jueves, 24 de septiembre de 2015

CAPITULO XXVII: Escapando



 Ángel tenía claro que aquellos dos hombres no eran simples ancianitos que estaban en la iglesia por mayor o menor beatería. Pero también tenía claro que era muy extraño que aparecieran así a la luz, con cierta osadía, mostrando símbolos de modo tan evidente. Es cierto que en Francia hay pocos monárquicos y estos son muy ostentosos en su ideología, pero algo le crujía. Tenía claro que les seguían, de algún modo. Había hablado con Giovanni para hacer un cambio de coche en San Sebastián que despistara a sus perseguidores, pero iba conduciendo incómodo. No quería que Miriam corriera ningún riesgo. Estaba saliendo de la autopista cuando sonó el móvil. Vio en el display del coche un número oculto, por lo que intuía que se trataba del italiano o alguno de sus sicarios.
-Si-, respondió con algo de incertidumbre por saber quien estaría al otro lado de la línea.
-Buenos días Ángel y Miriam, soy Margot. Me ha encomendado Giovanni un trabajo con vosotros en San Sebastián-.
-Hola Margot-, contestó Ángel como si la conociera de toda la vida. Se sentía aliviado por  que hubiera saludado también a Miriam y porque no hubiera dicho nada del trabajo en cuestión. -Dime donde nos vemos, llegaremos en poco más de diez minutos-.
-Bien, podemos vernos en la cafetería del club de tenis, al final de la playa, justo antes de llegar al peine de los vientos. Como he cambiado de look, te comento, llevo un poncho con los colores del arco iris y el pelo tan largo como siempre, pero totalmente negro y rizado-.
-Si que has cambiado, sí-. Contestó Ángel siguiéndole la corriente a sabiendas que ella estaba informada de la confidencialidad del trabajo que el hacía y de la cierta ignorancia de su pareja.
-Pues nos vemos ahora, un saludo Margot-, dijo antes de colgar.
-¿Que tenemos que hacer en San Sebastián?- Preguntó Miram con cara de extrañeza
-Nada importante, pero el gótico vasco es bastante interesante para lo que estamos buscando-.
-Ya-, contestó Miriam con incredulidad. Sabía que no le estaba contando todo, pero se sentía bien de estar allí, con él, buscando pistas de algo que no terminaba de comprender, pero que al padre de su hijo le hacía muy feliz.

Margot había llegado junto con Carmen apenas hacía media hora, tras dejar a su custodiado en manos de un equipo que había mandado Giovanni hacía dos días. No parecía que pudieran sacarle mucho, pero empezaba a flaquear tras unos días atado y sin comer más que algo de pan y beber agua un par de veces al día. Todo indicaba que su misión era seguirlas y saber de que se enteraban. Era francés y no parecía dispuesto a delatar a nadie de su entrono, por lo que era bastante probable, al menos eso decía uno de los interrogadores, que fuera del priorato, pero no tenía nada que fundamentara esa creencia.
Cuando Ángel llegó de la mano de Miriam, Margot y Carmen les esperaban al final de la cafetería, para poder observarla toda desde un solo punto. Margot se adelantó unos pasos para recibirlos como si les extrañara desde hace tiempo, muy amistosa. Al acercarse a la cara de Ángel para besarle la mejilla, le susurro al oído, de modo casi imperceptible, -El corazón de La Piedad tiene una leyenda-.
Era la clave que habían fijado para él junto con Giovanni. El italiano le comentó que si dudaba o no sabía responder, se metería en un problema. Por eso habían elegido esa clave. La respuesta salió de sus labios sin duda alguna. -Envolviéndolo, Consolatrix Aflictorum-. La respuesta era sencilla para él. Desde que tenía uso de razón había salido con esa leyenda en la capa cada lunes y cada viernes santo en Cartagena, de donde era parte de su familia, en procesión acompañando a su virgen de La Piedad.
Margot sonrió complaciente, como si se hubiera quitado un peso de encima. -Sentaros, ¿Queréis tomar algo?-
-Yo un café solo, corto. ¿Y tú cariño?- Dijo Ángel mirando a Miriam.
-Un té con leche, contestó Miriam-, percibiendo cierta extrañeza en la conversación.
-Sentaros allí con Carmen, es mi compañera-. Carmen asintió dándose por presentada de ese modo. No era una mujer besucona, si podía evitarlo, lo hacía.
Una vez todos sentado, Margot explicó el plan a ambos. Iban a alojarse en un hotel, cerca de allí un hotel que tenía aparcamiento. Dejarían su coche y quedarían en la habitación de ellas, la doscientos dos. De ese modo los sacarían en una furgoneta que tenían en el aparcamiento del hotel hasta llegar a Amorebieta, donde les habían dejado un coche nuevo con las lunas tintadas. Mientras tanto, Carmen y otro compañero más sacarían el coche de ellos para utilizarlo como señuelo para ver si les seguían. Todo irá bien y será fácil, no os preocupéis, terminó Margot tranquilizando la cara de Miriam que se echaba la mano a la tripa continuamente, como intentando proteger a su futuro hijo. -Giovanni me ha dicho que te vuelvas para Sevilla ASAP, tiene cambios en la información y podéis avanzar más deprisa, es lo que me ha comunicado-.
Ángel asintió, aceptando la orden. Por un momento se sintió como en casa, pero ahora no era su padre el que daba órdenes.