jueves, 23 de julio de 2015

Capítulo IX: Gaudeamus igitur



  Ángel salió por la boca del metro de Ciudad Universitaria. Eran las nueve menos cuarto de la mañana del lunes. Finalmente iba a ver a Luis ante la insistencia de este por presentarle el proyecto la noche del pasado viernes.
Hacía muchos años que no iba a la Universidad y quiso ir en Metro, cuando él estudiaba el Metro de Madrid no llegaba hasta allí. Se sorprendió a si mismo pensando esto y se sintió mayor entre todos los estudiantes somnolientos que se bajaban a su alrededor. Salió por la boca del metro y sintió un frío helador, ese frío que recordaba de su juventud, cuando llegaba en el autobús, antes de tener su primer coche, un Renault 4, con más años que kilómetros.
UCM
Enfiló la Avenida Complutense para llegar al final, pasar por delante de periodismo hasta llegar a la Facultad de Historia. Entró en la cafetería, tras haber atravesado el vestíbulo lleno de carteles con reivindicaciones políticas. Al llegar a la cafetería, localizó en una mesa al fondo a su amigo Luis, que estaba hablando con otros dos hombres bastante bien vestidos. Definitivamente no eran universitarios, no encajaban con aquel ambiente, desentonaban por adultos y por la seriedad con la que actuaban en todos sus movimientos.
Ángel se acercó lentamente a la mesa mientras se quitaba el abrigo y la bufanda.
-Buenos días, perdón por el retraso, pero es que no estoy acostumbrado a los tiempos del transporte público-, dijo esbozando una sonrisa casi infantil para buscar la aprobación de sus interlocutores.
-No te preocupes-, contestó Luis,- estábamos tomando un café mientras hacíamos tiempo. Te presento-, dijo Luis incorporándose y haciendo que sus acompañantes, al verlo, hicieran lo mismo.
-Francisco y Martín, este es Ángel, la persona de la que os estaba hablando-, dijo Luis mirando a su izquierda primero y a su derecha después.
Al estrechar las manos de ambos, Ángel vio que las manos de ambos eran grandes y fuertes, transmitían seguridad. También vio en la solapa de ambos un símbolo que le resultaba tremendamente familiar. Era una Tau, una especie de letra T mayúscula roja con un reborde dorado. Era un símbolo que los templarios utilizaban para determinar que la persona que lo portaba era de los iniciados en las ciencias ocultas que manejaban. Solo los altos cargos de la orden y sus arquitectos y científicos habían tenido el honor de portar aquel signo. Después se convertiría en un símbolo de otra orden militar.
 Esto podía tener dos lecturas, o estaba ante dos freekes o eran altos dignatarios de algún grupo de los que se consideraban “herederos de los templarios”. En cualquier caso, además de picarle la curiosidad, le podía resultar muy divertido ver hasta donde conocían aquellos dos tipos la simbología templaria.
Luis se dio cuenta de la sonrisita que su amigo esbozaba e intentó dirigir la conversación antes de que su antiguo compañero de carrera desplegara todo su conocimiento y su poco tacto para con los legos en esta materia.
-Estos señores, le dijo a Ángel, están interesados en contratar los servicios de alguien que conozca el Latín, el Francés antiguo y que además sea capaz de determinar la autenticidad de algunos documentos medievales. He pensado, como sabes, que esto encaja con tú perfil perfectamente. Pero mejor que te lo expliquen ellos-.
Francisco, que estaba a su izquierda se apoyó sobre la mesa para empezar a argumentar su proyecto. -Su antiguo compañero de carrera, el Catedrático Sánchez nos ha hablado muy bien de usted, a pesar de no haber publicado nada y de no dedicarse a esto profesionalmente-.
Las palabras cayeron sobre el espíritu de Ángel como un jarro de agua fría, eran ciertas, pero resultaban lesivas.
-Por otro lado, para nosotros es bueno que usted pueda pasar más desapercibido que otras opciones, es muy importante la discreción-,apostilló el otro.
-¿Por qué es importante?- Disparó Ángel que estaba deseando meter alguna pregunta desde hacía un buen rato.
-Digamos que la gente que nos sustenta-, dijo Martín enfatizando el término “sustenta”, -quiere tener poco o ningún ruido mediático-.
Ángel mostraba cierto temor a los que pensaban “sustentarle” y Francisco percibió ese miedo. -No tiene nada que temer. Se lo explicaré, dijo mientras se recostaba en la silla. Pertenecemos a un grupo de hombres de negocios de origen Maltés y Cretense que están intentando recuperar documentos esparcidos por toda Europa relacionados con las órdenes de San Juan y Templaria. Nuestra organización procura no tener repercusión mediática ni utilizar ningún tipo de violencia para conseguir su objetivo. Uno de nuestros más altos dignatarios es descendiente directo de Hugues de Payns, uno de los caballeros fundadores de la Orden Templaria, como seguro que conoce bien-. Francisco paró su discurso para comprobar la recepción de lo expuesto. -Nuestra idea es poder recuperar todos los documentos posibles con el fin de rellenar los huecos de leyenda que quedan en la historia de estas órdenes-.
Ángel tenía la impresión que estaban examinándolo continuamente, era como si le dieran la información y comprobaran en su cara si realmente conocía de lo que le estaban hablando. -Está bien, comentó Ángel a la vista de la tendencia del examen, se supone que Hugues de Payns solo tuvo un hijo varón Thibaud, que sería Abad en el monasterio de Saint-Colombe. No existe una prueba fidedigna de hijos, al menos reconocidos de este, por lo que ser descendiente de esta rama de la familia, resulta complejo y difícilmente demostrable, y tampoco se conoce con claridad que tuviera hermanos-.
La sonrisa de los “hermanos” le daba a entender, que lo que habían intentado, era comprobar los conocimientos que Ángel tenía sobre el tema que estaban tratando.
-Correcto-, contestó con una cómoda sonrisa Francisco. En realidad se supone que nuestro alto dignatario es descendiente de Archamband deSaint-Aigman. De este, como usted sabrá, es más complejo hacer el seguimiento. De hecho, no se conoce con exactitud la mayor parte de los datos de los fundadores de la orden-.
Ángel asintió dando fe de los datos que se le ofrecían. Pero había algo que no le quedaba claro en el mensaje corporal de aquel hombre. Su cara no decía lo mismo que su boca, y eso le preocupaba.
-Respecto a su contrato-, continuó Francisco dando por acabado el examen y por segura la incorporación al proyecto de Ángel,- se haría por seis meses, con un pago mensual de seis mil euros más todos los gastos que se originen. En el caso que necesite algún colaborador, este deberá ser aprobado por nuestra compañía. El centro de trabajo estará, de entrada, en Sevilla, pero podría tener que desplazarse a otros puntos de Europa. ¿Supondría esto algún problema?-
Ángel, maduró la respuesta. La oferta era tentadora.
-Joder, si no lo haces tu, me pido una excedencia-, interpeló Luis.
-No creo que exista ningún problema, pero me gustaría que mi pareja me pueda acompañar-, comentó Ángel.
-Tendremos que consultarlo, pero en cualquier caso, no podrá acompañarle en los posibles viajes que se originen durante su trabajo con nosotros-.
Se produjo un incomodo silencio durante unos segundos, Ángel meditó su respuesta. La oferta era especialmente tentadora. -Lo consultaré con mi pareja. Estoy seguro que podremos colaborar-.
Luis dejó escapar un suspiro de alivio mientras los dos “hermanos” se levantaban de la mesa. Francisco le extendió una tarjeta con una cruz griega roja en la esquina y que tenía solamente un número de teléfono móvil.
-Esperaremos su respuesta hasta esta noche a las diez, si no nos ha contestado, entenderemos que no le interesa nuestra oferta y buscaremos a otra persona. Si le interesa, le haremos llegar todo lo necesario par poder ponerse en marcha en no más de dos días-.
-Perfecto, Amen-. Contestó Ángel con firmeza.
La respuesta pareció caer como un jarro de agua fría en la mesa. Todos los que estaban allí conocían el significado de esa palabra en latín y el uso que de ella se hacía habitualmente para dar por cerrada una oración o por aceptada una orden, esto último durante el medioevo en diferentes órdenes religiosas.
  Al llegar a casa, Ángel pensó en llamar a Miriam al móvil, pero prefirió esperar para hablar con ella tranquilamente. Tras haberse despedido de los “hermanos”, había tomado un café con su amigo. Este le había insistido en que no dejara pasar la oportunidad que le estaban brindando. Se veía a Luis emocionado con la idea de que su amigo por fin hiciera algo que realmente le gustara. Aunque a Ángel le daba la impresión que casi hubiera preferido hacerlo él mismo.
  El camino de vuelta había sido tan frío como el de ida, pero con la cabeza en como planteárselo a Miriam. Era posible que ella pudiera pedir el traslado a las instalaciones que el canal de televisión en el que trabajaba tenía en la ciudad Hispalense.
Estaba seguro que en el fondo ella estaría encantada con la idea, siempre le había gustado Sevilla, su clima, la aparente falta de estrés de sus gentes. A él le sucedía algo similar, pero por otro lado, era un salto al vacío de seis meses, sin saber que pasaría después. De otra parte, no le pedían que se fuera a vivir allí, solo a trabajar y el trabajo parecía cuando menos apasionante. Se veía a si mismo de nuevo rodeado de libros, legajos y diccionarios.
Seguro que a Miriam también le atraía, pero tenía que preparar el terreno para comentarlo con ella.
  Otra de las cosas de las que se percató en ese momento fue que ni tan siquiera conocía el nombre del grupo para el que le estaban tratando de contratar.
Llamó a Luis con la esperanza de que le cogiera el teléfono.
-Dime chaval-, dijo Luis al coger el teléfono.
-Tío, no recuerdo el nombre que me han dicho esta gente del grupo para el que trabajan-.
-Seguro que no lo recuerdas, no te lo han dicho-, afirmó con seguridad Luis.
-¿Y se puede saber por qué?- Preguntó Ángel con cierta sorpresa.
-Supongo que porque no querían decírtelo, todavía. Te daré una pista, su nexo con el temple es Jean-Marc Larménius-.
-Joder, que son de la “Orden Soberana y Militar del Templo de Jerusalén-”. dijo mientras se le iluminaba la cara Ángel.
-Correcto señor, veo que no se te ha oxidado la memoria-.
-¿Crees que me dejarán ver la carta?-. Su voz sonaba como la de un niño escribiendo la carta a los Reyes Magos.
-Seguro que no-, contestó Luis. -A no ser que les proporciones un enorme resultado, en cuyo caso, lo intentaremos juntos-.
-Sería la leche ser los primeros no iniciados en poder autentificar ese documento, ¿no crees?- Ángel sonaba cada vez más entusiasmado.
-Sin lugar a dudas, pero no soñemos, por ahora. ¿Ya hablaste con Miriam de esto?- Pregunto Luis con cierta intriga.
-Todavía no, estoy en ello, estoy preparando el terreno-.
-Ya me contarás. Suerte amigo.- contestó Luis con cierta ironía.
-Gracias, me hará falta-.