Habían
pasado al menos cuatro horas desde que le capturaron en París, y todo
ese tiempo habían estado en la carretera, pero parecía que estaban
saliendo de la vía rápida para parar en algún sitio. El inglés
seguía mirándole con aparente indolencia, como si no le importara
demasiado lo que hiciera.
Abest facile iter |
A
los pocos minutos, paraban sobre un camino de gravilla. Abrieron el
portón lateral y le agarraron por el brazo para bajarle, no con
mucho cuidado. Françoise pensó en ese momento que sus compañeros
seguramente ya se estaban movilizando para saber que era de él. No
tardarían mucho en empezar a buscarle.
Le
llevaron casi arrastrando hasta una puerta de servicio de un enorme
palacete, con pinta de estar habitado. Entraron directos a un almacén
de carbón ya en desuso, pero que conservaba los olores típicos de
esas estancias y algunos restos en las paredes de haber almacenado la
piedra negra durante muchos años. Le sentaron en una silla en medio
de la nada e hicieron como si no estuviera allí.
A
los pocos minutos llegó un hombre mayor, de cerca de ochenta años,
pensó Françoise. Le miró sin mucho interés y preguntó en inglés a
sus captores, -¿Habéis interceptado algo más?-
-Si,
al parecer se van a trasladar a Portugal, imaginamos que será cerca
de Torres Novas, donde tienen la casa los dos de Sevilla-. En ese
momento Françoise ya no tuvo ninguna duda del motivo de su captura.
-Tenemos
la información del cuando y el donde, pero la hora ya está pasada.
Hemos puesto a algunos hombres nuestros de España a perseguir las
pistas, pero al parecer, nos dicen que algo no ha salido bien.
Alguien se ha metido por medio y han desaparecido la madre, el hijo y
la documentación.
-Eso es lo que estamos persiguiendo-, dijo el anciano, mirando a Françoise.
-Eso es lo que estamos persiguiendo-, dijo el anciano, mirando a Françoise.
-Nos
has entendido, ¿Verdad?- Preguntó en francés a Françoise. Este asintió
esperando que en cualquier momento empezaran los golpes.
-Bien, le explico la situación muchacho-, le empezó a hablar el anciano con
una fuerza en el discurso y en la mirada desmesurada para la edad
que aparentaba. -No tenemos nada contra usted, pero su jefe nos lleva
tocando las narices varios años. Lo siento muchacho, pero le hemos
pillado en medio de un conflicto que lleva enquistado casi ocho
siglos. Dentro de unas horas, seguramente no nos servirá usted para
nada. Por ahora le mantendremos vivo, hasta que deje de sernos útil.
Si es usted religioso, comience a rezar, si no lo es, se le van a
hacer muy largas estas horas. En cuanto consideréis que ya no nos
sirve, quitarlo de en medio, pero rápido, que no sufra-, dijo de
nuevo en inglés.
-¿Quienes
son ustedes?- Gritó Françoise, con la esperanza de obtener una respuesta
y con la certeza que esta no sería útil.
-¿Por
que tipo de idiota me tiene? No le contestaremos, pero seguro que
usted es capaz de dilucidarlo solito. Piense, para eso también le
paga Ricardo. Ese cabrón nunca ha sabido pensar, pero si sabe fichar
profesionales, en todos los campos-.
El
comentario le dejó bastante frío. Tenía claro que ese hombre
conocía a su jefe y, era evidente, no le caía especialmente bien.
Empezó a darle vueltas en la cabeza al acertijo que le proponía el
anciano con el fin de entretenerle hasta su muerte. Nunca había sido
muy religioso, por lo que empezó a cavilar sobre lo que sucedía.
Sabía
a ciencia cierta que eran tres los grupos interesados en tener los
documentos de Sevilla. De ellos solo dos podían estar en Francia con
infraestructura, unos eran los suyos, y no parecía que esto fuera
una traición. Los otros eran el Priorato de Sión. Después del
Código Davinci les habían crecido los enanos a este grupo de
señoritos, pensaba Françoise. Habían pasado a la acción con el fin
de estar más aún en el anonimato, pero una de las revistas que
Ricardo controlaba había puesto a varios pirados del estudio de
estos temas sobre la pista de algunos miembros menores del Priorato.
Como respuesta a ello, el Priorato se encargó de machacar algunas
empresas del grupo de Ricardo Carpintero en España, en Francia y en
Portugal. Era como si el Priorato le hubiera declarado la guerra a su
jefe y la forma de hacerlo era donde más le fastidiaba, en el dinero. Habían conseguido
hacerle bastante daño, pero las empresas de su socia en Sevilla,
Madelaine, habían salido en su ayuda y no solo lo habían
rescatado, además habían quitado de en medio a varios estorbos del
Priorato en la política francesa que podían entorpecer el camino.
Esto hacía que la relación entre estos dos grupos no fuera muy
buena que digamos.
Lo
cierto es que ambos grupos, el Priorato de Sión y los herederos de Jacques de Beaujeu, es decir, los jefes de Françoise, llevaban varios
siglos persiguiendo el mismo fantasma, el Baphomet. Según las
leyendas templarias, el Baphomet era una cabeza barbada que hacía
crecer las cosechas, los árboles y que protegía los negocios de la
orden.
En
estas divagaciones se encontraba Françoise cuando vio entrar a un hombre
con cara de muy pocos amigos. Era un hombre de unos cincuenta años,
totalmente vestido de negro, con la cara marcada por surcos de la
edad y de haber vivido largo tiempo a la intemperie. Caminaba con ese
paso inestable de los que han pasado mucho tiempo sobre la cubierta
de un barco. Las manos le parecieron fuertes, enormes. Se quedó
mirando fijamente a Françoise, casi con lágrimas en los ojos.
-Lo
siento, hermano, musitó con calma el hombre mientras le mostraba una
jeringuilla llena de un líquido translúcido. Es pentobarbital, una dosis
para dormir a un caballo. No te enteraras de nada. Te dormirás
diciendo tonterías y se acabó-.
Grito
casi llorando Françoise.- ¿Por qué?-
-No
podemos dejar testigos y ya saben que te hemos cazado-, le respondió
aquel hombre al que habían encomendado su sacrificio.
-Si
eres creyente, en breve estarás con Dios, si no lo eres, menuda
putada te estamos haciendo chaval-.
-Abest
facile iter, pugna tu somnia tua adpeteres-, dijo mientras inyectaba
en el hombro de Marcel la jeringuilla que había traído.
Descansa
en paz, hermano, descansa en paz.