lunes, 24 de julio de 2017

No hay ocasión pequeña.

Alfonso miraba por encima de sus pequeñas lentes de cerca. Parecía que prestaba atención al
ejemplar de La Razón que sostenía en las manos, pero nada más lejos de la realidad. Desde que ella había entrado en la cafetería, solo tenía ojos para observarla de aquel modo tan peculiar. Se escondía tras el diario como sintiendo que era un parapeto que le convertía en invisible.
 Ella no había reparado en él, faltaría más. Una mujer como aquella jamás se fijaría motu propio en un hombre como Alfonso. Los años empezaban a dejar huella en la cara de él. Su cabello hacía ya unos años que se batía en retirada dejando a la vista una prominente frente de piel clara que resaltaba sus ojos azules, pero solo en las distancias cortas. Era un tipo elegante, o al menos eso sentía. Su cuerpo trabajado en horas de gimnasio no representaba su edad real que ya había superado el medio siglo hacía algún tiempo. Pero Alfonso sentía que su cara sí le hacía más mayor de lo que realmente era.
 Volvió a disimular con el diario apoyándolo en la mesa para pasar la página y mientras tanto volver a mirar la discreta elegancia de ella. Siempre impecable, siempre desprendiendo aquella fragancia entre dulce y floral que inundaba toda la sala a su paso. Sabía que sus amigas la llamaban Marietta, pero no conocía si ese era su nombre real. Ella debía tener al menos diez años menos que él. Alfonso volvió a repasar con sus ojos la esbelta figura de Marietta como tratando de almacenar en su memoria cada centímetro de su cuerpo, intentando que el olvido nunca fuera una opción.
 Como cada día, ella pidió el desayuno y cortó su croissant con mimo y esmero para que nada quedara al azar mientras leía con poco afán un periódico que parecía tomado al vuelo, como si poco importara lo que en él se expresara.
 Alfonso volvió la mirada al suyo buscando las fuerzas para atreverse a decirle algo. Algo inteligente, sugerente, cautivador. Algo que hiciera a Marietta fijarse en él, aunque solo fuera un instante, y que le permitiera romper el hielo, quebrar la barrera que parecía separarles kilómetros.
 En ese preciso instante, ella sacó del bolso el móvil y él pudo ver en el gesto que algo no iba bien. Observó cómo primero rebuscaba en el interior de su bolso y después, azorada, trataba de hacerse ver por el camarero. Cuando este finalmente se acercó a ella, Alfonso pudo escuchar como Marietta le explicaba al poco receptivo camarero que se había quedado sin batería y con una mirada casi infantil trataba de conseguir un cargador con poco éxito.
Los ojos de Alfonso brillaron casi como el acero cuando metió la mano en el interior de su chaqueta y acarició el cargador externo que allí llevaba. Nunca había comprendido muy bien su utilidad, pero ahora se convertía en su pasaporte a la excitación más sublime.
 Se levantó con suavidad de la mesa y se aproximó a ella. Con una voz que ganaba cuerpo en el transcurso de la frase le dijo:
-          No he podido evitar escucharla y por ello me permito ofrecerle esta pequeña ayuda, por si fuera de su interés.
Marietta sonrió con toda la cara, como si realmente le hubiera salvado la vida.
-          No sabe usted el enorme favor que me hace-, dijo ella alargando la mano para tomar la tabla de salvación que él le ofrecía.
 –   - Pero, por favor, siéntese. Lo menos que puedo hacer es invitarle a un café, - continuó ella.
Alfonso sonrió agradecido. – Acepto gustoso- contesto, - pero ni mi edad ni mi forma de ser me permiten que sea usted quien pague. Ya me siento correspondido con el hecho de poder compartir unos minutos de charla. –
Marietta volvió a sonreír, pero esta vez Alfonso pudo ver casi una muestra de rubor en el rostro de ella.
 Estaba claro que las barreras estaban rotas. Solo contaba ya la pericia que él mismo tuviera para convertir una casualidad en una oportunidad de hacer historia.
Se sintió bien, más joven. También sintió la amabilidad en la mirada de ella.

Hoy prometía ser un día, al menos, memorable.