miércoles, 30 de noviembre de 2016

El rehén de la tronista

                EL REHÉN DE LA TRONISTA

Pedro es un hombre de rituales y más aún cuando viaja. Entró como siempre lo ha hecho en el vagón del tren tras fumar un cigarrillo en el andén para enfrentarse a las cuatro horas de viaje que iba a tener por delante. Se sentó en su plaza y abrió su ordenador con el fin de ponerse a escribir en cuanto aquello se pusiera en marcha.

 Pero siempre hay una variable que no puedes controlar, y más si cabe, en los viajes. Ella apareció pisando fuerte. Era una chica bastante guapa con una larga melena rubia peinada a la perfección. Vestía muy normal, vaqueros muy ceñidos, botas altas y un jersey blanco y negro ceñido que marcaba sus curvas.
 No es que Pedro no tuviera interés en ella, no. Le parecía atractiva, pero es que a Pedro lo que le gusta de verdad, es aprovechar los viajes para escribir.
 Ella se sentó en el asiento de al lado y se quedó mirando la pantalla del ordenador de él con esa mirada perdida que no se sabe si va o viene. Pedro se volvió hacia ella esperando alguna pregunta por lo insistente que resultaba la postura y ese, fue su error.
-          Hola, me llamo Laura, - le dijo mientras le plantaba dos besos nada desagradables.
Pedro, un tanto azorada respondió con la cortesía y elegancia que el gesto merecía. – Yo Pedro, encantado. - La joven tendría al menos veinte años menos que él, por lo tanto, tampoco le dio mayor importancia al gesto.
Pero Laura había encontrado el filón por el que reventar el viaje metódico de Pedro. - ¿Eres escritor? - le preguntó haciendo un claro gesto hacia la pantalla del ordenador de él.
 Pedro aflojó el nudo de la corbata levemente y entre afirmativo y dubitativo respondió, - algo así. Estoy escribiendo una obra de teatro. – Esto, definitivamente, fue su sentencia de muerte.
-¿sí? Pues yo voy a será actriz. De hecho, voy a Madrid porque estoy participando en Mujeres Hombres y viceversa. Conoces el programa ¿no? ¿Lo ves? A lo mejor te suena mi cara de eso. Mira, dijo mostrándole unas cuantas fotos en la pantalla de su teléfono con personas  que él suponía otros participantes en tan insigne espacio televisivo.
- Pues no lo conozco, -contestó él lacónico esperando poner punto final a la conversación. Pero tentativa nula. Laura era inasequible al desaliento.
- ¿No? Bueno pues yo te cuento. Este fue el principio de dos horas casi continuas de preguntas que ella se auto respondía como un personaje de película de animación con infinitas fuerzas. Solo tenía Pedro el breve alivio de poder mirar de vez en cuando el teléfono con la excusa de que eran temas de trabajo y así buscar algún alivio en Twitter donde, al menos, podía hacer chascarrillos que le hicieran desconectarse unos segundos.
 Dos horas, dos. Seguidas, sin tregua. La educación recibida con tanto esmero hace muchos años, le impedía ser un borde y darle un corte para que se callara, por lo tanto decidió decirle que tenía que ir a por agua a la cafetería, pero ella decidió premiarle con su compañía en tan absurdo intento de fuga.
Tan solo media hora después de su absurdo intento de fuga, vio con alivio que le llamaba al teléfono su jefe y así se lo comunicó a Laura, escapando a toda prisa hacia la plataforma entre vagones. Estuvo más de media hora hablando con su jefe y después aprovechó para llamar a su mujer, a dos amigos a sus hermanas.
Laura de vez en cuando miraba hacia él que le sonreía desde la distancia mientras él hacía gestos de estar hablando con mucha energía. Casi hora y media estuvo con esa pantomima, hasta que anunciaron la llegada a Madrid. Entonces se acercó a su asiento y con cara de lástima le dijo a ella, - perdona, el trabajo, ya sabes. –
Laura le sonrió abiertamente mientras se levantaba con una prodigiosa agilidad, le dio dos besos y le contestó, - ha sido un placer charlar contigo. Me has hecho el viaje muy ameno. –

Y a continuación salió de su vida a la misma velocidad que había entrado. Pedro sonrió mientras pensaba “creo que tengo que revisar la definición de charlar”.