Ángel
tenía claro que aquellos dos hombres no eran simples ancianitos que
estaban en la iglesia por mayor o menor beatería. Pero también
tenía claro que era muy extraño que aparecieran así a la luz, con
cierta osadía, mostrando símbolos de modo tan evidente. Es cierto
que en Francia hay pocos monárquicos y estos son muy ostentosos en
su ideología, pero algo le crujía. Tenía claro que les seguían,
de algún modo. Había hablado con Giovanni para hacer un cambio de
coche en San Sebastián que despistara a sus perseguidores, pero iba
conduciendo incómodo. No quería que Miriam corriera ningún riesgo.
Estaba saliendo de la autopista cuando sonó el móvil. Vio en el
display del coche un número oculto, por lo que intuía que se
trataba del italiano o alguno de sus sicarios.
-Si-,
respondió con algo de incertidumbre por saber quien estaría al otro
lado de la línea.
-Buenos
días Ángel y Miriam, soy Margot. Me ha encomendado Giovanni un
trabajo con vosotros en San Sebastián-.
-Hola
Margot-, contestó Ángel como si la conociera de toda la vida. Se
sentía aliviado por que hubiera saludado también a
Miriam y porque no hubiera dicho nada del trabajo en cuestión. -Dime
donde nos vemos, llegaremos en poco más de diez minutos-.
-Bien,
podemos vernos en la cafetería del club de tenis, al final de la
playa, justo antes de llegar al peine de los vientos. Como he
cambiado de look, te comento, llevo un poncho con los colores del
arco iris y el pelo tan largo como siempre, pero totalmente negro y
rizado-.
-Si
que has cambiado, sí-. Contestó Ángel siguiéndole la corriente a
sabiendas que ella estaba informada de la confidencialidad del
trabajo que el hacía y de la cierta ignorancia de su pareja.
-Pues
nos vemos ahora, un saludo Margot-, dijo antes de colgar.
-¿Que
tenemos que hacer en San Sebastián?- Preguntó Miram con cara de extrañeza
-Nada
importante, pero el gótico vasco es bastante interesante para lo que
estamos buscando-.
-Ya-,
contestó Miriam con incredulidad. Sabía que no le estaba contando
todo, pero se sentía bien de estar allí, con él, buscando pistas
de algo que no terminaba de comprender, pero que al padre de su hijo
le hacía muy feliz.
Margot
había llegado junto con Carmen apenas hacía media hora, tras dejar
a su custodiado en manos de un equipo que había mandado Giovanni
hacía dos días. No parecía que pudieran sacarle mucho, pero
empezaba a flaquear tras unos días atado y sin comer más que algo
de pan y beber agua un par de veces al día. Todo indicaba que su
misión era seguirlas y saber de que se enteraban. Era francés y no
parecía dispuesto a delatar a nadie de su entrono, por lo que era
bastante probable, al menos eso decía uno de los interrogadores, que
fuera del priorato, pero no tenía nada que fundamentara esa
creencia.
Cuando
Ángel llegó de la mano de Miriam, Margot y Carmen les esperaban al
final de la cafetería, para poder observarla toda desde un solo
punto. Margot se adelantó unos pasos para recibirlos como si les
extrañara desde hace tiempo, muy amistosa. Al acercarse a la cara de
Ángel para besarle la mejilla, le susurro al oído, de modo casi
imperceptible, -El corazón de La Piedad tiene una leyenda-.
Era
la clave que habían fijado para él junto con Giovanni. El italiano
le comentó que si dudaba o no sabía responder, se metería en un
problema. Por eso habían elegido esa clave. La respuesta salió de
sus labios sin duda alguna. -Envolviéndolo, Consolatrix Aflictorum-.
La respuesta era sencilla para él. Desde que tenía uso de razón
había salido con esa leyenda en la capa cada lunes y cada viernes
santo en Cartagena, de donde era parte de su familia, en procesión
acompañando a su virgen de La Piedad.
Margot
sonrió complaciente, como si se hubiera quitado un peso de encima. -Sentaros, ¿Queréis tomar algo?-
-Yo
un café solo, corto. ¿Y tú cariño?- Dijo Ángel mirando a Miriam.
-Un
té con leche, contestó Miriam-, percibiendo cierta extrañeza en la
conversación.
-Sentaros
allí con Carmen, es mi compañera-. Carmen asintió dándose por
presentada de ese modo. No era una mujer besucona, si podía
evitarlo, lo hacía.
Una
vez todos sentado, Margot explicó el plan a ambos. Iban a alojarse
en un hotel, cerca de allí un hotel que tenía aparcamiento. Dejarían
su coche y quedarían en la habitación de ellas, la doscientos dos. De ese modo
los sacarían en una furgoneta que tenían en el aparcamiento del
hotel hasta llegar a Amorebieta, donde les habían dejado un coche
nuevo con las lunas tintadas. Mientras tanto, Carmen y otro compañero
más sacarían el coche de ellos para utilizarlo como señuelo para
ver si les seguían. Todo irá bien y será fácil, no os preocupéis,
terminó Margot tranquilizando la cara de Miriam que se echaba la
mano a la tripa continuamente, como intentando proteger a su futuro
hijo. -Giovanni me ha dicho que te vuelvas para Sevilla ASAP, tiene
cambios en la información y podéis avanzar más deprisa, es lo que
me ha comunicado-.
Ángel
asintió, aceptando la orden. Por un momento se sintió como en casa,
pero ahora no era su padre el que daba órdenes.