chofer, salga a luz todo, incluidas fotos y
documentos como para cubriros de mierda hasta las cejas. Si dices que
no, le dejaremos a tu hijito al bastardo del croata, o a alguien
peor, mientras ahora mirarás tú. Cuando se canse de dar por el culo
a tu niño, que empiece contigo otra vez, así hasta que os mate. Ya
sabes lo mal vista que está en los entornos de la iglesia la
homosexualidad. Yo no tengo nada en contra, pero vuestro estatus
social y religioso, creo que se vería dañado. Una cosa es ser gay y
otra que vean fotos tuyas-.
-Tú
eliges-. Aquello había sonado como una sentencia-.
El
silencio se hacía sobrecogedor por momentos. Se podía oír el
crujir de las maderas del resto de la casa. Madelaine estaba
derrumbada sobre la cama. Giovanni conocía bien que había dañado
las férreas defensas de su contrincante, no se sentía cómodo con
ello, pero era un mal necesario.
Madelaine,
casi en hilo de voz respondió después de un minuto eterno, -¿Puedo
hablar con mi hijo?-
El
italiano se acercó a la puerta, la abrió con calma y dijo en voz
baja, casi inaudible para Madelaine, -traer a Jacques-.
Pocos
segundos después trajeron a Jacques, arreglado, limpio, pero con una
cara de pánico perceptible por el más ignorante de los
observadores. La habían dicho que su madre le llamaba por lo que le
habían contado de él.
Una
vez encarados madre e hijo, Giovanni les dijo en voz alta y clara,
-tenéis dos minutos antes de contestarme, os dejo hablar, pero
tenerlo claro, no hay más salidas. Yo prefiero la buena, vosotros
diréis-.
Cerró
la puerta tras de si y encendió un cigarrillo. Había dejado de
fumar hacía tres años, pero la situación le podía. En ese momento
se acordó de Rocío, tenía que llamarla, pero eso requería tiempo,
y ahora solo tenía dos minutos.