Eran
las ocho de la mañana y se acababa de duchar. Ángel se sentía
pletórico. Mientras se afeitaba frente al espejo del baño del
hotel, releía mentalmente los documentos con los que había estado
trabajando la última semana. Se sentía poderoso. Parecía ser la
única persona del mundo que conocía aquello, y eso le hacía
sentirse bien. La pena era no poder contarlo, pero todo llegaría.
Al
salir del baño se fijó en el cuerpo desnudo de Miriam sobre la
cama. Era preciosa y estaba guapísima con ese color de piel moreno
que se le estaba poniendo por el buen tiempo que estaba haciendo en
Sevilla y que le permitía subir al área de la piscina del hotel con
un libro y tomar el sol. Se sentó al lado y le acarició la espalda
con mucho mimo mientras besaba la mejilla derecha de su amada
retirando el pelo con suavidad. Miriam rezongó y abrió los ojos
con pocas ganas. Sonrió, y mientras se tapaba con la sábana dándose
la vuelta y dejando sus hermosos pechos a la vista. -Que pasa,
¿quieres más?- Le dijo poniendo cara de tener ganas de hacer el amor
una vez más con Ángel.
-Si,
pero me tengo que ir a trabajar. Mañana sábado, ya te contaré yo a
ti un cuento-.
-Ah,
tendré que darme una ducha fría-, respondió ella poniendo cara de
desilusión.
-Bueno,
a lo mejor tengo un ratito para ti-. Ángel abrazó a Miriam y la
recostó de nuevo sobre la cama mientras se quitaba la toalla de la
cintura y le besaba los pechos.
A
las nueve menos cinco se estaba terminando de vestir no sin cierto
estrés. -Me vas a buscar la ruina, ahora ya solo puedo pensar en
volver para tenerte de nuevo-. Miriam sonrió con el amor que le
caracterizaba y con cierto gusto por tener a su hombre tan embebido
en ella.
Ángel
bajo las anchas escaleras del hotel saltando de dos en dos los
escalones. Se sentía tremendamente feliz. Estaba haciendo un trabajo
que le encantaba y estaba cada vez más enamorado de su mujer. Todo
le iba a las mil maravillas. En el fondo, le daba miedo que algo
pudiera romperse en el estado de bienestar absoluto en el que se
encontraba. Como cada día llegó a la parada de taxis de la puerta
para acercarse al segundo de ellos, como todos los días, preguntó
al taxista, -¿Sabes a donde tienes que llevarme, Hermano?- La
respuesta fue la de todos lo días, -Si-.
Todos
los días era un taxi distinto, cada día un conductor diferente, el
mismo hermetismo por parte de los dos, taxista y pasajero. Durante el
recorrido, que Ángel empezaba a conocer de memoria, hacia Dos
Hermanas donde estaba su lugar de trabajo, sonó su teléfono, cuando
miró el número, supo que la llamada le traería problemas.
-Hola
Luisito, ¿Cómo estas?-.
-No
tan bien como tú, cabronazo, no me llamas, no me escribes, no me
quieres..-
-Bueno,
bueno-, contestó Ángel, -es que no tengo tiempo ni de respirar, ¿Qué tal tu mujer y el hijo que lleva dentro?-
Luis
captó la ironía ácida de su amigo. -Divinos los dos, la madre cada
día más guapa y más dormilona y el pequeño sano y fuerte como su
padre-.
-¿El
butanero no?- Respondió Ángel con una sonrisa de medio lado.
-Y
la madre que te parió también, capullo-.
-Es
delicioso hablar con un profesor de universidad por lo fluido y
extenso de su vocabulario, trabajado durante años de enseñanza-, contestó con ironía Ángel.
-Eso
también-, volvió a responder Luis empezando a reírse. -Bueno que, me
vas a contar algo de lo que haces o me tengo que creer que te están
pagando por estar de juerga con tu mujer en Sevilla-.
-Uhmm,
no sería tan mala idea lo segundo, pero no, estoy trabajando de lo
lindo, pero, no puedo contarte nada-.
-Joder
tío, ¡que te he conseguido yo el trabajo-! Exclamó con cierto
resentimiento Luis.
-Ya
lo sé y no te imaginas como te lo agradezco, pero no puedo decirte
nada. Solo te voy a decir que, si conseguimos que salga a la luz, el
éxito de lo que hacemos va a hacer que nos olvidemos de la crisis de las
narices, de los banqueros y de todo lo que llena las primeras líneas
de los informativos. Esto puede ser muy grande-, contestó Ángel.
Luis
se quedó como bloqueado, -¿Como de grande?-
-Mucho,
tío, mucho-.
-¿Como
una alianza?- Preguntó Luis con temor a la respuesta.
-No
van por ese lado los tiros-. Ángel sabía que se refería al Arca de la
Alianza. Esa era la obsesión de Luis. Por eso cuando estaban de
cachondeo le llamaban Indiana Jones.
Luis
suspiró, con cierto alivio. Nunca se hubiera perdonado darle un
trabajo a su colega que le llevara a descubrir eso.
-Pues
no lo pillo-, respondió Luis.
-Ya
te lo contaré, no seas plasta. Si Dios quiere en unas semanas te lo
podré contar-.
-Vale,
vale. Bueno yo te llamaba para otra cosa. Estamos pensando en haceros
una visita de fin de semana. Tenemos que aprovechar antes de nazca el
peque, que luego va a ser más complicado-.
¡Olé!,
contestó Ángel, -será maravilloso, veniros en el AVE del viernes a
la tarde y os reservo habitación en el hotel en el que estamos
nosotros-.
-Compro-,
exclamó Luis. -Le digo a Aurora que llame a Miriam y que lo
organicen ellas, que son mejores en esto-.
-Muy
bien. Pues hasta el próximo viernes, Magíster-.
-Ya
te voy a dar yo a ti Magíster. Un abrazo-.
-Otro
para ti, nos vemos-.
Cuando
Ángel colgó el teléfono ya estaban llegando a la puerta de su
destino, un chalet en una urbanización a medio terminar con diez o
doce casas habitadas.
Cuando
llamó a la puerta uno de aquellos tipos grandes y fuertes que le
parecían todos iguales, como clones del gigante rubio del que
hablaba la trilogía Milenium que no hacía mucho acababa de leer,
le abrió la puerta y saludó con un leve gesto afirmativo con la
cabeza, como dando el OK a que entrara en su territorio. Bajó las
escaleras hacia el sótano, que era su lagar de trabajo. Totalmente
cubierto de madera en las paredes y el suelo, resultaba acogedor,
aunque no tenía ninguna luz natural. Ángel comprendía que era
necesaria la seguridad, pero le fastidiaba no ver la luz del sol.
Dejó la chaqueta sobre el respaldo de la silla y encendió las luces
de la mesa, abrió la caja de seguridad climatizada donde se
guardaban los documentos y de pronto se sorprendió al ver una sombra
en el fondo de la habitación. Reconoció a Giovanni, pero el
sobresalto le hizo estar varios minutos acelerado y un poco cabreado
con el italiano que no había tenido la delicadeza de hacer notar su
presencia.
-Ya
veo que estas interesado-, le dijo al italiano.
-No tengas ninguna duda, me has dejado intrigado-.
Se sentó en la silla giratoria que
tenía para trabajar. -Por
la fecha en la que se escribieron los documentos...- empezó a hablar dejando la frase en el aire.
-Bien,
el documento Papal tiene toda la pinta de ser original. Estoy esperando las pruebas físicas, pero tanto el tipo de escritura como
el Latín perfecto en que está escrito, nos indica que es verdadero
o una imitación cojonuda. La firma es totalmente igual a las que
podemos cotejar del Papa, por lo que me atrevo a decir que es
totalmente verdadera. Esta fechada en Septiembre de 1307, es decir,
un mes antes del comienzo del fin de la orden. Es un mensaje papal a
un noble Navarro, cuyo nombre no aparece, con el fin de que presione
al Rey navarro, Luis I, que después sería también Rey de Francia
en 1314, para que mantenga la misma política que su padre con
respecto a “Pauperes Commilitones Christi Templique Solomonice”,
o lo que es lo mismo, comentó mirando la cara de Giovanni por si lo
había entendido en Latín, la Orden de los Pobres Caballeros de
Cristo, los templarios-.
Giovanni
asintió, dando por comprendido el mensaje, pero sin abrir la boca. Estaba invitándole a seguir.
-El
Papa hace bastante hincapié en conseguir la máxima información
posible de las posesiones templarias antes del 13 de Octubre, por el
miedo a que se pueda perder parte del enorme tesoro de reliquias
existente en las encomiendas y castillos de la Orden por todo Europa-.
-¿Quieres
un café?- Preguntó Ángel mientras se levantaba dirigiéndose hacia
la cafetera. Al fin y al cabo, no he desayunado, comentó con una
leve sonrisa recordando el motivo.
-Está
bien, un café solo y corto-, contestó Giovanni.
Tras
poner los dos cafés y algunos bollos de los que le dejaban a primera
hora de la mañana, se volvió a sentar en la silla. Miró a los ojos
del italiano y se dio cuenta que estaba esperando que siguiera con el
relato.
-Bien,
pasemos a los restantes-.
-De
los dos documentos con el sello templario, uno tiene toda la pinta de
ser verdadero, por escritura y firma, y el otro parece una réplica
realizada por algún escribano muy eficiente y aplicado, pero con
leves diferencias que nos hace pensar que no se trata de la misma
mano. La firma de este segundo intenta copiar a la del primero, pero
no lo logra. La firma que se supone que aparece en ambos es la de
Jacques de Molay-.
Los
ojos del italiano se llenaron de una inesperada inquietud al oír el
nombre del último Maestre de la Orden.
Estoy
esperando el resultado del Carbono, pero me atrevería a afirmar que
el segundo fue realizado en algún monasterio al menos un siglo
después, ya veremos si me equivoco.
La
estructura de ambos documentos es muy similar. Ambos van desgranando
pistas envueltas en acertijos y solo entendibles para iniciados, para
seguir la pista a algunos objetos, entre estos objetos habla del
elemento de deseo de Perseo, es decir la cabeza de Medusa, con la que
en partes de la sentencia templaria se comparaba el Baphomet. Otros
objetos a los que se refieren no están tan claros, hablan por
ejemplo de lo escondido tras los capiteles de las 2 columnas que
adornaban el coro del temple en la entrada a las tumbas de los
grandes maestres. Aquí se supone que estaba gran parte del tesoro templario. Hasta aquí,
no tenemos nada desconocido, todo son partes de la historia que son
más o menos conocidas-.
La
cara de Giovanni empezaba a tornarse de pocos amigos. Tenía la
impresión de estar torturando a dos personas sin sentido.
-Pero,
siguió Ángel, cada uno de los documentos nos indica distintos
caminos por los que buscar. Mientras en el antiguo se dirige por un
lado a Navarra y por el otro a Portugal, en el que parece ser una
replica, habla de buscar en Francia y en tierra santa. Como veras,
empieza a producirse una encrucijada de cuidado-.
La
cara del italiano había llegado al estupor más absoluto.
-Giovanni,
si tienes alguna información más, podemos acotar algo más los
campos de búsqueda. De no ser así, yo empezaría por buscar pistas
en Santa María de los Huertos, es decir la iglesia templaria del
Crucifijo, en Puente la Reina, como primera piedra de toque en España
de la documentación antigua, de la nueva, esperaría a ver el
resultado.
Giovanni
mostraba un rostro estupefacto. Evidentemente, Ángel era un erudito
en este tema, pero le sorprendía la celeridad en alcanzar
conclusiones.- ¿Estas seguro de todo esto?-
-Ángel
suspiró con cierto desdén por la respuesta del italiano. No, no
estoy seguro y dudo que alguien en el mundo pueda estarlo. Te
recuerdo que esta búsqueda se lleva realizando desde hace varios
siglos sin ninguna seguridad ni certeza absoluta. Tus jefes conocen
muy bien esto. No hay verdades absolutas. Tan solo la posibilidad de
hablar con alguien que hubiera estado ligado directamente con el
origen de los documentos, podría arrojar más luz sobre esto. Pero,
por otro lado, tampoco han tenido mucho éxito en el pasado. Tengo
claro que trabajamos con buena materia prima, pero no conocemos el
final.
Si
yo fuera tú, mandaría a alguien dotado de cierta inteligencia a
mirar en la iglesia que te he dicho. A ser posible, alguien que sepa
de arte. Mientras tanto yo seguiré buscando en la documentación que
me habéis dado-.
Giovanni
asintió, aceptando la casi orden que acababa de recibir, se levantó
de silla y, apurando su café que ya estaba frío, subió la
escalera. Antes de llegar a la planta de arriba se volvió hacia
Ángel y le dio las gracias.- Buen trabajo, sigue en ello, si
descubrimos algo, te lo haré conocer-.
Ángel,
sonrió de medio lado antes de volverse hacia sus papeles y volver a
navegar en los secretos de la historia que tanto le apasionaba.
Giovanni
sacó su teléfono del bolsillo y pensó en a quien le encomendaría
este trabajo. Solo un nombre se le venía a la cabeza, pero no quería
admitirlo. Rocío.
-Llamó
a su chica y le dijo, tengo una misión para ti, ¿puedes irte de
viaje ya? Lo digo por lo de tu padre y eso-.
-Claro
que sí-, contestó con aire un tanto taciturno. Rocío sabía que
tenía que hacerlo, pero seguía teniendo dudas sobre la muerte de su
padre.
-Bueno
esta noche cenamos juntos y lo organizamos-.
-Vale,
contestó, te quiero, Giovanni-.
-Yo
a ti también-, respondió el italiano.