viernes, 26 de febrero de 2016

Si has llegado ahora, aquí empezó todo. Tu vida...



 Otra vez tenía la sensación de cansancio que provocaba el quedarse leyendo hasta la madrugada. Era una extraña costumbre totalmente incontrolable. 
Cuando el libro que estaba leyendo le absorbía, no se sentía capaz de parar, no encontraba el punto en el que cortar y marcar. Le venía pasando desde que empezó la carrera, hacía ya demasiados años.
 De pronto se sentía terriblemente cansado, pero era normal, hace seis meses que había cumplido 43 años, hoy se había levantado a las 5 de la mañana para ir a trabajar y ya eran las 3 de la madrugada. Dios mío, pensó en ese instante mientras pasaba su mano por la barba que ya empezaba a raspar. Llevo más de 22 horas despierto y sigo sin ser capaz de parar.
 Había momentos en que estaba seguro de que era una manía heredada de su madre. También hacía lo mismo, no era capaz de para de leer si el libro que tenía entre manos absorbía su atención. Pero su madre no tenía que levantarse a las 5 de la mañana todos los días para acudir a una oficina. Ventajas de la generación anterior en las que las mujeres no trabajaban fuera de casa.
 Por otro lado, el estar absorto en el libro que tenía entre manos, también afectaba a la relación con su pareja, una vez más. 
A menudo Ángel se preguntaba cómo Miriam podía aguantarle. Evidentemente él no era la mejor pareja del mundo. A su infinita pasión por la lectura,  le tenía que sumar su obsesión por estudiar todo lo que tenía que ver con su carrera, como si necesitara darle sentido a todo lo que había estudiado. Esa elección que, hacía ya más de 20 años, nadie supo comprender.
 En una familia llena de médicos y militares, el “señorito” había decidido estudiar Historia.
 Cuando pensaba en ello, volvían a tronar en sus oídos las palabras de su padre. " No pensaras vivir de eso, ¿Verdad?".   
  Aquello había caído como un jarro de agua fría sobre su conciencia. En el fondo estaba seguro que su progenitor tenía razón. Jamás había podido vivir de ello y no creía que a estas alturas, fuera a cambiar. Pero en aquel momento de su vida, no  había sido capaz de transmitirle a su padre la pasión que en él despertaba la historia. No era fácil comunicarse con él.
no puso en orden aquella maraña de papeles...
    El  tiempo le estaba dando la razón a su padre, aunque este ya hacía unos años que no podía verlo, al menos no de forma directa. Tanto padre como hijo eran creyentes por lo  estaba seguro que lo estaría viendo desde algún cielo, rodeado de más militares comentando “joder, mira que se lo dije, terminará por ser el más culto de las listas del paro”.  
  La sensación de cansancio empezaba a ser excesiva. Eso explicaba que su mente ya no pudiera centrarse en la lectura. Apagó la pequeña luz de su mesa de estudio, pero no puso en orden aquella maraña de papeles, ya lo haría en otro momento. Al fin y al cabo mañana en cuanto llegara del trabajo, pensaba seguir con su estudio en cuanto hiciera dos o tres cositas en casa, por aquello de que Miriam no le pegara la bronca, totalmente razonable por otro lado, por no hacer nada por mantener la limpieza y el orden en su casa. 
   Arrastrando levemente los pies, el cansancio ya no le permitía ni levantarlos con fuerza del suelo, llegó hasta la habitación. Se quitó la ropa y con una camiseta vieja que tenía ya mil quinientos colores de todo lo que había desteñido, se metió bajo el edredón en una noche fría del mes de Enero.
 Al acercarse a la espalda de Miriam, sintió el calor de su cuerpo y el placer de cerrar los ojos y sentirse, al fin, en casa. Abrazado a la mujer con la que compartía la vida y por fin, desconectado de esos libros que le sorbían el tiempo, la salud  y el seso, como al Ingenioso Hidalgo.
  El cuerpo de Miriam se apretó contra él, como si quisiera eliminar el espacio que pudiera quedar. Él abrazó con fuerza la cintura pequeña y morena que conocía bajo aquel camisón azul oscuro que reconocía y apreciaba por lo bien que le quedaba. De pronto el cansancio se volvió insoportable.  Oliendo el pelo moreno de su atractiva pareja, empezó a conciliar el sueño, con un último vistazo al despertador que le recordaba que en un par de horas sonaría con el fin de seguir amargándole la vida en esa absurda oficina, de la que se planteaba salir huyendo. Pero no podía, o no sabía. Estoy muy cansado pensó, y finalmente se quedó muy dormido, con una mano en el pelo de Miriam y la otra en su cintura, sintiendo ese calor que emanaba de su cuerpo y que le hacía sentirse tan bien, tan dichoso, tan libre.