lunes, 17 de agosto de 2015

Capítulo XVI: Los primeros resultados



Eran las ocho de la mañana y se acababa de duchar. Ángel se sentía pletórico. Mientras se afeitaba frente al espejo del baño del hotel, releía mentalmente los documentos con los que había estado trabajando la última semana. Se sentía poderoso. Parecía ser la única persona del mundo que conocía aquello, y eso le hacía sentirse bien. La pena era no poder contarlo, pero todo llegaría.
Al salir del baño se fijó en el cuerpo desnudo de Miriam sobre la cama. Era preciosa y estaba guapísima con ese color de piel moreno que se le estaba poniendo por el buen tiempo que estaba haciendo en Sevilla  y que le permitía subir al área de la piscina del hotel con un libro y tomar el sol. Se sentó al lado y le acarició la espalda con mucho mimo mientras besaba la mejilla derecha de su amada retirando el pelo con suavidad. Miriam rezongó y abrió los ojos con pocas ganas. Sonrió, y mientras se tapaba con la sábana dándose la vuelta y dejando sus hermosos pechos a la vista. -Que pasa, ¿quieres más?- Le dijo poniendo cara de tener ganas de hacer el amor una vez más con Ángel.
-Si, pero me tengo que ir a trabajar. Mañana sábado, ya te contaré yo a ti un cuento-.
-Ah, tendré que darme una ducha fría-, respondió ella poniendo cara de desilusión.
-Bueno, a lo mejor tengo un ratito para ti-. Ángel abrazó a Miriam y la recostó de nuevo sobre la cama mientras se quitaba la toalla de la cintura y le besaba los pechos.
A las nueve menos cinco se estaba terminando de vestir no sin cierto estrés. -Me vas a buscar la ruina, ahora ya solo puedo pensar en volver para tenerte de nuevo-. Miriam sonrió con el amor que le caracterizaba y con cierto gusto por tener a su hombre tan embebido en ella.
Ángel bajo las anchas escaleras del hotel saltando de dos en dos los escalones. Se sentía tremendamente feliz. Estaba haciendo un trabajo que le encantaba y estaba cada vez más enamorado de su mujer. Todo le iba a las mil maravillas. En el fondo, le daba miedo que algo pudiera romperse en el estado de bienestar absoluto en el que se encontraba. Como cada día llegó a la parada de taxis de la puerta para acercarse al segundo de ellos, como todos los días, preguntó al taxista, -¿Sabes a donde tienes que llevarme, Hermano?- La respuesta fue la de todos lo días, -Si-.
Todos los días era un taxi distinto, cada día un conductor diferente, el mismo hermetismo por parte de los dos, taxista y pasajero. Durante el recorrido, que Ángel empezaba a conocer de memoria, hacia Dos Hermanas donde estaba su lugar de trabajo, sonó su teléfono, cuando miró el número, supo que la llamada le traería problemas.
-Hola Luisito, ¿Cómo estas?-.
-No tan bien como tú, cabronazo, no me llamas, no me escribes, no me quieres..-
-Bueno, bueno-, contestó Ángel, -es que no tengo tiempo ni de respirar, ¿Qué tal tu mujer y el hijo que lleva dentro?-
Luis captó la ironía ácida de su amigo. -Divinos los dos, la madre cada día más guapa y más dormilona y el pequeño sano y fuerte como su padre-.
-¿El butanero no?- Respondió Ángel con una sonrisa de medio lado.
-Y la madre que te parió también, capullo-.
-Es delicioso hablar con un profesor de universidad por lo fluido y extenso de su vocabulario, trabajado durante años de enseñanza-, contestó con ironía Ángel.
-Eso también-, volvió a responder Luis empezando a reírse. -Bueno que, me vas a contar algo de lo que haces o me tengo que creer que te están pagando por estar de juerga con tu mujer en Sevilla-.
-Uhmm, no sería tan mala idea lo segundo, pero no, estoy trabajando de lo lindo, pero, no puedo contarte nada-.
-Joder tío, ¡que te he conseguido yo el trabajo-! Exclamó con cierto resentimiento Luis.
-Ya lo sé y no te imaginas como te lo agradezco, pero no puedo decirte nada. Solo te voy a decir que, si conseguimos que salga a la luz, el éxito de lo que hacemos va a hacer que nos olvidemos de la crisis de las narices, de los banqueros y de todo lo que llena las primeras líneas de los informativos. Esto puede ser muy grande-, contestó Ángel.
Luis se quedó como bloqueado, -¿Como de grande?-
-Mucho, tío, mucho-.
-¿Como una alianza?- Preguntó Luis con temor a la respuesta.
-No van por ese lado los tiros-. Ángel sabía que se refería al Arca de la Alianza. Esa era la obsesión de Luis. Por eso cuando estaban de cachondeo le llamaban Indiana Jones.
Luis suspiró, con cierto alivio. Nunca se hubiera perdonado darle un trabajo a su colega que le llevara a descubrir eso.
-Pues no lo pillo-, respondió Luis.
-Ya te lo contaré, no seas plasta. Si Dios quiere en unas semanas te lo podré contar-.
-Vale, vale. Bueno yo te llamaba para otra cosa. Estamos pensando en haceros una visita de fin de semana. Tenemos que aprovechar antes de nazca el peque, que luego va a ser más complicado-.
¡Olé!, contestó Ángel, -será maravilloso, veniros en el AVE del viernes a la tarde y os reservo habitación en el hotel en el que estamos nosotros-.
-Compro-, exclamó Luis. -Le digo a Aurora que llame a Miriam y que lo organicen ellas, que son mejores en esto-.
-Muy bien. Pues hasta el próximo viernes, Magíster-.
-Ya te voy a dar yo a ti Magíster. Un abrazo-.
-Otro para ti, nos vemos-.
Cuando Ángel colgó el teléfono ya estaban llegando a la puerta de su destino, un chalet en una urbanización a medio terminar con diez o doce casas habitadas.
Cuando llamó a la puerta uno de aquellos tipos grandes y fuertes que le parecían todos iguales, como clones del gigante rubio del que hablaba la trilogía Milenium que no hacía mucho acababa de leer, le abrió la puerta y saludó con un leve gesto afirmativo con la cabeza, como dando el OK a que entrara en su territorio. Bajó las escaleras hacia el sótano, que era su lagar de trabajo. Totalmente cubierto de madera en las paredes y el suelo, resultaba acogedor, aunque no tenía ninguna luz natural. Ángel comprendía que era necesaria la seguridad, pero le fastidiaba no ver la luz del sol. Dejó la chaqueta sobre el respaldo de la silla y encendió las luces de la mesa, abrió la caja de seguridad climatizada donde se guardaban los documentos y de pronto se sorprendió al ver una sombra en el fondo de la habitación. Reconoció a Giovanni, pero el sobresalto le hizo estar varios minutos acelerado y un poco cabreado con el italiano que no había tenido la delicadeza de hacer notar su presencia.
-Ya veo que estas interesado-, le dijo al italiano.
-No tengas ninguna duda, me has dejado intrigado-.
 Se sentó en la silla giratoria que tenía para trabajar. -Por la fecha en la que se escribieron los documentos...- empezó a hablar dejando la frase en el aire.
-Bien, el documento Papal tiene toda la pinta de ser original. Estoy esperando las pruebas físicas, pero tanto el tipo de escritura como el Latín perfecto en que está escrito, nos indica que es verdadero o una imitación cojonuda. La firma es totalmente igual a las que podemos cotejar del Papa, por lo que me atrevo a decir que es totalmente verdadera. Esta fechada en Septiembre de 1307, es decir, un mes antes del comienzo del fin de la orden. Es un mensaje papal a un noble Navarro, cuyo nombre no aparece, con el fin de que presione al Rey navarro, Luis I, que después sería también Rey de Francia en 1314, para que mantenga la misma política que su padre con respecto a “Pauperes Commilitones Christi Templique Solomonice”, o lo que es lo mismo, comentó mirando la cara de Giovanni por si lo había entendido en Latín, la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, los templarios-.
Giovanni asintió, dando por comprendido el mensaje, pero sin abrir la boca. Estaba invitándole a seguir.
-El Papa hace bastante hincapié en conseguir la máxima información posible de las posesiones templarias antes del 13 de Octubre, por el miedo a que se pueda perder parte del enorme tesoro de reliquias existente en las encomiendas y castillos de la Orden por todo Europa-.
-¿Quieres un café?- Preguntó Ángel mientras se levantaba dirigiéndose hacia la cafetera. Al fin y al cabo, no he desayunado, comentó con una leve sonrisa recordando el motivo.
-Está bien, un café solo y corto-, contestó Giovanni.
Tras poner los dos cafés y algunos bollos de los que le dejaban a primera hora de la mañana, se volvió a sentar en la silla. Miró a los ojos del italiano y se dio cuenta que estaba esperando que siguiera con el relato.
-Bien, pasemos a los restantes-.
-De los dos documentos con el sello templario, uno tiene toda la pinta de ser verdadero, por escritura y firma, y el otro parece una réplica realizada por algún escribano muy eficiente y aplicado, pero con leves diferencias que nos hace pensar que no se trata de la misma mano. La firma de este segundo intenta copiar a la del primero, pero no lo logra. La firma que se supone que aparece en ambos es la de Jacques de Molay-.
Los ojos del italiano se llenaron de una inesperada inquietud al oír el nombre del último Maestre de la Orden.
Estoy esperando el resultado del Carbono, pero me atrevería a afirmar que el segundo fue realizado en algún monasterio al menos un siglo después, ya veremos si me equivoco.
La estructura de ambos documentos es muy similar. Ambos van desgranando pistas envueltas en acertijos y solo entendibles para iniciados, para seguir la pista a algunos objetos, entre estos objetos habla del elemento de deseo de Perseo, es decir la cabeza de Medusa, con la que en partes de la sentencia templaria se comparaba el Baphomet. Otros objetos a los que se refieren no están tan claros, hablan por ejemplo de lo escondido tras los capiteles de las 2 columnas que adornaban el coro del temple en la entrada a las tumbas de los grandes maestres. Aquí se supone que estaba gran parte del tesoro templario. Hasta aquí, no tenemos nada desconocido, todo son partes de la historia que son más o menos conocidas-.
La cara de Giovanni empezaba a tornarse de pocos amigos. Tenía la impresión de estar torturando a dos personas sin sentido.
-Pero, siguió Ángel, cada uno de los documentos nos indica distintos caminos por los que buscar. Mientras en el antiguo se dirige por un lado a Navarra y por el otro a Portugal, en el que parece ser una replica, habla de buscar en Francia y en tierra santa. Como veras, empieza a producirse una encrucijada de cuidado-.
La cara del italiano había llegado al estupor más absoluto.
-Giovanni, si tienes alguna información más, podemos acotar algo más los campos de búsqueda. De no ser así, yo empezaría por buscar pistas en Santa María de los Huertos, es decir la iglesia templaria del Crucifijo, en Puente la Reina, como primera piedra de toque en España de la documentación antigua, de la nueva, esperaría a ver el resultado. 
Giovanni mostraba un rostro estupefacto. Evidentemente, Ángel era un erudito en este tema, pero le sorprendía la celeridad en alcanzar conclusiones.- ¿Estas seguro de todo esto?-
 -Ángel suspiró con cierto desdén por la respuesta del italiano. No, no estoy seguro y dudo que alguien en el mundo pueda estarlo. Te recuerdo que esta búsqueda se lleva realizando desde hace varios siglos sin ninguna seguridad ni certeza absoluta. Tus jefes conocen muy bien esto. No hay verdades absolutas. Tan solo la posibilidad de hablar con alguien que hubiera estado ligado directamente con el origen de los documentos, podría arrojar más luz sobre esto. Pero, por otro lado, tampoco han tenido mucho éxito en el pasado. Tengo claro que trabajamos con buena materia prima, pero no conocemos el final.
Si yo fuera tú, mandaría a alguien dotado de cierta inteligencia a mirar en la iglesia que te he dicho. A ser posible, alguien que sepa de arte. Mientras tanto yo seguiré buscando en la documentación que me habéis dado-.
Giovanni asintió, aceptando la casi orden que acababa de recibir, se levantó de silla y, apurando su café que ya estaba frío, subió la escalera. Antes de llegar a la planta de arriba se volvió hacia Ángel y le dio las gracias.- Buen trabajo, sigue en ello, si descubrimos algo, te lo haré conocer-.
Ángel, sonrió de medio lado antes de volverse hacia sus papeles y volver a navegar en los secretos de la historia que tanto le apasionaba.
Giovanni sacó su teléfono del bolsillo y pensó en a quien le encomendaría este trabajo. Solo un nombre se le venía a la cabeza, pero no quería admitirlo. Rocío.
-Llamó a su chica y le dijo, tengo una misión para ti, ¿puedes irte de viaje ya? Lo digo por lo de tu padre y eso-.
-Claro que sí-, contestó con aire un tanto taciturno. Rocío sabía que tenía que hacerlo, pero seguía teniendo dudas sobre la muerte de su padre.
-Bueno esta noche cenamos juntos y lo organizamos-.
-Vale, contestó, te quiero, Giovanni-.
-Yo a ti también-, respondió el italiano.