jueves, 30 de julio de 2015

Capítulo XI: A Dios encomendamos tu alma.



  Habían pasado al menos cuatro horas desde que le capturaron en París, y todo ese tiempo habían estado en la carretera, pero parecía que estaban saliendo de la vía rápida para parar en algún sitio. El inglés seguía mirándole con aparente indolencia, como si no le importara demasiado lo que hiciera.
Abest facile iter
  -Estate quieto-, le dijo el inglés al ver como empezaba a removerse. -No te intentes incorporar o tendré que taparte la cabeza. Ya nos queda poco-, continuó mientras estiraba el cuello para ver a través del cristal delantero.
  A los pocos minutos, paraban sobre un camino de gravilla. Abrieron el portón lateral y le agarraron por el brazo para bajarle, no con mucho cuidado. Françoise pensó en ese momento que sus compañeros seguramente ya se estaban movilizando para saber que era de él. No tardarían mucho en empezar a buscarle.
Le llevaron casi arrastrando hasta una puerta de servicio de un enorme palacete, con pinta de estar habitado. Entraron directos a un almacén de carbón ya en desuso, pero que conservaba los olores típicos de esas estancias y algunos restos en las paredes de haber almacenado la piedra negra durante muchos años. Le sentaron en una silla en medio de la nada e hicieron como si no estuviera allí.
  A los pocos minutos llegó un hombre mayor, de cerca de ochenta años, pensó Françoise. Le miró sin mucho interés y preguntó en inglés a sus captores, -¿Habéis interceptado algo más?-
  -Si, al parecer se van a trasladar a Portugal, imaginamos que será cerca de Torres Novas, donde tienen la casa los dos de Sevilla-. En ese momento Françoise ya no tuvo ninguna duda del motivo de su captura.
  -Tenemos la información del cuando y el donde, pero la hora ya está pasada. Hemos puesto a algunos hombres nuestros de España a perseguir las pistas, pero al parecer, nos dicen que algo no ha salido bien. Alguien se ha metido por medio y han desaparecido la madre, el hijo y la documentación. 
  -Eso es lo que estamos persiguiendo-, dijo el anciano, mirando a Françoise.
  -Nos has entendido, ¿Verdad?- Preguntó en francés a Françoise. Este asintió esperando que en cualquier momento empezaran los golpes.
  -Bien, le explico la situación muchacho-, le empezó a hablar el anciano con una fuerza en el discurso y en la mirada desmesurada para la edad que aparentaba. -No tenemos nada contra usted, pero su jefe nos lleva tocando las narices varios años. Lo siento muchacho, pero le hemos pillado en medio de un conflicto que lleva enquistado casi ocho siglos. Dentro de unas horas, seguramente no nos servirá usted para nada. Por ahora le mantendremos vivo, hasta que deje de sernos útil. Si es usted religioso, comience a rezar, si no lo es, se le van a hacer muy largas estas horas. En cuanto consideréis que ya no nos sirve, quitarlo de en medio, pero rápido, que no sufra-, dijo de nuevo en inglés.
  -¿Quienes son ustedes?- Gritó Françoise, con la esperanza de obtener una respuesta y con la certeza que esta no sería útil.
  -¿Por que tipo de idiota me tiene? No le contestaremos, pero seguro que usted es capaz de dilucidarlo solito. Piense, para eso también le paga Ricardo. Ese cabrón nunca ha sabido pensar, pero si sabe fichar profesionales, en todos los campos-.
  El comentario le dejó bastante frío. Tenía claro que ese hombre conocía a su jefe y, era evidente, no le caía especialmente bien. Empezó a darle vueltas en la cabeza al acertijo que le proponía el anciano con el fin de entretenerle hasta su muerte. Nunca había sido muy religioso, por lo que empezó a cavilar sobre lo que sucedía.
  Sabía a ciencia cierta que eran tres los grupos interesados en tener los documentos de Sevilla. De ellos solo dos podían estar en Francia con infraestructura, unos eran los suyos, y no parecía que esto fuera una traición. Los otros eran el Priorato de Sión. Después del Código Davinci les habían crecido los enanos a este grupo de señoritos, pensaba Françoise. Habían pasado a la acción con el fin de estar más aún en el anonimato, pero una de las revistas que Ricardo controlaba había puesto a varios pirados del estudio de estos temas sobre la pista de algunos miembros menores del Priorato. Como respuesta a ello, el Priorato se encargó de machacar algunas empresas del grupo de Ricardo Carpintero en España, en Francia y en Portugal. Era como si el Priorato le hubiera declarado la guerra a su jefe y la forma de hacerlo era donde más le fastidiaba, en el dinero. Habían conseguido hacerle bastante daño, pero las empresas de su socia en Sevilla, Madelaine, habían salido en su ayuda y no solo lo habían rescatado, además habían quitado de en medio a varios estorbos del Priorato en la política francesa que podían entorpecer el camino. Esto hacía que la relación entre estos dos grupos no fuera muy buena que digamos.
Lo cierto es que ambos grupos, el Priorato de Sión y los herederos de Jacques de Beaujeu, es decir, los jefes de Françoise, llevaban varios siglos persiguiendo el mismo fantasma, el Baphomet. Según las leyendas templarias, el Baphomet era una cabeza barbada que hacía crecer las cosechas, los árboles y que protegía los negocios de la orden.
En estas divagaciones se encontraba Françoise cuando vio entrar a un hombre con cara de muy pocos amigos. Era un hombre de unos cincuenta años, totalmente vestido de negro, con la cara marcada por surcos de la edad y de haber vivido largo tiempo a la intemperie. Caminaba con ese paso inestable de los que han pasado mucho tiempo sobre la cubierta de un barco. Las manos le parecieron fuertes, enormes. Se quedó mirando fijamente a Françoise, casi con lágrimas en los ojos.
  -Lo siento, hermano, musitó con calma el hombre mientras le mostraba una jeringuilla llena de un líquido translúcido. Es pentobarbital, una dosis para dormir a un caballo. No te enteraras de nada. Te dormirás diciendo tonterías y se acabó-.
  Grito casi llorando Françoise.- ¿Por qué?-
  -No podemos dejar testigos y ya saben que te hemos cazado-, le respondió aquel hombre al que habían encomendado su sacrificio.
  -Si eres creyente, en breve estarás con Dios, si no lo eres, menuda putada te estamos haciendo chaval-.
  -Abest facile iter, pugna tu somnia tua adpeteres-, dijo mientras inyectaba en el hombro de Marcel la jeringuilla que había traído.

Descansa en paz, hermano, descansa en paz.