Nuno
acababa de despertarse en la habitación del viejo caserón que su
jefa tenía cerca de Entroncamento Norte, próximo al centro
comercial, con una salida fácil a la autopista. Siempre que se
despertaba en esta casa se sentía como si volviera a su pasado. El
no era de esta región, era de Alentejo, al sur de Portugal, pero la
casa se parecía a las de todos los terratenientes portugueses que
conocía. Una de las razones por las que le gustaba trabajar en España y
con franceses era porque se encontraba mejor en sociedades menos
clasistas que la portuguesa. Pero en el fondo, se sentía orgulloso
de sus raíces.
Se restregó los ojos, como queriendo recuperar las ideas en un disco duro que se resistía a arrancar, a pesar de estar recibiendo la luz de la mañana en los ojos a través de una rendija del cortinaje, espeso y recargado como corresponde a un caserón de tan rancio abolengo. Se levantó de una forma un tanto pesada y llegó hasta el baño, especialmente moderno y equipado, como le gustaba a la jefa. Puso en marcha el grifo dejando que se llenara la bañera y volvió a la habitación para encender el teléfono móvil y comprobar, mientras prendía un cigarrillo pensando que tenía que dejar de fumar de una vez por todas, que tenía varias llamadas perdidas, un par de su equipo de Tomar, una de Ricardo y otra de un número que no conocía, de Sevilla.
Se restregó los ojos, como queriendo recuperar las ideas en un disco duro que se resistía a arrancar, a pesar de estar recibiendo la luz de la mañana en los ojos a través de una rendija del cortinaje, espeso y recargado como corresponde a un caserón de tan rancio abolengo. Se levantó de una forma un tanto pesada y llegó hasta el baño, especialmente moderno y equipado, como le gustaba a la jefa. Puso en marcha el grifo dejando que se llenara la bañera y volvió a la habitación para encender el teléfono móvil y comprobar, mientras prendía un cigarrillo pensando que tenía que dejar de fumar de una vez por todas, que tenía varias llamadas perdidas, un par de su equipo de Tomar, una de Ricardo y otra de un número que no conocía, de Sevilla.
Decidió
empezar por lo más próximo y llamar a sus compañeros portugueses.
-Bon
día Joao, ¿me has llamado?- Preguntó de forma retórica en
portugués, conociendo la respuesta.
-Bon
día Marqués-, le contestó su compañero,- ya era hora de levantarse.
Sí te llamé para comentarte que estamos atascados. Hemos revisado
todo el castillo buscando las señales que comentó la señora y no
damos con ello. Creo que necesitamos a un especialista para poder
seguir con esto. Si no es posible, tendremos que suspender la
búsqueda. Alguno de los arqueólogos que están trabajando en la
restauración del castillo empiezan a hacer preguntas-.
-De
acuerdo, entiendo-, contestó lacónico Nuno mientras cerraba el grifo
del baño. -Hablaré con alguien a ver si consigo respuestas, te llamo
luego-.
Apagó
el cigarrillo en el lavabo y se introdujo en el agua caliente,
disfrutó de ello unos segundos y volvió a coger el móvil. Tenía
dos opciones y, como siempre, dejó al estúpido de Ricardo para el
final. Llamó al teléfono de Sevilla que no conocía, tras sonar
cinco veces, cuando ya pensaba en colgar, le cogió el teléfono una
mujer con marcado acento alemán, pero que le contestó en un español
perfectamente entendible.
-Hola,
tengo una llamada perdida de ustedes, de esta mañana-.
-Un
momento por favor, le paso con la persona que le ha llamado-.
Era
evidente que no se trataba de un error, por lo que se incorporó en
el baño, como activado por el resorte de la adrenalina. Pasados unos
dos minutos, escuchó una voz conocida, pero que sonaba con un
profundo pesar.
-Hola
Nuno, te va a hablar un hombre que te dará las instrucciones
necesarias para poder mantener una reunión en la que quiero que
estés. Por supuesto, no informes a Ricardo ni a nadie de Francia ni
de Portugal. Ven tú solo para que podamos resolver esto-.
Era
la voz de la señora, se le encogió el alma, le recorrió un
escalofrío por la espalda.
-¿Esta
usted bien señora?- Preguntó con inquietud.
-Sí Nuno, estamos bien, no te preocupes, pero atiende bien a este hombre,
necesito que no falle nada-.
-De
acuerdo señora, así se hará-.
Madelaine
pasó el teléfono a Giovanni quien se apartó de los oídos para dar
las indicaciones a Nuno de lo que debía hacer.
-Espero
que no le hayas hecho daño, o no tendréis mundo suficiente para
correr, le contestó el portugués más con la voz de un esposo
encabronado que de un guardaespaldas responsable-.
Giovanni
no se molestó en contestar a la amenaza del portugués, sabía que
tenía el control sobre la negociación y la persona que estaba al
otro lado de la línea solo era un sicario aventajado. -Escucha bien
las indicaciones para que todo pueda seguir bien, no quiero que
comentes esto con nadie, mucho menos con Ricardo, ya habéis tenido
suficientes filtraciones a través de Jacques como para seguir
empeorando las cosas-. Nuno comprendió en ese momento que el hijo de
su jefa había sido el responsable de la información que llegaba a
Ricardo hasta ese momento, y empezó a comprender que esto era lo que
producía impaciencia en el “empresario” valenciano, ahora estaba
ciego, no conocía los pasos de nada y eso le daba a Nuno un poder
que le apetecía explotar.
Giovanni
siguió con su exposición de órdenes,- compra un teléfono de
tarjeta para ti y otro para tus contactos en Portugal y España.
Apaga los teléfonos móviles y traédmelos con sus tarjetas para
destruirlos, Cuando tengas el tuyo, manda un SMS al teléfono de
Madelaine con el número para que nosotros podamos contactar contigo.
Debéis abandonar la finca en la que estáis, la conoce demasiada
gente, parte de tu equipo se puede alojar en un hotel, cuando vengas,
decidiremos donde ubicar el resto-.
Hizo
una pausa para enfatizar más la siguiente frase, -mañana a las diez
de la mañana debes estar, solo y desarmado en la puerta principal de
Isla Mágica, en Sevilla. No temas, puedes dejar tus armas en el
coche en el que vengas. Procura que no te sigan para llegar allí, no
quiero sorpresas desagradables, y sobre todo, no temas por vuestras
vidas, no podemos hacer esto sin vuestra colaboración y no somos
asesinos. ¿Ha quedado claro todo?- Preguntó con un tono
inquisitorial.
-Cristalino-,
contestó con cierta chulería el portugués.
-Nuno,
cuando te recojamos y te traigan a donde estamos, te van a vendar los
ojos y a esposar, por seguridad, no opongas resistencia. Cuando
Madelaine te explique, vas a comprender mejor la situación, seguro-.
Giovanni,
no esperó respuesta y colgó el teléfono. Miró a su compañero
para que deshiciera el entramado de desvíos telefónicos que les
había llevado a estar recibiendo la llamada como si estuviera en un
consultorio médico de Lora del Río, que sería quien le contestaría
a Nuno si volvía a llamar a ese número. Miró con cierta complicidad
a Madelaine, ambos sabían, ahora sí, que estaban haciendo lo
correcto, aunque el viaje hasta este punto había salido muy caro. -Tengo que mantener a tu hijo aislado, lo comprendes, ¿verdad?- Le
preguntó con una mirada fría a Madelaine.
-Por
supuesto, no le hagáis daño, pero que no pueda comunicarse. En el
fondo creo que nunca ha entendido que nuestra misión era lo más
importante para todos. Lástima que yo no supe ver sus defectos a
tiempo-, respondió con lágrimas en los ojos.
-Lástima
que yo tampoco descubrí su punto débil antes, abríamos evitado tú
sufrimiento, lo siento Madelaine-. La voz del italiano sonaba
especialmente dolida.
Madelaine
bajó la mirada buscando refugio en la colcha de la cama sobre la que
estaba sentada, como si quisiera borrar de su memoria lo sufrido. En
el fondo, era mujer, y por lo tanto estaba acostumbrada al dolor y a que menospreciaran su vida. Por un momento recordó cuando su padre,
casi agonizante, le había revelado el secreto que acompañaba a su
familia. Ella siempre había sabido algo, pero su padre confiaba en
encontrar a un delfín varón, más por desconfianza hacia las
mujeres que por pensar que su hija no sería capaz. Pero eso hizo que
ella se sintiera menospreciada y traicionada por su padre, a quien
había idolatrado toda su vida. Era como ver la gran mentira que le
habían contado durante toda su vida y sentir que, de repente, le
caía encima todo el peso de la historia.
Giovanni
dejó la habitación y al salir dio orden a las dos custodias de
Madelaine para que la dejaran moverse con cierta libertad, pero
vigilada en todo momento, por la finca.
Llamó
a Ángel para comentarle que se había producido un inesperado giro
en los acontecimientos, pero que él siguiera las líneas de
investigación iniciadas ya que algunas pistas no estaban muy claras.
Ángel estaba llegando a la frontera de Francia con rumbo a Bayona para ver si encontraba algo nuevo en su catedral que hubiera pasado desapercibido hasta ahora. A pesar de las órdenes recibidas, había llevado consigo a Miriam, que no tenía trabajo en unos cuatro días por esas compensaciones de trabajar los fines de semana. Ella escuchó la conversación a través del manos libres del coche y, una vez había colgado el teléfono, le preguntó directamente, -¿En qué te estás metiendo?-
Ángel
meditó la respuesta durante un par de segundos. Tenía claro que la
empresa en la que estaba metido entrañaba riesgos, pero ya no tenía
marcha atrás, y se moría de ganas de compartirlo con su pareja,
desde el principio había tenido la sensación de estar engañándola.
Poco a poco le fue desgranando el proyecto y lo que estaba haciendo, al
menos lo que él conocía, sin dar nombres de personas ni
organizaciones. La cara de Miriam iba tornándose cada vez más
seria, como si viera algo turbio que él no quería contar o no
conocía. Cuando Ángel terminó su exposición ya estaban a menos de
10 Km de su destino. Miriam inspiró con fuerza y contestó de forma
lapidaria, -todo lo que ha tenido que ver con esto en la historia, al
menos en la conocida y en la que tú eres especialista, ha traído
muerte y traición. Espero que seas consciente del fregado en el que
nos hemos metido-.
-Por
supuesto que lo soy-, contestó Ángel sin mucha convicción. Quizá
hasta ese momento no lo había sido realmente. Se había dejado
arrastrar por su ansia de historiador y no había visto las
consecuencias posibles. Pero para eso estaba Miriam, su conexión con
la realidad. Por un momento sintió la culpabilidad de poner en
peligro a la persona a la que quería trayéndole a este viaje, pero
rápidamente su cabeza eliminó el riesgo de la variable, no eran más
que dos turistas visitando una iglesia en el sur de Francia, nadie
podría relacionarles con aquel operativo.