jueves, 1 de octubre de 2015

CAPITULO XXIX: El amor aprovecha la tregua.



 Llevaban un par de días interrogando a Ricardo, pero parecía no saber mucho y haber comunicado aun menos. Ya sabían quien era su contacto en Rumanía y Giovanni había puesto a gente de allí sobre la pista. Sus jefes parecían bastante contentos con el avance de la investigación. Pero cada vez mostraban menos escrúpulos en eliminar gente, lo cual le hacía pensar que era posible que en algún momento también él fuera prescindible. Su equipo más próximo era de su plena confianza, pero no sabía lo que podía ocurrir si encontraban lo que andaban buscando. Sus jefes eran gente de negocios y fervientes católicos que querían sacar a la luz partes de la historia ocultas por manos negras que escondieron algunas cosas en el pasado. Tras la publicación de los libros de Dan Brown, Habían visto que era el momento de dar el aldabonazo y rescatar algunas cosas. Pero no podían hacerlo de forma limpia, de modo que contaron con especialistas si reparar en gastos. Pero tendrían que borrar pistas para que no les metieran a todos en la cárcel al terminar la búsqueda. La suya no dejaba de ser una agrupación de católicos con dinero, pero de poca entidad dentro de la iglesia, no eran ni el Opus Dei ni los Jesuitas. Estaban a años luz de esas ordenes, aunque se creyeran con los mismos derechos, la única manera de acercarse sería conseguir rescatar determinadas reliquias más cercanas al mito que a la realidad. Estas podían abrirles de par en par el corazón de la iglesia en agradecimiento y, al mismo tiempo, colocar a la orden en el mapa de las peregrinaciones.
Entró en el pajar en el que tenían a Ricardo. Estaba sucio y con varias marcas en la cara y los brazos. No se habían pasado mucho, no era necesario. Ricardo había demostrado ser bastante cagón, lo cual hacía ver de donde le venía a su hijo. Para un italiano esa cobardía era imperdonable, pero para un ex militar, más aún.
Sus hombres empezaban a estar cansados de preguntar una vez tras otra sin obtener respuestas. Giovanni se quedo mirándole unos segundos. Ricardo levantó la cabeza e imploró una vez más. -Por favor, no me matéis, os daré lo que me pidáis, pero no me matéis-.
La cara de sus hombres mostraba el hastío de escuchar lo mismo una y otra vez.
-Terminar con él y dejarle tirado en una cuneta de Sevilla, sellar le antes la boca, pero esta vez hacerlo en vivo, para que sufra por todo lo que ha puteado a los demás en su vida-. Terminó la frase y salió del edificio rumbo a la casa principal. Solo quería abrazarse a Rocío para olvidar todo esto durante un rato.
 Cuando llegó a su habitación Rocío salía de la ducha. A pesar de haber pasado ya un día desde su llegada y haber dormido varias horas, seguía teniendo aspecto de cansada. Giovanni temía que esto le estuviera superando. Era como si ella no fuera capaz de comprender el fin de todo aquello. Él había intentado explicárselo, al menos la parte que podía ser explicable. Pero ella no comprendía algunas cosas que estaba viendo a su alrededor, no comprendía aquellas “desapariciones” y no terminaba de entender por que seguían retenidas Madelaine y su hijo si ya tenían la información que querían y estaban colaborando.
-Hola cariño-, dijo Giovanni mientras besaba el cuello de la sevillana, levantando con mimo el pelo mojado.
-Hola-, contestó ella con un tono de voz bastante cansino.
-Hoy nos moveremos a otro sitio-, continuó él. -Vamos a Portugal. Parece que estamos bastante cerca de nuestro objetivo y del final de toda esta historia-.¿Conoces Fátima? Vamos a alojarnos bastante cerca de allí-.
-Si, claro que lo conozco. Aunque creo que no es uno de mis lugares favoritos de Portugal-, contestó ella.
-Normal, parece un parque temático. Pero te garantizo que el lugar donde nos vamos va a ser de tú interés-.
-Aha-, contestó ella con bastante poco interés.
-En cuanto esto se acabe, me gustaría que nos fuéramos a descansar una temporada fuera del mundanal ruido-. Esta última frase había surtido efecto, era como si Rocío quisiera romper con todo aquello.
Giovanni se acercó al cajón de la mesilla y sacó un estuche pequeño, negro.
Rocío estaba pendiente de él, lo cual era un avance importante. Se acercó a ella y se lo entregó, como si transportara todos sus sueños en esa pequeña cajita. -Es para ti. Ha pertenecido a mi familia desde hace más de cien años, y ahora me gustaría que lo tuvieras tú. No creo que pueda querer a nadie de este modo. Me gustaría formar una familia contigo, me da igual el formato, pero creo que quiero vivir mi vida a tu lado, hacerte feliz y serlo contigo-. Las palabras de Giovanni sonaban más cálidas y sinceras que nunca. No había órdenes, solo emociones.
 Rocío miró a sus ojos y vio las lágrimas asomando. Nunca le había visto tan desprotegido, era vulnerable, casi un niño desvalido. Ella cogió el estuche y lo abrió. Dentro había unos preciosos pendientes de oro blanco con docenas de diamantes formando una lágrima de varios centímetros de larga. Sintió como sus ojos también se llenaban de sentimientos. Los observó durante unos segundos antes de besarle profundamente. Abrazada a su cuello con los ojos ambos llenos del amor que se profesaban mutuamente, le dijo, -para ser italiano eres muy poco romántico, pero muy práctico. Para que pedírmelo en una cena con velas, en un sitio especial, cuando puedes pedírmelo estando desnuda, muy hábil, chaval, muy hábil. Por supuesto, pero tendremos que hacerlo a mi manera, sin boato, pero casados por la iglesia, sin alardes, pero quiero una boda de verdad y en Sevilla-.
Giovanni estaba feliz. Por primera vez en mucho tiempo se sentía bien con su vida. -Como tú quieras, mi amor-, dijo justo antes de besarla y soltar la toalla que envolvía el cuerpo cálido de Rocío.- Pero, ¿Podemos empezar a celebrarlo ya?-
Ella rio con fuerza, con soltura, como hacía meses que no se reía, desde que empezaron a estar juntos, cuando él la cortejaba cada día haciéndola sentirse tan especial. Volvía a sentir ese amor por su chico y eso le encantaba.
-Eso si, no habrá boda hasta que terminemos con esto-, puntualizó él.
-Pues tendremos que acelerar para que se acabe pronto-, respondió ella.
-Amén-, contestó él.

Madelaine estaba recostada en la cama, desnuda, observando a su amante portugués que se estaba vistiendo. Nuno siempre le había echo sentirse viva, joven. No sentía pudor de estar desnuda ante él, aunque podía ser su hijo por la edad. El amor que le profesaba su guarda espaldas era de las mejores cosas que le habían pasado en los últimos años de su vida. Se sentía satisfecha en lo sexual y fuerte en lo moral. -Hoy vamos a irnos a Entroncamento para seguir la búsqueda desde el punto donde la habíamos dejado. Creo que estamos muy cerca. Pero no me termino de fiar del italiano. Quiero tenerte cerca por si necesitamos escaparnos con lo que encontremos-. Nuno puso su dedo sobre los labios de Madelaine.
-No hables tanto, pueden escucharte-.
-Seguro que si, pero toda nuestra intimidad se resume a este cuarto. Cuando salgamos ya no podremos hablar nada de esto, y tengo miedo-.
-¿Sabes que han determinado para Ricardo?- Preguntó ella temiendo la dureza de al respuesta.
-Lo sabes igual que yo, lo han eliminado. Era una variable que teníamos que retirar de la ecuación, contestó el portugués con frialdad-. No le gustaba hablar de Ricardo, nunca le había gustado la forma de tratar a la gente de aquel tipo. De facto, en varias ocasiones había estado tentado de “terminarlo” personalmente, pero se había contenido por miedo a perder el contacto con Madelaine.
-¿Pero como lo han llevado a cabo?, ¿Ha sufrido?- Preguntó de nuevo Madelaine-.
-Espero que sí-, contestó Nuno mientras acariciaba con delicadeza la pierna de su amada.
Madelaine sentía estremecer su cuerpo cada vez que aquel hombre estaba a su lado. Hacía que se sintiera joven, intrépida, atractiva. Tenía la sentación que cada vez que estaba con él descumplía algún año, y eso a su edad era muy placentero.
-Y con mi hijo, ¿Te ha contado Giovanni qué piensa hacer?-
-No, y no creo que le haga nada, por ahora. En el fondo sabe que puede ser útil a futuro. El italiano es muy listo-.
Madelaine asintió. Ella también pensaba lo mismo. El italiano parecía un aliado fiel hoy, pero era lo suficientemente camaleónico como para volverse contra ellos llegado el momento.
Se levantó de la cama y se cubrió con un fino batín de seda rosa, elegante, suave. -Deberíamos saber hasta donde nos tiene infiltrados este tipo. No sé cuantos de los nuestros pueden estar trabajando con ellos-, dijo mientras acariciaba la camisa que Nuno acababa de ponerse con aire distraído. -Tú los conoces mejor que nadie. Los reclutaste y los diriges habitualmente. Te respetan y a mi me temen, en algún caso-.
-Te diré algo-, contestó él mientras se anudaba la corbata, como si fuera a tener una reunión importante, concentrado en cerrar bien el nudo. -Sinceramente, no creo que nos tengan muy intervenidos. Si hubiera sido así, no les hubiera costado tanto llegar hasta vosotros. Pero lo vamos a comprobar-.
Nuno se quedó concentrado mirando el espejo, como buscando inspiración en él. -Quizás podríamos mandar dos señales distintas, una por un grupo y otra por otro, a ver si reacciona el italiano de algún modo. Eso nos permitiría ver en donde estamos-.
Madelaine asintió, -me parece buena idea. Voy a bañarme, nos vemos en un rato-, dijo dejando caer la bata y besando en los labios a Nuno,- lo necesito-.
El portugués salio de la habitación encontrando en la puerta a una de las mujeres de Giovanni, como apostada sin mucho celo en su trabajo. Era una mujer atractiva, con el pelo largo y rizado, pero con una frialdad en la mirada que hacía presagiar que no le temblaría el pulso en eliminar los estorbos si fuera necesario. Saludo con un simple cabeceo que ella contestó con un buenos días y una sonrisa leve, fría. Bajó las escaleras y vio en el recibidor a gran parte del equipo de Giovanni preparando la partida, todos los pertrechos, las armas y sistemas de comunicación. Aquello parecía una operación militar en el más amplio sentido de la expresión. Por un momento pensó que acababa de volver al ejército y se sintió bien, siempre había tenido espíritu militar.
Al llegar abajo uno de los hombres le dijo, -vuestro coche será el tercero, iréis con Margot. “El niño”ira en otro coche. Salimos en dos horas. Avisa a tu jefa para tenerlo todo preparado-. Terminada la parrafada de órdenes se dio la vuelta y siguió a lo suyo.

Nuno se fue a la cocina a preparar un café para él y otro para Madelaine antes de subir a comunicarle el plan de viaje. Sentía cierto nerviosismo, casi infantil, por lo que iba a pasar. Sentía que harían historia, y eso era excitante.