EL
REHÉN DE LA TRONISTA
Pedro es un hombre de rituales y más aún cuando viaja. Entró
como siempre lo ha hecho en el vagón del tren tras fumar un cigarrillo en el
andén para enfrentarse a las cuatro horas de viaje que iba a tener por delante.
Se sentó en su plaza y abrió su ordenador con el fin de ponerse a escribir en
cuanto aquello se pusiera en marcha.
Pero siempre hay una
variable que no puedes controlar, y más si cabe, en los viajes. Ella apareció
pisando fuerte. Era una chica bastante guapa con una larga melena rubia peinada
a la perfección. Vestía muy normal, vaqueros muy ceñidos, botas altas y un
jersey blanco y negro ceñido que marcaba sus curvas.
No es que Pedro no
tuviera interés en ella, no. Le parecía atractiva, pero es que a Pedro lo que
le gusta de verdad, es aprovechar los viajes para escribir.
Ella se sentó en el
asiento de al lado y se quedó mirando la pantalla del ordenador de él con esa
mirada perdida que no se sabe si va o viene. Pedro se volvió hacia ella
esperando alguna pregunta por lo insistente que resultaba la postura y ese, fue
su error.
-
Hola, me llamo Laura, - le dijo mientras le
plantaba dos besos nada desagradables.
Pedro, un tanto azorada respondió
con la cortesía y elegancia que el gesto merecía. – Yo Pedro, encantado. - La
joven tendría al menos veinte años menos que él, por lo tanto, tampoco le dio
mayor importancia al gesto.
Pero Laura había encontrado el filón por el que reventar el
viaje metódico de Pedro. - ¿Eres escritor? - le preguntó haciendo un claro
gesto hacia la pantalla del ordenador de él.
Pedro aflojó el nudo
de la corbata levemente y entre afirmativo y dubitativo respondió, - algo así.
Estoy escribiendo una obra de teatro. – Esto, definitivamente, fue su sentencia
de muerte.
-¿sí? Pues yo voy a será actriz. De hecho, voy a Madrid
porque estoy participando en Mujeres Hombres y viceversa. Conoces el programa
¿no? ¿Lo ves? A lo mejor te suena mi cara de eso. Mira, dijo mostrándole unas
cuantas fotos en la pantalla de su teléfono con personas que él suponía otros participantes en tan insigne
espacio televisivo.
- Pues no lo conozco, -contestó él lacónico esperando poner
punto final a la conversación. Pero tentativa nula. Laura era inasequible al
desaliento.
- ¿No? Bueno pues yo te cuento. Este fue el principio de dos
horas casi continuas de preguntas que ella se auto respondía como un personaje
de película de animación con infinitas fuerzas. Solo tenía Pedro el breve
alivio de poder mirar de vez en cuando el teléfono con la excusa de que eran
temas de trabajo y así buscar algún alivio en Twitter donde, al menos, podía
hacer chascarrillos que le hicieran desconectarse unos segundos.
Dos horas, dos.
Seguidas, sin tregua. La educación recibida con tanto esmero hace muchos años,
le impedía ser un borde y darle un corte para que se callara, por lo tanto
decidió decirle que tenía que ir a por agua a la cafetería, pero ella decidió
premiarle con su compañía en tan absurdo intento de fuga.
Tan solo media hora después de su absurdo intento de fuga,
vio con alivio que le llamaba al teléfono su jefe y así se lo comunicó a Laura,
escapando a toda prisa hacia la plataforma entre vagones. Estuvo más de media
hora hablando con su jefe y después aprovechó para llamar a su mujer, a dos
amigos a sus hermanas.
Laura de vez en cuando miraba hacia él que le sonreía desde
la distancia mientras él hacía gestos de estar hablando con mucha energía. Casi
hora y media estuvo con esa pantomima, hasta que anunciaron la llegada a
Madrid. Entonces se acercó a su asiento y con cara de lástima le dijo a ella, -
perdona, el trabajo, ya sabes. –
Laura le sonrió abiertamente mientras se levantaba con una
prodigiosa agilidad, le dio dos besos y le contestó, - ha sido un placer
charlar contigo. Me has hecho el viaje muy ameno. –
Y a continuación salió de su vida a la misma velocidad que había
entrado. Pedro sonrió mientras pensaba “creo que tengo que revisar la
definición de charlar”.