lunes, 7 de septiembre de 2015

Capítulo XXII: Una llamada inesperada


  Nuno acababa de despertarse en la habitación del viejo caserón que su jefa tenía cerca de Entroncamento Norte, próximo al centro comercial, con una salida fácil a la autopista. Siempre que se despertaba en esta casa se sentía como si volviera a su pasado. El no era de esta región, era de Alentejo, al sur de Portugal, pero la casa se parecía a las de todos los terratenientes portugueses que conocía. Una de las razones por las que le gustaba trabajar en España y con franceses era porque se encontraba mejor en sociedades menos clasistas que la portuguesa. Pero en el fondo, se sentía orgulloso de sus raíces. 

Se restregó los ojos, como queriendo recuperar las ideas en un disco duro que se resistía a arrancar, a pesar de estar recibiendo la luz de la mañana en los ojos a través de una rendija del cortinaje, espeso y recargado como corresponde a un caserón de tan rancio abolengo. Se levantó de una forma un tanto pesada y llegó hasta el baño, especialmente moderno y equipado, como le gustaba a la jefa. Puso en marcha el grifo dejando que se llenara la bañera y volvió a la habitación para encender el teléfono móvil y comprobar, mientras prendía un cigarrillo pensando que tenía que dejar de fumar de una vez por todas, que tenía varias llamadas perdidas, un par de su equipo de Tomar, una de Ricardo y otra de un número que no conocía, de Sevilla.
Decidió empezar por lo más próximo y llamar a sus compañeros portugueses.
-Bon día Joao, ¿me has llamado?- Preguntó de forma retórica en portugués, conociendo la respuesta.
-Bon día Marqués-, le contestó su compañero,- ya era hora de levantarse. Sí te llamé para comentarte que estamos atascados. Hemos revisado todo el castillo buscando las señales que comentó la señora y no damos con ello. Creo que necesitamos a un especialista para poder seguir con esto. Si no es posible, tendremos que suspender la búsqueda. Alguno de los arqueólogos que están trabajando en la restauración del castillo empiezan a hacer preguntas-.
-De acuerdo, entiendo-, contestó lacónico Nuno mientras cerraba el grifo del baño. -Hablaré con alguien a ver si consigo respuestas, te llamo luego-.
Apagó el cigarrillo en el lavabo y se introdujo en el agua caliente, disfrutó de ello unos segundos y volvió a coger el móvil. Tenía dos opciones y, como siempre, dejó al estúpido de Ricardo para el final. Llamó al teléfono de Sevilla que no conocía, tras sonar cinco veces, cuando ya pensaba en colgar, le cogió el teléfono una mujer con marcado acento alemán, pero que le contestó en un español perfectamente entendible.
-Hola, tengo una llamada perdida de ustedes, de esta mañana-.
-Un momento por favor, le paso con la persona que le ha llamado-.
Era evidente que no se trataba de un error, por lo que se incorporó en el baño, como activado por el resorte de la adrenalina. Pasados unos dos minutos, escuchó una voz conocida, pero que sonaba con un profundo pesar.
  -Hola Nuno, te va a hablar un hombre que te dará las instrucciones necesarias para poder mantener una reunión en la que quiero que estés. Por supuesto, no informes a Ricardo ni a nadie de Francia ni de Portugal. Ven tú solo para que podamos resolver esto-.
Era la voz de la señora, se le encogió el alma, le recorrió un escalofrío por la espalda.
-¿Esta usted bien señora?- Preguntó con inquietud.
-Sí Nuno, estamos bien, no te preocupes, pero atiende bien a este hombre, necesito que no falle nada-.
-De acuerdo señora, así se hará-.
Madelaine pasó el teléfono a Giovanni quien se apartó de los oídos para dar las indicaciones a Nuno de lo que debía hacer.
-Espero que no le hayas hecho daño, o no tendréis mundo suficiente para correr, le contestó el portugués más con la voz de un esposo encabronado que de un guardaespaldas responsable-.
Giovanni no se molestó en contestar a la amenaza del portugués, sabía que tenía el control sobre la negociación y la persona que estaba al otro lado de la línea solo era un sicario aventajado. -Escucha bien las indicaciones para que todo pueda seguir bien, no quiero que comentes esto con nadie, mucho menos con Ricardo, ya habéis tenido suficientes filtraciones a través de Jacques como para seguir empeorando las cosas-. Nuno comprendió en ese momento que el hijo de su jefa había sido el responsable de la información que llegaba a Ricardo hasta ese momento, y empezó a comprender que esto era lo que producía impaciencia en el “empresario” valenciano, ahora estaba ciego, no conocía los pasos de nada y eso le daba a Nuno un poder que le apetecía explotar.
  Giovanni siguió con su exposición de órdenes,- compra un teléfono de tarjeta para ti y otro para tus contactos en Portugal y España. Apaga los teléfonos móviles y traédmelos con sus tarjetas para destruirlos, Cuando tengas el tuyo, manda un SMS al teléfono de Madelaine con el número para que nosotros podamos contactar contigo. Debéis abandonar la finca en la que estáis, la conoce demasiada gente, parte de tu equipo se puede alojar en un hotel, cuando vengas, decidiremos donde ubicar el resto-.
  Hizo una pausa para enfatizar más la siguiente frase, -mañana a las diez de la mañana debes estar, solo y desarmado en la puerta principal de Isla Mágica, en Sevilla. No temas, puedes dejar tus armas en el coche en el que vengas. Procura que no te sigan para llegar allí, no quiero sorpresas desagradables, y sobre todo, no temas por vuestras vidas, no podemos hacer esto sin vuestra colaboración y no somos asesinos. ¿Ha quedado claro todo?- Preguntó con un tono inquisitorial.
  -Cristalino-, contestó con cierta chulería el portugués.
  -Nuno, cuando te recojamos y te traigan a donde estamos, te van a vendar los ojos y a esposar, por seguridad, no opongas resistencia. Cuando Madelaine te explique, vas a comprender mejor la situación, seguro-.
  Giovanni, no esperó respuesta y colgó el teléfono. Miró a su compañero para que deshiciera el entramado de desvíos telefónicos que les había llevado a estar recibiendo la llamada como si estuviera en un consultorio médico de Lora del Río, que sería quien le contestaría a Nuno si volvía a llamar a ese número. Miró con cierta complicidad a Madelaine, ambos sabían, ahora sí, que estaban haciendo lo correcto, aunque el viaje hasta este punto había salido muy caro. -Tengo que mantener a tu hijo aislado, lo comprendes, ¿verdad?- Le preguntó con una mirada fría a Madelaine.
-Por supuesto, no le hagáis daño, pero que no pueda comunicarse. En el fondo creo que nunca ha entendido que nuestra misión era lo más importante para todos. Lástima que yo no supe ver sus defectos a tiempo-, respondió con lágrimas en los ojos.
-Lástima que yo tampoco descubrí su punto débil antes, abríamos evitado tú sufrimiento, lo siento Madelaine-. La voz del italiano sonaba especialmente dolida.
Madelaine bajó la mirada buscando refugio en la colcha de la cama sobre la que estaba sentada, como si quisiera borrar de su memoria lo sufrido. En el fondo, era mujer, y por lo tanto estaba acostumbrada al dolor y a que menospreciaran su vida. Por un momento recordó cuando su padre, casi agonizante, le había revelado el secreto que acompañaba a su familia. Ella siempre había sabido algo, pero su padre confiaba en encontrar a un delfín varón, más por desconfianza hacia las mujeres que por pensar que su hija no sería capaz. Pero eso hizo que ella se sintiera menospreciada y traicionada por su padre, a quien había idolatrado toda su vida. Era como ver la gran mentira que le habían contado durante toda su vida y sentir que, de repente, le caía encima todo el peso de la historia.
Giovanni dejó la habitación y al salir dio orden a las dos custodias de Madelaine para que la dejaran moverse con cierta libertad, pero vigilada en todo momento, por la finca.
Llamó a Ángel para comentarle que se había producido un inesperado giro en los acontecimientos, pero que él siguiera las líneas de investigación iniciadas ya que algunas pistas no estaban muy claras.

Ángel estaba llegando a la frontera de Francia con rumbo a Bayona para ver si encontraba algo nuevo en su catedral que hubiera pasado desapercibido hasta ahora. A pesar de las órdenes recibidas, había llevado consigo a Miriam, que no tenía trabajo en unos cuatro días por esas compensaciones de trabajar los fines de semana. Ella escuchó la conversación a través del manos libres del coche y, una vez había colgado el teléfono, le preguntó directamente, -¿En qué te estás metiendo?-
Ángel meditó la respuesta durante un par de segundos. Tenía claro que la empresa en la que estaba metido entrañaba riesgos, pero ya no tenía marcha atrás, y se moría de ganas de compartirlo con su pareja, desde el principio había tenido la sensación de estar engañándola. Poco a poco le fue desgranando el proyecto y lo que estaba haciendo, al menos lo que él conocía, sin dar nombres de personas ni organizaciones. La cara de Miriam iba tornándose cada vez más seria, como si viera algo turbio que él no quería contar o no conocía. Cuando Ángel terminó su exposición ya estaban a menos de 10 Km de su destino. Miriam inspiró con fuerza y contestó de forma lapidaria, -todo lo que ha tenido que ver con esto en la historia, al menos en la conocida y en la que tú eres especialista, ha traído muerte y traición. Espero que seas consciente del fregado en el que nos hemos metido-.
-Por supuesto que lo soy-, contestó Ángel sin mucha convicción. Quizá hasta ese momento no lo había sido realmente. Se había dejado arrastrar por su ansia de historiador y no había visto las consecuencias posibles. Pero para eso estaba Miriam, su conexión con la realidad. Por un momento sintió la culpabilidad de poner en peligro a la persona a la que quería trayéndole a este viaje, pero rápidamente su cabeza eliminó el riesgo de la variable, no eran más que dos turistas visitando una iglesia en el sur de Francia, nadie podría relacionarles con aquel operativo.