Ángel
había paseado millones de ocasiones por las calles retorcidas y casi sinuosas
de Toledo. Siempre había sentido una fascinación por la historia que en ellas
se albergaba, como esperando a que un alma inquieta como la suya volviera a
desgranar sus pequeños matices. Pero en esta ocasión, la situación era bastante
más compleja.
Le acompañaba su chica, Miriam. Para ella era
como adentrarse dentro de los pensamientos de él, de esos pensamientos más
íntimos y menos declarables. Ángel había estudiado hace no pocos años historia
y se había doctorado con un enorme trabajo sobre las órdenes militares
medievales, sus conexiones y sus herencias. Miriam sabía que el amor de Ángel
estaba dividido entre sus estudios y ella. Era conocedora de su infidelidad
continua con los libros, de su pasión devoradora por leer todo aquello que
pudiera tener relación alguna con la historia y en particular, con esta parte
de la historia.
Ángel nunca había podido ejercer su carrera,
como la mayoría de los estudiantes de letras. Hacía años que había renunciado a
sus sueños en busca de un salario digno que poder convertir en modo de vida.
Pero a pesar de haberlo encontrado, su sueño de conocer más sobre lo oculto de
la Edad Media asaltaba sin pudor alguno su cerebro a la menor oportunidad de
hacerlo.
Para
él, Toledo era una de esas ciudades capaz de convertirse en crisol de su más
íntimo pensamiento, capaz de volver a transportarle a los siglos que tanto le
hubiera gustado vivir en primera persona.
Eran las siete de la tarde de un caluroso mes
de mayo, un sábado cualquiera. Las estrechas callejuelas se abrían poco a poco
a su paso. Las recorría casi acelerado como un adolescente a punto de llegar a
la cita con la chica de sus sueños, agarrando con fuerza la mano de Miriam que
le seguía un tanto azorada por la urgencia del camino.
-
Cariño, ¿Es necesario seguir corriendo? Es
que, aunque no lleve demasiado tacón, correr por este suelo me produce la
impresión de estar tentando a la suerte de hacerme un esguince. -
Ángel
sonrió de medio lado mientras giraba su cabeza para mirarla y sonreía mordido.
-
No, mi vida. Podemos ir un poco más
despacio. –
-
Te
lo agradezco, – contestó ella devolviendo la sonrisa. – ¿Me puedes decir a
dónde nos dirigimos con tanta urgencia? –
-
Hemos quedado con Ariadna dentro de media hora y me gustaría brujulear un
ratito alrededor del edificio antes de entrar. – Ángel sentía poco a poco la
excitación por el momento venidero.
Ariadna
era una antigua compañera de carrera que hacía ya tiempo trabajaba como guía
por Toledo. Pero ese trabajo era solo una manera de sobrevivir. Su pasión, al
igual que la de Ángel era la Edad Media. Su trabajo le había servido para
conocer más en profundidad cada rincón de la ciudad, cada firma de cada
arquitecto y escultor, cada símbolo poco claro de todo aquello que, día tras
día, visitaba sin pausa contando en tres idiomas distintos a turistas más o
menos despistados o interesados en su historia. De vez en cuando tenía la
suerte de encontrar un turista un poco más informado de lo habitual y
aprovechaba la ocasión para disfrutar contando pormenores que normalmente
pasaba por alto. Pero todo aquello, básicamente, le servía para seguir con su
investigación. Hoy se volvían a juntar Ángel y ella con un fin claro, el de
determinar si las firmas que Ariadna había encontrado en la base de varias
columnas y en su parte posterior, significaban algo relevante para Ángel que,
según ella, “era el tío que más sabía en el mundo de arquitectura templaría y
su simbología”.
De algún modo era cierto que su antiguo
compañero era un gran conocedor de todo ello, pero también era cierto que Ángel
tenía esa sensación un tanto compleja de no estar dedicándose a ello, por lo
que siempre se sentía un poco empequeñecido cuando tenía a alguno de sus
compañeros que sí lo hacían, cerca.
Ángel
había atemperado su paso para que Miriam no se sintiera incómoda con el ritmo
al que caminaban. Ahora ella podía incluso agarrarse de su brazo en lugar de ir
como remolcada por la mano de él. La morena hizo un gesto como de acariciar el
antebrazo desnudo de su pareja y él respondió de inmediato al gesto con un beso
de agradecimiento.
-
Muchas gracias cielo por acompañarme una
vez más – dijo él.
-
Como que te crees que voy a dejarte solo
con Ariadna, ja ja, - replicó ella.
Ángel
rio con fuerza. – Ya sabes que solo somos amigos, los dos igual de pirados por
lo mismo, pero solo amigos. –
-
Que sí, pero ella es muy mona y prefiero
tenerte vigilado, - volvió a contestar ella con una sonrisita entre guasona y
cínica en la boca que dejo entrever sus dientes nacarados enmarcados por el
rojo intenso de sus labios.
Él
volvía a sonreír complacido por los tenues celos de ella. – Solo tengo ojos
para ti.-
-
Este si que es buena. Para mí y para
cualquier crucecita patada, cualquier firma de un cantero en un pedrusco o
cualquier lugar donde se pueda suponer que un templario paró a echar un vino
alguna vez en su vida. – La sonrisa de Miriam se había tornado más ladina, más
acida, sabedora de estar provocando a su chico.
Sin
volverse a mirarla, como quitando importancia a la provocación, él comentó, -
incluso si se supone que pudo mear un caballo de un sargento de la orden en esa
esquina, ya sería trascendental para su estudio. –
Ahora
Miriam reía abiertamente. Lo más grave es que sabía que la exageración de su
chico no sería tal en cuanto se juntaran con Ariadna.
-
Hemos quedado justo en esta esquina del
Alcázar, – dijo él buscando con la vista a su vieja camarada de estudios.
En
ese momento Miriam vio aparecer el fino cuerpo de Ariadna por la misma calle
que ellos habían subido. Vestía más como un guerrillero que como una guía
turística. Con botas militares, un tejano apretado y una camiseta verde de
tirantes que dejaba al aire sus brazos finos y pecosos. El pelo corto, casi
andrógino y negro como el azabache, enmarcaba a la perfección sus ojos verdes
esmeralda y su cara casi limpia de maquillaje si no fuera por una tenue sombra
de ojos verde y una finísima capa de brillo en sus labios sonrosados. Esto es
lo que vio Miriam. Ángel solo alcanzo a ver su querida compañera y a preparar
mentalmente un chascarrillo con el que romper el hielo a su llegada. Cuando
apenas les faltaban unos pasos para juntarse, habló casi a gritos.
-
Pareces una turista americana o una
guerrera de Greenpeace, no lo tengo muy claro. –
Ariadna
replico con cinismo, -Tú sigues pareciendo un niñato pijo del barrio de
Salamanca sin oficio ni beneficio. Menos mal que tu mujer compensa tu mal gusto
para vestir con un saber estar exquisito, capullo. –
Miriam
sonrió por el cumplido y también se abrazó con ella pudiendo sentir la
musculada espalda de Ariadna bajo sus manos en el gesto.
-
No sé cómo lo haces para estar así de
guapa y así de en forma, - le contestó Miriam con no poca envidia.
-
Esta ciudad es un gimnasio lleno de
historia. Con solo subir y bajar estas cuestas, se te pone el culo como una
piedra, - replicó Ariadna acompañando el verbo con un gesto de palmada en su
trasero, como queriendo que se escuchara la dureza.
Ángel
carraspeó para interrumpir la conversación entre ambas antes que no le dejaran
meter baza. – Chicas, siento interrumpir tan elevada conversación, pero hemos
venido a ver algo, ¿no es así Ari? –
-
Cierto, - contestó ella. -Venid conmigo,
vamos a ver unas firmas que he encontrado en la iglesia de San Miguel el Alto,
- dijo comenzando a andar con paso rápido y decidido hacia ella
-
Pero ¿cuándo se han descubierto? ¿No se
supone que tras la reforma del XVII solo había quedado, más o menos virgen, la
torre? – Ángel acababa de dejar constancia de su erudición en el tema en tan
solo dos preguntas.
Ariadna
sonrió complacida, su viejo amigo no había perdido ni el conocimiento ni la
profundidad. – Mira el listillo, - contestó buscando la sonrisa cómplice de
Miriam que ya parecía haber desconectado mentalmente de los dos obsesivos que
tenía por compañeros de viaje.
-
Cierto, pero han tenido que rascar en la
base de varios pilares y columnas por un problema de humedades. Ya sabes que
los bajos de esta iglesia siempre tuvieron
una salida de aguas y restos de
excrementos de ganado en sus alrededores… Cuando le han metido mano para
sanearlo, se han encontrado con varias firmas de canteros y con alguna de
arquitectos. Pero lo más llamativo es que aparecen dos fechas que coinciden con
el hospital templario que se supone había aquí a su lado, lo cual corroboraría
la teoría de que esta iglesia era su oratorio. –
Ángel
asintió con seguridad antes de replicar. – Veo que ya lo tenéis todo estudiado,
por lo que no entiendo que me necesites para nada más que restregarme tu
hallazgo. – espetó sonriendo con sarcasmo.
-No
seas capullo, - dijo Ariadna golpeando con camaradería el brazo de él. – Solo
lo hemos visto dos guías, el maestro de obra y el currito que se lo encontró,
musulmán él, para más señas. Los de patrimonio del ayuntamiento y los de
patrimonio nacional están avisados, pero no tienen tiempo hasta el mes que
viene. Por todo ello, el patronato que explota turísticamente esto está que
trina y yo les dije que podía echarles una mano si me dejaban mostrártelo. –
-
Encima te vas a quejar cuando la chica te ha llamado a ti antes, - interrumpió
Miriam.
-
Que no me quejo, solo quería saber a qué vengo en concreto. –
Mientras
hablaban Ariadna había abierto con una llave el viejo portón y se encontraron
entrando en la iglesia y dirigiéndose hacia el altar para, a su izquierda,
encontrar una zona acordonada como si hubiera sido el escenario de un crimen.
Ariadna encendió una potente linterna y dos focos que apuntaban directamente al
área que les interesaba.
Ángel
tenía los ojos encendidos como un niño cuando llega al salón la mañana de reyes
y comprueba que tiene regalos esperando a ser abiertos. Miriam le observaba con
el cariño que una hermana mayor, conocedora del secreto de sus mágicas
majestades, observa a su hermano pequeño entusiasmado.
-
¿Puedo fotografiarlo? – Preguntó él.
-
Por supuesto, - contestó Ariadna. Se
separó un poco de él y casi susurrando para no romper la magia del momento le
dijo a Miriam, -Ahora mismo podríamos desnudarnos las dos y montar un numerito
aquí y este no nos haría ni caso, Estos historiadores tienen una pedrada... –
Miriam
tuvo que mirar a los ojos de la otra para saber que no era ninguna propuesta
velada, solo una broma subida de tono. Solo entonces sonrió y asintió al
tiempo.
Ángel
se acercó para acariciar casi con miedo de romperlo el perfil de las firmas, torpemente
vaciadas de restos de yeso por manos nada expertas, como era evidente. Pero a
él le sirvió para lo que buscaba. Se levantó con energía de la posición
encogida en la que estaba haciendo su reportaje fotográfico para sonreír
abiertamente y casi llamar a gritos a Ariadna. - ¿Reconoces esta firma? – Le
preguntó a su compañera que no salía de su asombro.
-
Haber chaval, si pudiera reconocerlas no
te habría llamado. –
Ángel
sonrió victorioso. -Es la firma de uno de los canteros y sabes dónde aparece
también? –
Ariadna
ni tan siquiera contestó, sabía que era una pregunta retórica para darse
importancia.
-
En la sinagoga de Toledo. Lo mejor son las
fechas bajo la firma, ambas, si no me falla la memoria sin de los primeros años
del siglo XIV. Antes de aquel fatídico 13 de octubre de 1307 en que todo se
desencadenó.
- ¡No me jodas! – Eso respaldaría la
tesis de todos los que decís que sin duda alguna los templarios convivían con
los judíos incluso en la península en plena reconquista.
-
Lo mejor es que también aparece en algunos otros puntos de la península. Hasta
es posible que ahora podamos saber el nombre de este tío. Esa misma firma
aparece en la sala capitular del castillo de Ponferrada. -
Ariadna
ahora también sonreía con soltura, como hechizada por el mismo embrujo que
había puesto la luz en la cara de su viejo camarada. Sus ojos parecían más
esmeraldas que nunca con el brillo de la emoción.
-
Entonces sí que es relevante, ¿no? –
Preguntó solo por confirmar la información.
-
Puede llegar a ser trascendental para
varias investigaciones, entre otras las mías también. –
Miriam intentaba compartir la emoción
de los otros dos, pero con poco éxito. Por ello decidió interrumpirles. - Muy
bien, si ya habéis terminado, ¿Podemos ir a tomar algo? Estas iglesias así,
medio a oscuras, me ponen mal cuerpo. –
Ariadna
asintió sonriendo a la pareja de Ángel compartiendo su propuesta. – Me parece
una excelente idea. Además, quiero aprovechar que habéis venido y que vamos a
celebrar el hallazgo para que conozcáis a alguien. –
-
¡No me jodas! Que se nos ha echado novio
la Ari, ¿o es novia? No será un perro, que tú siempre has sido muy rarita. –
Ángel sonreía socarronamente mientras decía esto buscando provocar a su
compañera de carrera.
-
Es un tío, y se llama Hermman. Es alemán y
habla poco español, por lo que no te pases con él, capullín. – Contestó ella.
Miriam sonrió complacida, no solo se
quitaba el velo de los celos, además se alegraba por ella.
Ángel
empezó a salir de la iglesia con una gran sonrisa. Al alcanzar la calle se
volvió a Ariadna y abrazando mientras lo decía a Miriam, soltó:
-
Pues yo pensaba invitarte a cenar, pero
visto que tú tienes más que celebrar, vas a tener que invitarnos. O que pague
el teutón. –
Ariadna
negaba con la cabeza sin levantar los ojos de la puerta para dejarla
perfectamente cerrada. – No cambies nunca, guapo. No te preocupes, yo invito,
será por dinero. –
Los
tres comenzaron a bajar la cuesta entre carcajadas por las sucesivas bromas que
los dos viejos camaradas se hacían sobre todo lo que se les ocurriera, como
esos antiguos compañeros de armas tras la batalla, como los templarios que habrían
recorrido esas mismas calles cientos de años atrás en busca de una taberna
donde remojar con mal vino y peor pan las penas y aciertos de los combates
compartidos.